Genaro García era un hombre del pueblo. Líder de las comunidades afro del río Mira, en el Pacífico nariñense, había dedicado toda su vida a la lucha por la tierra y la autonomía de su gente. No era un oligarca, ni un hombre de armas, ni representante de un Estado opresor, ni de un régimen. No tenía amigos en el poder. Y, sin embargo, todo parece indicar que las FARC lo mataron como si se tratara de su peor enemigo. El pasado 3 de agosto un grupo armado lo bajó del carro en el que viajaba, lo obligó a tenderse en el piso y le disparó directo a la cabeza y las piernas. Hoy sus comunidades lo lloran y piden que la guerrilla, desde La Habana, se pronuncie sobre este crimen. La columna Daniel Aldana de las FARC había hostigado durante los últimos años a García, sin tregua. En octubre del año pasado, los guerrilleros le notificaron que estaba destituido como representante legal del Consejo Comunitario del Alto Mira y Frontera, y que sería asesinado si seguía al frente de esta organización. La comunidad, sin vacilaciones, lo ratificó como líder, en un gesto de valiente resistencia a quienes, amparados en los fusiles, querían dominar sus organizaciones. Desde entonces las amenazas fueron permanentes y tuvo que irse por un tiempo. Lo citaron a varias reuniones a las que él no acudió, hasta ese fatídico día en el que unos campesinos le anunciaron que había sido llamado a limar asperezas con los guerrilleros. Y lo mataron. ¿Por qué era tan incómodo Genaro García? La columna guerrillera Daniel Aldana, así como otros grupos interesados en la coca y la minería que son la vorágine del Pacífico, han convertido en un calvario la lucha por la tierra y la autonomía de los pueblos afro. Según el gobernador de Nariño, Raúl Delgado, actualmente hay diez líderes étnicos amenazados y en los últimos años han sido asesinados varios de ellos. Al punto que la Corte Constitucional lanzó un auto de alerta para que el Estado los proteja. Algo todavía remoto. Genaro tenía para su seguridad un celular, un chaleco y dos escoltas compartidos. Esa columna en particular, la misma que causó una tragedia ambiental con el petróleo regado sobre el río Mira hace apenas unas semanas, ha demostrado su desprecio por las organizaciones afro durante una década, y ha querido someterlas a sus designios políticos. Y ahí está uno de los elementos más graves de esta muerte: el constreñimiento de la participación social y política de estas comunidades. A la guerrilla le incomoda la lucha por los títulos colectivos de tierras, que era el fuerte de Genaro, pues estos interfieren en sus estrategias de control territorial, de corredores estratégicos entre el mar y la selva, para el narcotráfico. Los títulos colectivos también frenan la llegada de colonos cocaleros, lo cual afecta directamente el bolsillo de este grupo armado. Las FARC también interfieren en las organizaciones campesinas y han azuzado la división entre estas y las afro. La palabra autonomía les da escozor y hay denuncias de que están, aun armados, interfiriendo en el debate electoral. Testimonios de autoridades y comunidades de la región coinciden en que la columna Daniel Aldana ha llamado a respaldar algunos candidatos al Concejo y la Alcaldía de Tumaco, y que personas como Genaro se han negado a hacerlo. La muerte de Genaro García demuestra cuán difícil le será a esta guerrilla no solo dejar las armas, sino incorporarse a los valores democráticos. Por algo Todd Howland, representante de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU en Colombia, dijo en un comunicado que “las FARC deben reconocer que no todos sus integrantes están listos para integrarse a un mundo en el cual hay que respetar las opiniones diferentes”. Las FARC dicen que están investigando el hecho. Hasta el cierre de esta edición no se habían pronunciado. Pero resultaría muy incoherente que una guerrilla que ha declarado un cese unilateral, que no quiere ir a la cárcel ni un día, que ha pactado una apertura democrática con el gobierno, y que cada día pide garantías para sus propias vidas denieguen la democracia, el libre albedrío y la vida a quienes viven bajo la dictadura de sus fusiles.