Los últimos días han sido movidos en el Ministerio de Cultura. El alboroto surgió por la salida de varios funcionarios con buena reputación en el sector al tiempo que el Gobierno nombraba viceministro al promotor del concepto de economía naranja, Felipe Buitrago, hasta ahora consejero presidencial. El sector cultural es particularmente sensible y difícil. Y ya había manifestado malestar a comienzos de este año por dos cambios: el de Consuelo Gaitán, quien dirigió por algunos años la Biblioteca Nacional, y el de Armando Martínez, cabeza del Archivo General de la Nación. La ministra de Cultura, Carmen Inés Vásquez, nombró a dos personas con hojas de vidas apolíticas y expertas: la historiadora y bibliotecóloga Diana Restrepo Torres, en la Biblioteca; y el escritor Enrique Serrano, en el Archivo.
Carmen Vásquez, Ministra de Cultura El perfil de los nuevos funcionarios calmó las aguas por un rato. Sin embargo, estas volvieron a agitarse apenas se supo que, después de renuncias protocolarias al año de gobierno, se la aceptaron a Manuel José Álvarez, quien desde 2013 venía desempeñando un trabajo destacado como director del Teatro Colón, y a Ernesto Montenegro, desde hace cuatro años al frente del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh). A Claudia Franco, quien venía gerenciando la Orquesta Sinfónica Nacional, no le renovaron el contrato.
En el caso de Álvarez, se aseguró que su salida se debía a que le dijo no a varias entidades que le solicitaron hacer eventos en el teatro, con el argumento de que el Colón era para otras cosas. Y en el de Montenegro, ha habido especulaciones más complejas. Algunas fuentes consultadas por SEMANA aseguran que desde la Presidencia, en particular, le metieron presión al director del Icanh para que cambiara protocolos y tiempos de estudios arqueológicos previos a obras de infraestructura o de construcción, a lo cual él mostró resistencia. En su Twitter anotó: “Contradicciones insuperables con la Presidencia sobre la existencia y la autonomía de la investigación social y de los conceptos que de allí se derivan propician mi salida del Icanh”. En Palacio niegan esa versión, y otra que tiene que ver con un supuesto rechazo a Montenegro porque él lideró los estudios técnicos para la APP de rescate del galeón San José, estructurada en el Gobierno anterior.
Es lógico que cada Gobierno y cada ministro escojan sus equipos según sus áreas de interés o cercanía. Eso probablemente pasó en este caso. “No hay motivaciones políticas en la salida de nadie. Ellos habían cumplido un ciclo y yo necesitaba armar mi propio equipo”, asegura la ministra Vásquez. Por eso, más allá de esas salidas, razones profundas explican las preocupaciones de una parte importante del sector cultural con el Gobierno de Duque. La primera de ellas, lo que significa la llegada de Buitrago como líder de la economía naranja. El viceministro David Melo, a quien reemplazará Buitrago, estuvo encargado durante un año de la propuesta de coordinación estatal para impulsar esa idea. Si bien la economía naranja es compatible con la concepción tradicional de cultura, el sector no ha comprendido bien este engranaje. Buitrago explica que la producción cultural requiere sostenibilidad económica, pero hay quienes argumentan que el componente naranja busca mercantilizar la cultura y poner la lupa sobre las industrias culturales, y no sobre temas como el patrimonio o la producción ancestral. A pesar de que ha aumentado, el presupuesto de cultura sigue siendo el más bajo de los ministerios. La ministra Vásquez ha terciado en el debate y asegura que en la gestión pública, ambas líneas irán de la mano: “Cuidar las tradiciones y promover la economía naranja”. Sin embargo, por un lado el Gobierno ha tenido dificultades para comunicar su propuesta, y por el otro, en Colombia ha primado hasta ahora otro modelo de desarrollo cultural. Mientras la economía naranja se apoya en la idea de una cultura autosostenible, en el país hasta ahora había prevalecido la concepción francesa de que el Estado debe subsidiar aspectos centrales de la cultura. Más aún cuando se trata de promotores que en muchas áreas requieren apoyo ciento por ciento estatal y de audiencias que en varios sectores todavía están en formación.
