A lo largo de su vida pública de más de 50 años, Horacio Serpa Uribe afrontó múltiples crisis. Pero quizá ninguna como la época en que ejerció como ministro del Interior en el gobierno de Ernesto Samper en los años 90. La financiación de la campaña presidencial con dineros del Cartel de Cali produjo una hecatombe que se prolongó a lo largo de ese mandato.
Durante varios años, Serpa se dedicó de manera juiciosa a escribir sus memorias, que prácticamente estaban cerradas cuando enfermó. Él mismo quiso titularlas El país que viví y tienen 512 páginas en 25 capítulos. Es un relato muy personal, al punto que el lector creerá que sostiene un diálogo con el autor en la sala de su casa.
SEMANA publica los apartados más importantes relacionados con la crisis conocida como el proceso 8.000, es decir, la financiación de la campaña con dineros del Cartel de Cali:
El narco Pastor Perafán en la campaña de Samper
“Se programó un almuerzo en un reservado de un hotel a donde concurrieron varias caras conocidas y otras desconocidas, entre las que sobresalía la de un señor bien vestido que intervino poco sobre los asuntos políticos, pero ofreció colaborar en diferentes aspectos que se necesitaran para la campaña en el Cauca. Se trataba de lograr una mayoría samperista en esa región tradicionalmente liberal. Días después recibí una llamada del ministro de Defensa, Rafael Pardo, quien me citó a su despacho. Me pidió que habláramos sobre la reunión con los caucanos, cuya motivación y objetivos expliqué detenidamente. Una de las personas que asistió, me dijo el ministro, es el señor Pastor Perafán…”.
Renuncia a la campaña por diferencias con Fernando Botero
“Empezaron a surgir discrepancias entre los antiguos amigos de Samper que representábamos el sector político y la estructura que se estaba organizando por parte de Fernando Botero. Algunas de sus actitudes las interpretábamos como excluyentes. Lo comentábamos con frecuencia entre nosotros y un día decidí planteárselo a Samper. Manifesté que para no crear problemas había decidido aspirar nuevamente al Senado de la República, donde Samper como presidente necesitaría amigos. Sobre la campaña, dije que seguiría apoyándola resueltamente, pero desde la condición que estaba planteándole. Fue una larga y muy franca conversación, al término de la cual Samper me dijo que no me retirara dado que mi presencia era necesaria en la campaña y lo sería en el futuro gobierno, que sin duda iba a presidir a partir de 1994. Quedamos en que juntos lo pensaríamos y las definiciones finales las tomaríamos más adelante”.
El escándalo por la financiación de la campaña
“(Fernando) Botero llegó y me comentó que venía de hablar con el ministro Rafael Pardo, quien les había dicho a Samper y a él que el Gobierno tenía en su poder las grabaciones de unas conversaciones telefónicas en las que uno de los Rodríguez, jefe del Cartel de Cali, hablaba con alguien sobre la entrega de una enorme cantidad de dinero para financiar la segunda vuelta de nuestra campaña. No recuerdo qué me dijo Botero sobre la reacción que tuvieron frente a tamaña información”.
López no asistió a la posesión del presidente Samper
“La posesión presidencial fue muy solemne, con un acto nutrido y bien organizado. A la posesión asistieron varios presidentes latinoamericanos. No llegó el expresidente (Alfonso) López Michelsen, lo que produjo gran extrañeza dado que siempre se tuvo por cierto que le unía una cercana amistad con el nuevo mandatario. Después se comentó que López estaba disgustado con Samper porque le había aceptado la sugerencia de que Alfonso Gómez Méndez integrara la terna para fiscal y lo había comisionado para que se lo dijera, pero después había propuesto a Juan Carlos Esguerra”.
Me tienen contra las cuerdas: Samper
“Fue una larga caminata. En un momento dado Samper me tomó por el brazo y me dijo: ‘Horacio, me tienen contra las cuerdas’. Cuando creí oportuno le di mi parecer y le ratifiqué que para mí era claro su comportamiento en la campaña y en el Gobierno, y que por eso lo acompañaba con toda decisión, pero que no podíamos desequilibrarnos porque eso era lo que esperaban nuestros enemigos.
“Tenemos que aguantar así nos llegue el agua al cuello, le dije, porque el país se está polarizando y si defeccionamos se va a presentar una confrontación de efectos impredecibles. Su permanencia en el cargo contiene a nuestros amigos y mantiene a raya a nuestros enemigos, que no se atreverán a ir a las vías de hecho. Echemos para adelante y cuente conmigo”.
