La promesa del acuerdo de paz de revelar la verdad del conflicto como un gesto de reparación está completamente en entredicho. Las anheladas respuestas de los exguerrilleros de las Farc no han llegado. SEMANA tuvo acceso exclusivo a cinco versiones reservadas ante la JEP, en las cuales sí quedó en evidencia la cruel y aberrante práctica del secuestro, pero las víctimas no tuvieron respuestas. Solo contradicciones y versiones incompletas.
Los exguerrilleros confesaron la manera como operaban en el Valle del Cauca, Cauca y Nariño. Cómo asesinaban inocentes, secuestraban a comerciantes, militares, y un caso que dejó mudo el auditorio: el de un menor de 3 años raptado de los brazos de su padre.
¿Un menor de 3 años secuestrado?
Este caso es desgarrador. Ramón Eduardo Aguilar, a quien le quitaron a su bebé de las manos, cuenta que “en 1991, en Jamundí (Valle del Cauca), estaba en mi consultorio con mi hijo, en ese momento de 3 años de edad. Entraron dos hombres con armas cortas, se lo llevaron por la fuerza y lo montaron en una moto con rumbo desconocido. En mi escritorio dejaron una nota que decía: ‘Espere la llamada’”.
Denunció el secuestro de inmediato, rogó ayuda a las autoridades. Su hijo, un bebé, se había convertido en moneda de cambio para las Farc. A los tres meses pagó 1.000 millones de pesos (de la época) al frente 30 de las Farc, al comandante Mincho: “Tuve que ir hasta Pasto a pagar el rescate de mi hijo. No me entregaron al niño, me lo devolvieron en Cali días después”.
El silencio fue absoluto. María Lucelly Urbano, conocida como Mireya, quien perteneció al bloque Occidental de las Farc, tomó la palabra para explicar lo inexplicable, la barbarie. “La persona que más sabía de este caso se llamaba Nelson, pero murió en 2021. No sé de ese caso, las estructuras urbanas en ese momento no estaban creadas. Tendrían que haber tenido un permiso del secretariado, no creo”, dijo. Ramón Eduardo Aguilar llegó a la JEP en busca de explicaciones con la fórmula planteada de verdad a cambio de perdón, pero no recibió sino versiones contradictorias. No hubo verdad, parece que no habrá, y mucho menos justicia.
La magistrada Julieta Lemaitre increpó a los asistentes: “¿Ustedes creen que fueron las Farc? Porque la versión escrita de Pablo Catatumbo advierte que en ese momento, en ese punto específico, no operaba este grupo. Si ustedes dicen que no fueron, la Fiscalía tiene que investigar porque las cosas no pueden quedar volando. Se trata del secuestro de un niño”.
Secuestro, violación y homicidio
Las Farc contaron cómo se cometieron actos de violencia sexual contra mujeres, que, además de ser secuestradas, fueron abusadas y, en muchos casos, asesinadas en medio de la selva. En el expediente hay dos casos, pero en la audiencia no se expusieron los nombres, sí las iniciales: S.M.O. y H.A.C.
“Sabemos que a una mujer la violaron varios guerrilleros muy cerca del río Patía y a su esposo lo asesinaron. Él es señalado de dos violaciones, se llama Fabián Ramírez, pero no era del frente Occidental, sino del bloque Sur”, dijo Pacho Chino, en una suerte de lavado de manos, pero sin referirse a la realidad innegable: esta doble tragedia ocurrió cuando estaban en poder de las Farc.
La magistrada que presidió una de las audiencias, Marcela Giraldo, tras escuchar lo ocurrido, no preguntó detalles de los dos casos de violación. Preguntó algo que debía estar claro, ¿dónde tenía su comando de operaciones el bloque Occidental? Así, las respuestas se centraron en señalar puntos sobre un mapa y analizar distancias entre un corregimiento y otro. Las víctimas, nuevamente, sin respuestas.
