A Rodrigo Jiménez el anuncio de la reapertura de la frontera entre Colombia y Venezuela, en su paso por Cúcuta, lo sorprendió cuando estaba a punto de cerrar su microempresa de textiles. El bolsillo, dice, ya no aguantaba más, tras siete años de cierre fronterizo, crecimiento de la extorsión y el encarecimiento de la materia prima.
La noticia le cayó como una bocanada de aire en medio del ahogo. El entusiasmo que acarrea este tipo de anuncios no se hizo esperar. Decidió no cerrar la microempresa y además retomar conversaciones de importaciones y exportaciones con sus antiguos socios en Venezuela, con quienes mantuvo comunicación –y algunos negocios– durante estos años, pero regidos por criminales instaurados por bandas delincuenciales que se adueñaron de los pasos porosos y trochas.
Para pasar un puñado de mercancía entre los dos países era necesario aventurarse por trochas, río y quebradas, pagar peajes a quienes a sangre y fuego controlan la zona, y destinar al menos un coyote (hombres y mujeres que conocen el camino como la palma de su mano) para asegurar que la encomienda llegase a feliz término.
Con toda esa logística marcada por la ilegalidad, el costo de los productos –y de la vida– subió considerablemente en Cúcuta. Muchos micro y medianos empresarios cerraron sus negocios. No aguantaron más, pese a que hace un año se abrió un paso peatonal con horarios entre 5:00 a. m. y 6:00 p. m.
El anuncio de reapertura de la frontera lo hizo el presidente electo Gustavo Petro, quien manifestó que, una vez posesionado, derrumbará las barricadas y alambres de púas que impiden el paso vehicular. Desde 2015 la frontera de Cúcuta no sabe qué es el transitar de un automotor. “Nosotros estamos muy entusiasmados, porque ¿usted se imagina? uno ya puede enviar su carga normal: por el puente, como debe ser”, dice Rodrigo.
Su entusiasmo es tal que pasó de la decepción al optimismo de expandir su negocio y abrir más empleos.Víctor Bautista, secretario de Fronteras, Asuntos Migratorios y Cooperación de Norte de Santander, señala que los últimos siete años fueron muy duros para la economía y seguridad del departamento.
“Esta es una frontera que ha tenido en los últimos años imágenes tan críticas como alambrados de púas y las personas han encontrado un sinnúmero de dificultades para mantener sus relaciones sociales”, explica.Dice, además, que antes de 2015 el flujo vehicular por la frontera era de aproximadamente 200.000 vehículos diarios. Esa cifra, luego del 19 de agosto de aquel año, pasó a ser cero. El paso entre Norte de Santander (Colombia) y el estado de Táchira (Venezuela) fue cerrado unilateralmente por Nicolás Maduro, luego de una serie de ataques verbales con el entonces presidente Juan Manuel Santos.
El cierre, que era de apenas unas horas, se extendió por siete años. Tras la salida de Juan Manuel Santos del poder, el presidente Iván Duque planteó un cerco diplomático al régimen de Nicolás Maduro, situación que sepultó cualquier punto de negociación.
“Hemos pasado siete años de dificultades, pero ahora estamos ante una etapa positiva que requiere también una visión, planificación técnica y unos efectos sobre la población de lado y lado de la frontera, que asciende a más de dos millones de habitantes, entre los departamentos de Táchira y Norte de Santander”, agrega el secretario Bautista.
Zona complementaria
El secretario de Fronteras también es consciente de que la frontera no es solo el paso entre países vecinos, sino una zona complementaria en actividades económicas. La mayoría del comercio, a escala regional, se produce con textiles, plásticos y combustible. Por eso, la microempresa de Rodrigo será una de las más beneficiadas con la reapertura. “La no comunicación de los gobiernos ha generado que las bandas delincuenciales, que tienen el control de los pasos ilegales, se multipliquen.
Yo recuerdo que antes del cierre había tres estructuras que controlaban el panorama delincuencial; hoy, son alrededor de 15”, reseña Bautista.
De otro lado, Carlos Luna, presidente de la Asociación Intergremial de Norte de Santander, asegura que el beneplácito no es solo del sector textil, sino de todo el empresariado de esa región. “Recibimos esta noticia con mucho optimismo, es algo que estábamos esperando desde hace mucho tiempo. Para nosotros es fundamental, porque hace siete años no pasan vehículos por nuestros puentes. Hemos perdido esa demanda de productos desde Venezuela”, explica.
Manifiesta que el cierre de la frontera de Cúcuta fue un despropósito, porque mientras ese paso estuvo inhabilitado, en Paraguachón (La Guajira) siempre se mantuvo abierto. “Es un absurdo que se haya cerrado esta frontera por siete años, que se hayan perdido empleos y que las personas tuvieran que cruzar el río con todos los riesgos que eso implica, así como atravesar las trochas. Vale la pena hacer un alto en el camino y la reflexión es que por ningún motivo se puede volver a cerrar la frontera”.
Mientras las autoridades se alistan para la reapertura, el comercio enciende baterías y la ciudad prepara un gran banquete industrial; Rodrigo hace planes de lo que será su vida a partir del 7 de agosto, cuando, según lo manifestado por el presidente electo, se derriben los alambres de púas. “Yo solo quiero trabajar mucho para recuperar parte de lo que se perdió”, dice con la simpleza de quien confía ciegamente en el futuro.