La confesión de Santiago Medina
“Santiago Medina me volvió a llamar y quedamos de vernos en la noche, a mi regreso de un viaje a Urabá programado con el fiscal Valdivieso y el procurador Vásquez Velásquez. Unos días antes, el gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, había convocado allí una reunión de las comunidades de la región. En algún momento del periplo el fiscal me dijo que seguramente tendría que llamar a indagatoria al extesorero de la campaña. Quedé preocupado. No porque me extrañara la decisión, sino porque sabía que el indagado no se lo esperaba y la noticia lo iba a intranquilizar. Le informé que precisamente esa tarde, al regreso de Urabá, tenía una reunión con Medina y pregunté que si le podía decir algo al respecto. Valdivieso respondió que sí, pero que no contara la fuente. Cuando me reuní con Medina me limité a decirle que dadas las cosas que estaban ocurriendo podrían llamarlo a indagatoria. Se molestó mucho. Se puso colorado, alzó la voz y me indicó en tono casi amenazante que el Gobierno lo tenía desamparado y que iba a contar todo lo que sabía, sin importar quién se viera afectado. De inmediato me reveló que sí era cierto que la segunda vuelta de la campaña había sido financiada, en buena parte, con dineros del Cartel de Cali. Me contó de su visita a los Rodríguez Orejuela y de su apoyo sustancial en dinero en efectivo. Se cuidó mucho de mencionar a otras personas, pero cuando le pregunté si el presidente Samper había estado al tanto de la situación, me respondió que no le constaba directamente, que nunca hablaron sobre el asunto, pero suponía que sí sabía”.
Me suena, me suena
“Unas horas después, al salir de la Comisión de Acusaciones a donde fui a dar una declaración, me abordaron los periodistas. Cuando me interrogaron sí pensaba que la DEA podría estar involucrada en el ataque armado al abogado (Antonio José) Cancino, contesté sin vacilaciones y casi desprevenidamente: “Me suena, me suena”. Fue la respuesta del año. No imaginé el escándalo que se armaría”.
Renuncia por decir “me suena”
Sabía que a esas horas la situación para el presidente era muy delicada, pues ya se conocía la protesta del embajador (Myles) Frechette y del Departamento de Estado por intermedio del señor (Robert) Gelbard, a quien poco le faltó para señalarme como agente del narcotráfico. Todos le pedían aclaraciones al Gobierno. Entonces fui a buscar al presidente y le dije que dejara de preocuparse por el “me suena”, pues le tenía la solución: presentaba la renuncia inmediata y que si ello no bastaba para “calmar la jauría”, que me destituyera fulminantemente. Samper se quedó mirándome y me dijo: “No voy a ser tan pendejo de perder a la persona que más está poniendo el pecho por el Gobierno. Tranquilo, que de esta también salimos juntos”. Nos abrazamos y seguimos pensando qué hacer.
Mamola
“En la Cámara de Representantes, donde la oposición citó un debate para pedir el retiro del presidente. Los ánimos estaban caldeados y momentos antes de intervenir le dije a Juan Carlos Posada (secretario de la Presidencia): “Aquí nos toca jugarnos el todo por el todo”. Mis respuestas fueron tan duras o más que las interpelaciones que le hicieron al Gobierno, y uno a uno respondí los agudos argumentos de la oposición y repliqué las acusaciones, especulaciones y suspicacias. De todo ello quedó una sola palabra. La pronuncié casi que sin pensarla, en un momento en el que al dirigirme a la audiencia levanté la voz y les dije con el puño derecho en alto: “¿Qué renuncie el presidente Samper? ¡Mamola!”.
La furia de Botero
“Durante mi vida tuve que soportar graves contratiempos, sortear grandes crisis, afrontar riesgos de toda clase, tomarles el pulso a las más duras situaciones de orden público, sufrir desprecios, amenazas, insultos y mil cosas más. Como muchas veces lo había dicho, creía que “ya me había curado de sustos”. Estaba equivocado porque ese día tuve una de las experiencias más difíciles de mi vida.
Al anochecer, salí de mi apartamento a la Escuela de Caballería. Cuando llegué, Cristo conversaba con Botero, quien nos agradeció la visita y nos dijo que sería una velada muy especial, pues lo visitaría el presidente Samper. Para celebrarlo había encargado una paella y una botella de vino tinto. Estaba eufórico.