“Si me toca darle patadas para que coma, lo hago”Llegó el momento para un cara a cara que esperó 22 años. De un lado, Éibar Meléndez, profesor y líder sindical, secuestrado por el frente 29 de las Farc en marzo de 2000, en el municipio Roberto Payán de la costa nariñense. Al otro lado, en la audiencia, sus verdugos al mando de Pacho Chino. Lo secuestraron por “rumores” de que era un sindicalista corrupto, sin una sola prueba. De hecho, Pablo Catatumbo reconoció que el secuestro se orquestó desde el estado mayor del bloque 59. El profesor Meléndez tuvo que caminar varios días en la espesa selva, su salud se deterioró en el cautiverio. Los ex-Farc admitieron que no estaba en condiciones de salud para resistir el secuestro.
Sobrevivió con un toldillo, un tendido y una cama de madera dura. Uno de los guerrilleros confesó: “Una compañera que lo cuidaba me dice que no quería comer, que iba a hacer huelga de hambre. Fui hasta donde él estaba y me dijo que le explicara, pues no entendía por qué lo habían privado de la libertad. Yo solo contesté, profesor, si me toca agarrarlo a patadas para que coma, lo hago. Eso es contrario a la ética, hoy entiendo que fue un error contrario a la doctrina comunista. No tiene lógica alguna”.
En este caso no fueron cadenas, pero el profesor tuvo que trasegar en el monte con amarres. “Había un guardia que le pudo haber puesto alguna sujeción, pero no creo que hayan sido cadenas, de pronto sí usaron poliéster. Eso destruye la dignidad del ser humano”, concluyó.
El profesor Meléndez fue liberado, pero hasta sus recuerdos, su memoria se la robaron. Justo antes de irse se quedaron con una libreta de apuntes en la que escribía los detalles de su cautiverio, la agenda terminó convertida en cenizas. Ahora le toca conformarse con la verdad que le quieran decir, porque incluso la suya fue quemada. Las respuestas, nuevamente, no llegaron. Preguntaron por la fuente que acusó al profesor de corrupto. Pacho Chino se limitó a citar a excomandantes muertos, como Raúl Reyes. Solo respondió: “Busquemos al bloque Sur, ellos saben todo”. La conclusión: al profesor lo graduaron de ladrón, lo amarraron en el cautiverio, su vida estuvo en riesgo por las extremas condiciones en su delicado estado de salud. Esa es la única verdad.
El secuestrado que mató a sus captores
Hay un secuestrado que se envalentonó, tomó acciones por mano propia, pero nunca volvió a aparecer. Una vez más, no hay respuestas. El único señalamiento contra el comerciante era “tener mucho dinero”. Hombres del frente urbano Manuel Cepeda y del frente 30 lo estuvieron esperando durante dos semanas a las afueras de su hacienda en el Darién.
“El compañero que lo secuestró nos cuenta que le hicieron seguimiento a sus rutinas y se ubicaron unidades afuera de la casa. Vimos llegar la camioneta, lo sacamos del carro y lo llevamos a una vereda llamada La Victoria”. “El secuestrado le pidió a un guardia que lo ayudara a escapar a cambio de 50 millones. Le fue enseñando al rehén a manejar los fusiles, les disparó, asesinó a varios y se voló. El único que quedó ileso fue el muchacho con el que después descubrimos había hecho el pacto”, contaron en la audiencia. Pero la respuesta buscada nunca llegó.
Al preguntar por su paradero o la ubicación de su cuerpo, la tesis de los exguerrilleros ante la JEP es que se lo pudo haber “comido la selva, es un misterio, nunca más supimos de él”, dijeron.
Embarazo en el cambuche
Como se conoce, aunque insisten en negarlo, las Farc no solo victimizaron a la población civil, también lo hicieron con las personas que integraban sus filas, especialmente con las mujeres. Mireya Andrade estaba plantada ante la JEP reconociendo sus delitos, pero ella misma sufrió una tragedia. Formaba parte del bloque Occidental, al que llegó a realizar incluso labores de coordinación de la subversión, y contó cómo tuvo que abandonar a su hijo recién nacido para volver a la guerra.
Con apenas 20 años, entró a las filas de las Farc, quedó embarazada en medio de fuertes operativos del Ejército y terminó dando a luz en un cambuche, a los siete meses. Salió del campamento para entregarle su hijo recién nacido a su madre y 14 días después regresó a combatir en las filas. La magistrada Lemaitre le preguntó por lo que sintió en ese momento. La respuesta de Mireya no tuvo palabras, solo un suspiro y fijó su mirada al piso. El dolor permanece intacto.