El personal de salud de Puerto Gaitán está indignado. Nadie logra concebir cómo puede ser posible que en la nueva meca petrolera de Colombia, el municipio que más regalías recibe en el país y en donde se han ejecutado jugosos contratos para la nutrición infantil, cada mes lleguen al hospital niños indígenas raquíticos, que se mueren por cuenta del hambre que pasan. "Nos los traen cuando ya prácticamente no hay mucho que hacer", dice un médico. "Vienen con el 'signo de bandera', que es el pelo parado y que se quiebra y cae fácilmente; la piel es áspera y de escamadura, llegan pesando cinco u ocho kilos, ya ni sostienen la cabeza", agrega otro funcionario de la misión médica. El caso más reciente ocurrió el 11 de septiembre. Era un bebé de once meses que al poco tiempo de llegar falleció con un diagnóstico inadmisible en pleno siglo XXI: anemia severa. No tenía ni una gota de sangre en los órganos y estaba totalmente pálido. El hospital de Puerto Gaitán es de nivel básico, por lo que la mayoría de los niños deben ser remitidos de urgencia a Villavicencio, un viaje de tres horas en el que varios han fallecido. Así le ocurrió en julio pasado a un bebé de un año que provenía del resguardo Wacoyo -a una hora de la cabecera de Puerto Gaitán- quien presentaba enfermedad diarreica aguda, neumonía y deshidratación. Varias circunstancias configuran este tétrico panorama de mortalidad infantil evitable. La mayoría de los niños son indígenas de la etnia sikuani que provienen de alguno de los nueve resguardos dispersos por los 17.000 kilómetros cuadrados del municipio (80 por ciento rural). Los pequeños generalmente llegan al hospital en brazos de sus padres, que caminan bajo el sol encendido por trochas de tierra roja por donde también culebrean día y noche tractomulas cargadas de crudo. Pero buscan auxilio casi siempre a última hora, tras mucho tiempo de penurias y solo después de que intentan sanarlos con sus medicinas ancestrales. Santiago Ramírez, presidente de una comunidad indígena de 90 familias sikuanis que malviven asentadas en la cabecera urbana de Puerto Gaitán, explica que en el pasado su etnia era nómada y que con la llegada de las empresas petroleras y agroindustriales perdieron la libertad y el medio ambiente se contaminó. Ahora son sedentarios y no tienen terrenos aptos para cultivar. "Los niños son los más fregados porque no hay comida. En todos los resguardos hay hambre", dice Ramírez. Algo semejante explica la mesa indígena, integrada por los líderes de los resguardos y que es la voz de los cerca de once mil nativos de este municipio, es decir, casi la mitad de la población. En un memorial que llevaron la semana pasada ante el vicepresidente Angelino Garzón, explican que la contaminación de las fuentes de agua y la tierra dificulta la caza, la pesca y el cultivo alimentos; "por ello se nos presentan severos problemas de desnutrición, especialmente en la población infantil". Y también ratificó ese razonamiento a SEMANA el director de Pastoral Social, que conoce la zona desde años atrás. La desnutrición severa hace que los niños sean extremadamente vulnerables, en esas condiciones cualquier afección puede significarles la muerte. Por ello, las causas de deceso varían y es difícil consolidar cifras de cuántos infantes mueren por hambre. Sin embargo, el Dane certifica que Puerto Gaitán registra una tasa de mortalidad infantil de 61 niños por cada 1.000 nacidos, la más alta del departamento del Meta, que es de 32, que a su vez es más alta que el promedio nacional, que llega a 20 (año 2009). ¿A dónde han ido los contratos? No hay duda de que el tamaño del municipio (es el quinto más grande de Colombia) y la complejidad de la cultura indígena son variables que inciden en el problema, pero aun así nadie entiende por qué se presenta esta situación de calamidad si el municipio ha ejecutado una serie de contratos expresamente para atender la desnutrición infantil. Esa preocupación trasciende al pueblo mismo. En un documento de la Secretaría de Salud Departamental del Meta, del pasado 8 de junio, se solicita una inspección para "aclarar las responsabilidades" ya que solo en el primer semestre del año se han presentado 13 casos de muerte infantil indígena en Puerto Gaitán: seis corresponden a niños menores de 5 años y siete a decesos perinatales (poco antes o inmediatamente después de nacer). El mismo escrito llama la atención sobre varios contratos que la Alcaldía ejecutó en 2010 para atender la desnutrición infantil. El primero, por 1.500 millones, se suscribió en julio para "la recuperación y el diagnóstico de la desnutrición". El segundo, por 1.001 millones, data del 16 de septiembre y es para "el mejoramiento de las condiciones alimentarias de los menores de 5 años en los nueve resguardos indígenas". SEMANA indagó y encontró otro contrato por 2.000 millones de pesos firmado el 9 de junio de 2011, para "la prestación de servicios y recuperación nutricional de los niños de Puerto Gaitán". Al revisar las contrataciones surgen inquietudes. Hay gastos cuyo valor sorprende. Por ejemplo, en uno de ellos el costo de la consulta con un médico general por niño es de 927.000 pesos, mientras que la consulta de cada menor con un especialista en nutrición es de 1.336.500 pesos. Con esta inversión, dirigida específicamente a atacar el problema, es difícil entender por qué siguen llegando niños famélicos al hospital. Bolaño, cabe anotar, ha sido dos veces alcalde (2001-2003 y 2008-2011) y de 2004 a 2007 gobernó un cuñado suyo. Esta revista buscó al alcalde, Óscar Bolaño, en su despacho y a través de sus principales asesores durante varios días, pero no fue posible contactarlo para escuchar sus explicaciones. Algo, sin duda, no está funcionando bien en este municipio al que la producción petrolera le ha dejado regalías por 65.000 millones de pesos en lo que va del año. Y en 2010 recibió en total 96.000 millones por ese concepto. La dramática muerte de estos niños es apenas una de las expresiones. El municipio solo cuenta con 27 policías, tiene agua dos horas al día, a cada rato se va la luz y el 44 por ciento de su población vive en la miseria. Sin embargo, los visitantes se encuentran al llegar con un gigantesco arco de concreto que costó 2.500 millones de pesos o tienen la posibilidad de asistir a un festival de verano en el que se gastan 1.200 millones de pesos con Willie Colón y Daddy Yankee a bordo. Los niños indígenas "vienen en condiciones tan lamentables que a veces ni se pueden canalizar porque físicamente no les encontramos venas para ponerles suero", dice un médico, al que le toca lidiar con los estragos que causa el hambre en una zona cuyo suelo está saturado de riqueza pura.