A Gilberto Rodríguez Orejuela los últimos años de vida le habían dado duro. Poco después de su extradición a Estados Unidos, en 2004, sufrió un infarto. Desde entonces le habían diagnosticado cáncer de colon, de próstata, hipertensión, gota y trastornos psiquiátricos. El capo permanecía hasta hace unos meses en la cárcel federal de Butner, en Carolina del Norte, donde decenas de reclusos contagiados de coronavirus le pegaron ese enemigo mortal.

Desde hacía tiempo su defensa se había jugado la carta de la pandemia para reforzar la petición de libertad, a fin de que pasara sus últimos años de vida junto con su familia en Colombia, cosa que definitivamente no sucedió.

No era una petición sin sustento. El otrora capo de las drogas casi muere en medio de esa emergencia mundial. Estuvo muy mal durante varias semanas. Su argumento era que había pasado nueve años de cárcel en Colombia y 16 en Estados Unidos, lo cual da un total de 25. No obstante, hasta ahora, Estados Unidos no ha reconocido los nueve años en ese país.

Sin embargo, los quebrantos de salud finalmente le ganaron la batalla este miércoles 1 de junio. SEMANA habló con la familia del capo, quien ha sido muy hermética hasta el momento con el deceso del patriarca de los Rodríguez. Aunque el diagnóstico médico relata una complicación cerebral como la causa del deceso, la realidad es que el cáncer, sumado al covid, le dejó secuelas irreversibles y lo fue apagando las últimas semanas. El Ajedrecista, como también era conocido, murió a sus 83 años.

Su familia está en conversaciones con el Bureau de los Estados Unidos para lograr la repatriación del cuerpo. Hasta ahora, les han dicho que esta podría darse en un lapso de tres a seis semanas.

Rodríguez Orejuela cayó el 9 de junio de 1995. El Bloque de Búsqueda lo encontró en una caleta de una lujosa casa en Cali. En ese momento era el narcotraficante más poderoso, tras sobrevivir a una guerra declarada del cartel de Cali contra Pablo Escobar, que incluyó la bomba contra el edificio Mónaco, en Medellín, donde vivía la familia del capo antioqueño. Su organización, incluso, patrocinó a Los Pepes, el escuadrón que lo persiguió. Después de la muerte de Escobar, El Ajedrecista y su hermano Miguel se convirtieron en los narcos más buscados, y se calcula que movieron hasta el 80 % de la producción mundial de cocaína.

La justicia colombiana condenó a El Ajedrecista a 12 años de cárcel, pero solo pagó siete. Quedó libre tras una polémica decisión de un juez, que le rebajó la pena por buena conducta. Pero meses después lo capturaron de nuevo y lo extraditaron a Estados Unidos, donde enfrentó un juicio por el envío de cientos de kilos de cocaína. Así se convirtió en un trofeo de las autoridades gringas. El capo colombiano más poderoso estaba recluido en una prisión federal.

Durante más de una década nadie lo volvió a ver, tampoco a su hermano Miguel, preso en otra prisión de Carolina del Norte. Ambos reaparecieron en Colombia en audiencias en las que procesaban a sus familiares por lavado de activos y, posteriormente, por cuenta de las cartas que enviaron a la Comisión de la Verdad, con las que levantaron el avispero del proceso 8.000 de nuevo.

En esas diligencias se veía a Gilberto Rodríguez como un anciano canoso y deteriorado. “Una condena de 25 años a mi edad es cadena perpetua”, le dijo a SEMANA en los tiempos de su extradición. Según su sentencia, El Ajedrecista quedaría libre en 2034, a sus 95 años. Pero no alcanzó a esa edad. Y se cumplió su vaticinio: morir en una cárcel gringa lejos de todos sus seres queridos.

La familia publicó un escueto comunicado confirmando su deceso: “Nosotros, los hijos y esposa de Gilberto Rodríguez Orejuela nos permitimos informar que lamentablemente ayer, martes 31 de mayo de 2022, a las 6:54 de la tarde falleció nuestro padre y esposo a causa de un linfoma que lo aquejaba. Agradecemos todas las voces de solidaridad recibidas y estamos haciendo las gestiones necesarias para su pronta repatriación y darle una cristiana sepultura en Colombia”.