Pero la ministra insiste en tranquilizar: “Aquí no hemos caído en cuenta de que la economía naranja ya venía funcionando, y de que fue aprobada en una ley de 2017 de autoría de Iván Duque cuando era senador”, insiste. Y afirma que esta no competirá con el trabajo de promover la tradición. Además del concepto, la institucionalidad de la economía naranja también resulta difícil de comprender. Comenzó a funcionar el Consejo Nacional de Economía Naranja, del cual forman parte varios ministerios, pero está regido por el de Cultura. Expertos del sector argumentan que el Ministerio de Comercio ha debido asumir ese liderazgo. No en vano, las industrias culturales en las que se apoya la economía naranja están orientadas a un tema de productividad y política comercial, que sobre todo tiene lugar en ámbitos urbanos. “La misión del Ministerio de Cultura está orientada a fortalecer los territorios, pero las grandes productoras y promotoras de las industrias creativas se encuentran en territorios urbanos. Nuestro reto es hacer compatibles ambas cosas”, asegura un alto funcionario. Él recuerda que el primer gran logro de la economía naranja que evocó el presidente Duque tuvo que ver con una producción televisiva. Precisamente, los sectores que menos comprenden cómo se articulará esta economía representan esa visión tradicional de la gestión cultural. “Un año después de estar en este sector, no entiendo en qué medida la economía naranja promueve las artes y, sobre todo, las democratiza”, asegura el exdirector del Colón.
La llegada al Ministerio de Cultura de Felipe Buitrago, hasta ahora consejero presidencial para la economía naranja, generó preguntas sobre la relación entre esta y la cultura tradicional. Además de las dificultades que ha encontrado el discurso de la economía naranja entre los promotores culturales, están las críticas relacionadas con el presupuesto destinado al Ministerio de Cultura. Señaló Duque en campaña que este sería uno de los ministerios privilegiados, y logró casi duplicar el presupuesto de esa cartera entre 2018 y 2019. Sin embargo, esta cuenta con recursos insuficientes para el tamaño del desafío y la importancia que tiene la cultura y su industria en la economía. A pesar de las contingencias de la política, en el Ministerio de Cultura la mayoría de directivos habían durado años, y no los habían afectado los cambios de gobierno. Juan Manuel Santos ganó en 2010 como un presidente uribista, y por eso dejó a muchos de los que venían ocupando cargos estratégicos. Algunos lo acompañaron ocho años, e incluso completaron dos décadas. Esa situación también llevó a muchos a acostumbrarse a que ese sector tuviera permanencias largas y atípicas.
Pero en este caso, el malestar con las renuncias aceptadas detonó otro asunto de fondo, que tiene que ver con la pregunta de cómo hacer compatible la bandera presidencial con la cultura tradicional y formativa. El presidente Duque jugó todas sus cartas para cumplir ese reto al nombrar a Buitrago de viceministro. “Si él, como líder de ese concepto, no logra poner a andar la economía naranja, no lo logrará nadie”, asegura un coequipero de la ministra Vásquez. El desafío no es fácil al considerar las altas expectativas que puso el mismo mandatario: lograr, con un bajo presupuesto, entregar estímulos en el territorio y, sobre todo, hacer que al final de su mandato la economía naranja produzca el 5 por ciento del PIB. Para cumplir las expectativas generadas, el Gobierno debería poner a andar una estrategia de comunicación para saber de qué se trata la economía naranja; en qué se diferencia del emprendimiento, cómo se articula con otras dimensiones de la cultura y, en últimas, qué es y qué no es. De lo contrario, el sector seguirá ambientando remezones como los de los últimos días.