“Por Dios, esto va a ser muy complicado”, pensé de inmediato. Creí que lo mejor era enfrentar de una vez el asunto y dije que el presidente no podía cumplirle la cita, dado que se le había presentado un imprevisto. ¡Quién dijo miedo! Se transformó y su alegría se volvió furia. De inmediato me contestó indignado que él no le podía hacer ese desplante. Que era una burla inconcebible e inexcusable, y que no toleraría ese agravio que entendía como una declaratoria de enemistad. Y diciendo eso y otros insultos, ante nuestro asombro se levantó de la silla, tomó un vaso de la mesa y lo estrelló iracundo contra la pared”.
Los vidrios saltaron por todas partes y le pedimos en buen tono con Cristo que se calmara, y que habláramos como amigos sobre el particular, porque le estaba dando al asunto unas características que no tenía. Botero se sentó un momento y respiró profundo, pero luego se levantó y empezó a recorrer la pieza de un lado a otro, vociferando y haciendo reclamos sobre la falta de solidaridad del Gobierno que, según él, lo había dejado solo afrontando una situación que debíamos asumir todos, con el presidente a la cabeza. Nosotros tratábamos de hablar, pero él nos interrumpía y en tono mayor seguía con sus imprecaciones y reclamos. La situación se ponía cada vez peor. No sabía qué hacer, si mantenerme en la actitud tranquila y conciliadora que había tenido hasta el momento, que no lo tranquilizaba, o encararlo y con voz fuerte exigirle una mejor compostura. Calmado le propuse, otra vez, que dialogáramos en calma. Tampoco mejoraron las cosas. Siguió con su diatriba y cogió otro vaso y lo estrelló contra la pared. Entonces me levanté de la silla y en tono fuerte le señalé que nosotros merecíamos buen trato y que no iba a tolerar que se aprovechara de nuestra paciencia para seguir faltándonos al respeto. Le indiqué que su comportamiento irreflexivo era absurdo y que no aceptaba ni una sola palabra más contra el presidente y contra el Gobierno. Botero intentó tomar otro vaso y me interpuse. Viendo que las cosas se podían agravar, le pedí a Cristo que saliéramos. En segundos cruzamos la puerta sin despedirnos. A la salida llamé al presidente y le conté azorado lo ocurrido. Quedamos de hablar sobre el incidente con más detalle el martes a mi regreso de Quibdó, a donde iría el día siguiente a participar en un foro universitario. No imaginaba que tendríamos que hablar antes de lo previsto”.
Botero habla
“El lunes 22 de enero de 1996, muy temprano, viajamos con Posada a Quibdó. Todo salía a las maravillas hasta cuando en pleno desarrollo del foro, momentos antes de mi conferencia, recibí una llamada urgente del presidente. Eran cerca de las seis de la tarde y estaba oscuro. “Botero va a dar unas declaraciones a CMI esta noche. Véngase inmediatamente de donde esté”, me dijo. De inmediato pensé que Samper había tenido razón en sus comentarios del día anterior. Fue imposible regresar a Bogotá porque no solo estaba cerrado el aeropuerto, sino que el avión no estaba autorizado para volar de noche. No hubo más remedio que terminar la reunión con una conferencia que es de las más inconexas que he dictado en la vida y, luego, esperar la entrevista con Yamid Amat. Salimos con Posada para el hotel, donde prestamos la mayor atención al reportaje que el país seguía con gran expectativa por las revelaciones que se harían. Botero, muy tranquilo y bien acicalado, con un crucifijo de fondo, corroboró la tesis de la financiación irregular de la campaña con dineros aportados por el Cartel de Cali y dijo que el presidente estaba enterado de esa situación. Contó diferentes detalles, pero desde un principio percibí que no se responsabilizaba de nada irregular, ni señalaba a Samper como autor intelectual del hecho u organizador de las gestiones que llevaron al fin delincuencial. “Samper sí sabía”, fue su más contundente declaración de cargo. De inmediato llamé al presidente, le expresé mi solidaridad y le di mis impresiones. Me dijo que estaba preparando una declaración, pues a pesar de que Botero no lo había incriminado como responsable de la financiación de la campaña, había mentido y de inmediato lo iba a desenmascarar ante el país”.
Se estaba desbaratando el tablado
“Se estaba desbaratando el tablado y era absurdo desconocer que en el país cundía la zozobra y que el Gobierno tenía serias dificultades porque perdía credibilidad y apoyo ciudadano. En ese Consejo de Ministros el presidente Samper reconoció que la situación era muy complicada, y dijo: “Entre Horacio y yo manejaremos esta crisis. Ustedes pónganse a trabajar con la mayor decisión y encomio, pues tenemos una responsabilidad de gobierno que de ninguna manera podemos defraudar”.
