Sin restricciones, vestidos con sus trajes de gala, un puñado de excombatientes de las Farc se paseó este 20 de julio por los pasillos del Congreso. En medio de la pesadilla que viven por el turbulento aterrizaje a la arena política, Pablo Catatumbo, Carlos A. Lozada, Victoria Sandino y la esposa de Manuel Marulanda, Sandra Ramírez, hicieron un alto en el camino y llegaron al recinto para encarnar el objetivo más profundo que se ha conquistado desde que se firmó la paz: desterrar la violencia de la política. Después de 53 años, quienes pensaban cambiar el mundo con las armas, ahora se alistan para dar la batalla en el plano de las ideas.
Pero a pesar de este hito en la apertura democrática del país, para muchos colombianos llegó la hora de tragarse el sapo más grande que dejaron las 310 páginas del acuerdo. Que haya elegibilidad política para los señalados por delitos de lesa humanidad es una discusión que no se termina de zanjar. De hecho, tras el infructuoso intento de los voceros del No en el plebiscito por incluirlo en la renegociación en 2016, ahora el tema se convirtió en uno de los puntos que quiere cambiar el nuevo gobierno.Puede leer: ¿Recargado o disminuido?: Del uribismo 2002 al uribismo 2018Cuesta arriba, mientras tanto, avanzan la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc). Al centro de Bogotá la bancada llegó incompleta. El escándalo por narcotráfico que envuelve a Jesús Santrich enredó su curul y espantó otra. De las diez que se pactaron en La Habana, en el acto apenas ocho tomaron posesión hasta que se defina si Benkos Biojó (Senado) y Benedicto González (Cámara por Atlántico) tendrán que asumir las dos que quedan.Santrich no está condenado y técnicamente no se encuentra inhabilitado para ocupar el cargo. Sin embargo, el solo hecho de estar en la cárcel lo deja prácticamente fuera del ring. Difícilmente la Fiscalía, que la semana pasada le negó la posibilidad de comparecer ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), le habría otorgado un boleto de salida. En el caso de Iván Márquez, a pesar de que no tiene ninguna inhabilidad a la vista que le impida tomar su curul, con su sobrino cantando en Estados Unidos ante la DEA no se mostró muy interesado en pasearse por los pasillos del Capitolio como lo dejó ver en la carta que envió la semana pasada y en la que expone tres circunstancias “insalvables” que se interpusieron en su posesión como senador.
Ahora bien, desde que el jefe del equipo negociador de las Farc se refugió en Caquetá, no paran de soplar vientos de división, duros debates, intrigas y argucias propias de la política, pero adentro del partido. Algunas, motivadas por el caso de Jesús Santrich y otras que se vienen enconando desde que se negoció la dejación de armas. Si bien el país celebró que el desarme se dio en tiempo récord, adentro creen que los dejó sin margen de maniobra para presionar y evitar “el rosario de incumplimientos” del Estado.Puede leer:¿Aliados o cada lora en su estaca?: Una oposición más numerosa y con tres jefesPero los choques internos que enfrenta la Farc no son ajenos a lo que frecuentemente pasa en las colectividades del país. El problema aquí es que una crisis de liderazgo en la exguerrilla se acentuaría si Santrich y Márquez no asumen su curul. Esto tendría un especial efecto teniendo en cuenta que a un año y medio de la implementación las cosas no caminan como deberían y ambos representan un ala que fue determinante a la hora de moldear el carácter que tiene la exguerrilla como partido. Del éxito que tenga el movimiento depende que se imponga la premisa de las balas por votos, y los desmovilizados se aferren al proyecto de tal forma que se reduzca la tentación de irse para las bandas criminales . Pero para que eso ocurra, la participación debe sentirse en todos los pisos de la pirámide y no solo en la punta de ella.“La Farc se tiene que sacudir y conectarse con un país urbano, joven, con expectativas en materia de medioambiente, género, igualdad y disminución de la pobreza”, manifestó Eduardo Pizarro. Para sobrevivir en el Congreso y lograr convertirse en un partido de poder y no estrictamente testimonial, como ocurrió en Guatemala, deben mostrarse como una opción constructiva y despolarizante. Defender el acuerdo está en su ADN, pero para no proyectarse como lo hicieron las guerrillas desmovilizadas en los noventa, deben ampliar su agenda. Necesitan empatar con el país urbano y eso solo lo conseguirán con propuestas aterrizadas que los aproximen a ese país que siente la guerra distante y se muestra agobiado por otros problemas.