En la casa de los Rodríguez-Prada-Bermúdez-Zabala suena una y otra vez Mi vida sin ti, una canción de la banda española La Oreja de Van Gogh, que se convirtió en una especie de himno familiar: “Vamos a querernos toda la vida, como se quieren la noche y el día cuando hablan de ti”.
La historia comenzó en 1999, cuando Alejandro Rodríguez, licenciado en educación física y bailarín, conoció a Manuel José Bermúdez, periodista y docente universitario. Se enamoraron perdidamente y contra viento y marea, en una ceremonia simbólica, se casaron cuando no había legislación que lo permitiera.
Luego, en 2003, llegó el tercer mosquetero a la relación. Era Álex Zabala, experto en gerenciamiento de sistemas de salud, quien también sucumbió a los encantos de la pareja ya formada.
“Y con él iniciamos una relación al tiempo; una decisión muy de nosotros, también pensando en esas formas primitivas de pensarse la vida porque tradicionalmente le dicen a uno que tiene que cortar, tiene que enojarse y pelear con todo el mundo para arrancar con una relación. Y aquí decíamos: ¿pero por qué si todavía nos queremos y sentimos amor? Las actuaciones en la vida se deben asumir sin importar las consecuencias”, explica Alejandro.
Esa cuota inicial de la felicidad se convirtió en total plenitud en 2012, cuando al grupo se unió Víctor Prada, maestro de arte dramático.
“Teníamos algo muy conversado desde el principio y es que, si alguien te mueve el piso, hablémoslo a ver qué pasa, qué hay que hacer, porque no se trata de romper simplemente, sino de tratar de negociar el asunto. De todas maneras, es más difícil tener que enamorar a tres que a uno, y se fue quedando y ya lleva con nosotros diez años”, continúa relatando Alejandro. Este cuarteto se convirtió en lo que técnicamente se considera una familia poliamorosa, es decir, un grupo que rebasa el entorno tradicional de padre, madre e hijos para confirmar una instancia pluriafectiva, con sus propias dinámicas y normas.
En este caso, una de ellas era la libertad de explorar sus afectos más allá de las cuatro paredes donde vivían. “El enamoramiento se fue convirtiendo en algo que era todos los días, no nos olvidamos de que el otro está ahí y que forma parte de mi vida, aunque yo esté viviendo sexualmente otras cosas. Eso es lo fundamental, el amor se construye todos los días”, sostiene Víctor.
En ese trasegar conjunto, descubrieron que en el interior de los cuatro podrían formarse parejas por cuenta de las afinidades y gustos, y más allá de las convenciones sociales. Así que le dieron rienda suelta a lo que sentían el uno por el otro y por el otro y por el otro, sin más temor que el de enamorarse todavía más.
“Víctor es una pareja con Alejo por sus afinidades, por ejemplo, la danza y el teatro; Alejandro y yo somos una pareja desde nuestras afinidades, además porque arrancamos hace mucho tiempo y nos hemos acompañado en muchas cosas, conversamos mucho. Con Víctor soy otra pareja, con Álex era otra pareja, además con muchas particularidades porque teníamos muchas cercanías en nuestras crianzas de barrio. Es sencillamente amor, esto lo entenderán quienes se han enamorado”, sostiene Manuel.
Y si hay algo que tuvieron claro los cuatro desde siempre era que ninguno era propiedad privada del otro, ni en lo sentimental, ni muchísimo menos en lo sexual.
“Manuel dice que es muy bonito sentir que a tu pareja la desean; yo no entiendo quién le metió en la cabeza a la gente ese cuento de que a uno lo castraron, de que firmas el papel o te pones el anillo y te mataron sexualmente. No quiero decir que tener un montón de relaciones y sexo desaforado sea normal, pero si uno lo quiere vivir no está mal. Sencillamente es tener una sexualidad responsable”, acota Alejandro, quien relata que jamás tuvieron en cuenta las miradas inquisidoras que los juzgaban.
De hecho, aguantaron el chaparrón de las murmuraciones sin piedad hasta que los propios vecinos y amigos entendieron que lo que muchos reducían a un carnaval sexual era, realmente, una familia compuesta por cuatro hombres que se amaban profundamente.
“A uno le preguntan qué hace en la cama, y nosotros decimos: ‘mire, en la cama vemos televisión, leemos, soñamos, nos acompañamos, nos cuidamos y dormimos’. Esto pasa del morbo de cuatro hombres teniendo sexo en la cama –que es algo que también disfrutamos mucho– a cuatro hombres que se están acompañando, consintiendo y queriendo, que en últimas es lo que hace una familia”, dice Manuel con una sonrisa que delata su plenitud.
Un adiós inesperado
Pero el destino le tenía reservada una prueba de fuego a la familia más feliz de Medellín. A finales de 2013, Álex Zabala fue diagnosticado con un cáncer terminal y los médicos, en medio de su sinceridad, les aconsejaron a los cuatro aprovechar los tres meses de vida que le quedaban.
Pisaron el acelerador a fondo y, según cuentan, vivieron tan intensamente que hicieron todo aquello que tenían en la lista de pendientes y estaba aplazado por cuenta de sus trabajos.
“Nosotros nos volcamos a acompañar a Álex tres meses, hasta que murió, en búsqueda de la felicidad, e hicimos las cosas más locas, quería una moto, ahí está su moto, y quería un carro, ahí está su carro. Para el médico era mucha noticia, y preguntaba quién es la familia de Álex, pues nosotros tres, y él dio autorización para que los tres estuviéramos con él todo el tiempo en el hospital. Hicimos todo para que fuera feliz”, explica Manuel, nostálgico, pero convencido de que esos tres meses fueron, tal vez, los más felices del cuento de hadas.
En medio del dolor por la partida de Álex, y de lo que llaman una inesperada viudez, enfrentaron el proceso judicial por su pensión.
Asesorados por Germán Rincón, el abogado que ha logrado sonadas victorias judiciales para la comunidad LGBTI+, la Corte Suprema los reconoció como una familia poliamorosa y ordenó que esos recursos quedaran en cabeza de ellos y no de la madre de Álex, quien también los solicitó.
“Lo que nos importa es que quede en la memoria del mundo como aparece en ese fallo de la Corte: que somos una familia respetuosa, respetable, con todos los criterios de familia, construida en el amor”, explica Manuel.
Víctor, quien no fue cubierto por la orden judicial, pues no alcanzó a convivir el tiempo necesario exigido por la ley con Álex, confiesa que el episodio sirvió para explicarles a sus alumnos que la justicia protegió a una familia que, incluso incompleta, era sinónimo de amor del bueno.
“Les conté que tengo una familia poliamorosa con mis dos esposos, y los niños no dijeron nada absolutamente; las señoras que estaban allí, que eran las mamás de los niños, me miraron como diciendo: tan bacano, profe”, asegura sonriente.
La decisión judicial, pero sobre todo la certeza de que la muerte de Álex los fortaleció como familia, les dio el impulso para luchar por un sueño que tienen en obra negra: la adopción. Un asunto que están discutiendo para tomar la decisión en el momento indicado.
“Siempre lo hemos contemplado como familia, y con este fallo de la Corte hay muchas más posibilidades de menos enredos en términos de la paternidad, que sería compartida por los tres”, revela Manuel.
Alejandro, con una convicción envidiable, resume toda esta historia de amor puro y de dolor colectivo con una frase que espera, según dice, se convierta en una realidad en Colombia: “La familia no es con quién me acuesto, sino con quién construyo, edifico y me cuida. Así es el amor”.