La campaña de 1998. La extradición de Samper
“Las encuestas me dieron por primera vez ganador, mientras se hacían los contactos para los debates en televisión. Se convino que fueran tres, dos entre los aspirantes a la Presidencia y uno entre los candidatos a la Vicepresidencia. Era muy importante participar en esos debates. Estuve entrenando en varias ocasiones. Los asesores me recomendaron que respondiera tranquilo, no me dejara provocar y no contestara los ataques de Pastrana, quien se suponía que se iría con todo. Así actué. En el primer encuentro, Pastrana fue persistente en sus ataques. Los eludí y traté de contestar de la mejor forma, pero las cosas no salieron bien. Fue un punto favorable a mi rival. La gente se quejó de que no respondí los ataques. El que calla otorga, me dijeron varios amigos. Para el segundo debate me preparé mejor. Se trataba de contestar preguntas que harían desde los medios y la academia. Varias veces nos reunimos con los asesores para pensar las posibles preguntas y tener preparadas las respuestas. Una infaltable sería la de si yo sabía hablar inglés, para la cual había pensado contestar que no, como Felipe González que tampoco lo hablaba y, sin embargo, gobernó a España durante catorce años. Otra pregunta contemplada era a propósito de mi relación con el presidente Samper, si era procesado o pedido en extradición por los Estados Unidos. Frente a esa posible pregunta nos habíamos detenido bastante. Sabíamos que sería una pregunta “bellaca” porque el presidente había sido absuelto y para nada tenía que responder ante las autoridades colombianas o extranjeras. Convinimos en que mi mejor respuesta era enfatizar que la ley estaba por encima de todas las cosas y la aplicaría rigurosamente. Pues salió la pregunta y respondí con la mayor confianza según lo acordado, cuidándome bien de no referirme personalmente a Samper. Como Pastrana debía responder la misma pregunta, dijo que Samper sería un expresidente de la República y que él no lo extraditaría. El efecto fue favorable a Pastrana, y todo lo que había ganado en las anteriores preguntas se desplomó. De nada valieron mi actitud propositiva, el haber estado en la ofensiva y mi serenidad para responder las “vergajadas” de mi opositor. Me di cuenta de ello cuando al terminar el debate me encontré con los asesores, a los que vi muy “cariacontecidos”.
Pero eso no fue lo peor. Esa noche estaba invitado a comer con Samper y Jacquin. Iría con Rosita y María Emma (Mejía). Todavía inocente de lo que pasaba, no comprendí bien cuando María Emma me dijo que “de todas maneras nos tocará ir a Palacio”. Pero pronto lo iba a saber. Cuando llegamos a la casa privada, el frío de la noche parecía un horno comparado con el hielo con que me recibió el presidente. La reunión comenzó muy mal porque no sabíamos de qué hablar. Me di cuenta de que Samper estaba muy dolido por mi respuesta, de la que a su juicio se desprendía que él podría ser enjuiciado por los Estados Unidos por la financiación de la campaña. Nadie puede imaginar que me prestaría para semejante suposición. Pero era lo que flotaba en el ambiente. Ya bien compenetrado con la situación, puse el tema e hice algunas explicaciones. Pero el aire era de glaciar. Para tratar de superar el impase, el presidente y yo, por iniciativa suya, decidimos retirarnos a una salita contigua para sincerarnos frente a la situación y recuperar la confianza. Le dije que la respuesta había sido planeada, y que si había salido mal, lo lamentaba, pero ya no había remedio. Que él sabía muy bien mi pensamiento al respecto y no podía dudar de mi buena fe, pues nunca utilizaría mal su nombre para sacar provechos electorales. Al final se impuso la amistad y después de un trago de whisky regresamos a conversar con las señoras, que se habían quedado hablando quién sabe de qué cosas. Durante años he pensado sobre lo apropiado de mi respuesta. Tal vez fui torpe, o por ingenuidad caí en una trampa preparada quién sabe por qué mente diabólica. Pero me convenzo de haber respondido acertadamente, cuando reflexiono sobre lo que me habría pasado si hubiera contestado lo mismo que Pastrana. Me hubieran caído rayos y centellas, y hubiera sido atacado salvajemente de amiguismo, encubrimiento; me habrían gritado prevaricador, irresponsable y mil epítetos más”.