Las últimas imágenes que han circulado de los militares que se encuentran detenidos Haití, golpeados, con sus manos amarradas, algunos con huellas de sangre y todos esperando a que les caiga con contundencia el peso de la justicia por el asesinato del presidente de ese país, Jovenel Moïse, contrastan con las que se tomaron ellos mismos antes y durante el vuelo que los llevaría al país centroamericano, a las que tuvo acceso exclusivo SEMANA.
Es evidente que el ambiente para los militares era de alegría, no solo porque salían de viaje, sino porque su visita a Haití les garantizaba una opción de trabajo bien remunerado aplicando los conocimientos que habían aprendido durante su carrera militar.
En las afueras del aeropuerto El Dorado, donde se dieron cita para tomar camino hacia Punta Cana, en República Dominicana, para después ir a Haití, se ven los soldados posando para las fotos en poder de SEMANA, sonriendo en el avión y hasta saludando a la cámara. Creían que iban a buen puerto.
Este sería el segundo grupo de colombianos que voló, el 4 de julio, desde Bogotá hasta la ciudad turística de Punta Cana. De allí atravesaron toda República Dominicana hasta que, finalmente, el 7 de junio cruzaron a Haití por el paso fronterizo de Carrizal. Este es uno de los pasos oficiales más importantes y por donde atraviesa gran parte del comercio entre los dos países caribeños.
Eran 21 los militares que fueron al país centroamericano. Tres murieron en los operativos, uno se encuentra desaparecido y sería clave en las indagaciones que están realizando las autoridades de Haití. Los otros 17 están detenidos y siendo procesados. Lo que resulta notorio es que no todos tenían claro que el objetivo era matar al presidente Jovenel Moïse.
Solo un puñado de militares, los de mayor rango, quienes estuvieron en una reunión en un hotel en Puna Cana con políticos de Haití y con empresarios encargados de conseguir los recursos, sabían en qué consistía la misión. La mayor parte de los miembros del comando de militares colombianos viajó engañada.
En un instante comprendieron que todo había sido una farsa o una locura, les había perdido su afán de conseguir unos ingresos que les permitieran ofrecer mejores oportunidades a sus familias y, de paso, contribuir a mejorar una patria ajena. Ni siquiera alcanzaron a recibir el primer salario de 2.700 dólares, que les ingresarían el 7 de julio, al mes de su arribo a Puerto Príncipe.
“Señores, la propuesta es la siguiente: hay una empresa americana que necesita personal de fuerzas especiales, comandos con experiencia, para realizar un trabajo en Centroamérica. El pago está entre 2.500 y 3.000 dólares mensuales. ¿Qué se va a hacer en ese país? Vamos a hacer operaciones de combate urbano, vamos a ayudar en la recuperación del país en cuanto a la seguridad y la democracia”, rezaba un aparte del mensaje que recibieron, vía WhatsApp, cuando convocaban voluntarios en Colombia.
Les pintaron un futuro esperanzador para Haití una vez consumado el cambio, con grandes obras públicas de infraestructura, redes eléctricas, agua potable y programas sociales que proyectarían a la paupérrima nación a niveles insospechados. Y ellos, orgullosos del uniforme que habían vestido durante décadas, contribuirían de manera decisiva a lograrlo.
Eso creyeron algunos de los exmilitares. Porque los coordinadores del grupo y los cerebros haitianos del magnicidio, un grupo enloquecido con la idea de gobernar el país para dar un vuelco a su lamentable rumbo, estaba decidido a ejecutarlo.
Las fotos en poder de SEMANA dan cuenta de la motivación de los militares, la tranquilidad que tenían al momento de viajar, la promesa de un buen trabajo, pero que hoy los tiene tras las rejas con los medios del mundo pendientes de por qué viajaron a matar al mandatario y con sus familias, acá, en Colombia, esperando tener claro qué fue lo que sucedió con el “sueño prometido”.