Las futbolistas colombianas entendieron que por alzar la voz y denunciar las irregularidades en el balompié femenino fueron vetadas. Por eso, el pasado 8 de julio, en el debut de la selección Colombia en la Copa América frente a Paraguay, alzaron sus manos para protestar por la falta de garantías laborales en su profesión. En el país que es sede y organizador del evento, se anunció un día antes del pitazo inicial que no tendrían trabajo para el segundo semestre de 2022.
La liga femenina profesional quedaba cancelada. Mientras que en Noruega, Dinamarca, España, Estados Unidos, Países Bajos, Inglaterra, Australia o Brasil las jugadoras de esas selecciones ganan lo mismo que los hombres, en Colombia los dirigentes de la Federación de Fútbol se burlaron de sus representantes en la Copa América con unos viáticos muy bajos e, incluso, los premios económicos por triunfos en partidos y avances de fase estuvieron a punto de perderse. En una reunión con el presidente, Ramón Jesurún, y las líderes de la Tricolor se logró un acuerdo.
La lucha por el respeto y la dignidad laboral que merecen la han dado con resultados. Campeonas de Juegos Bolivarianos, Panamericanos, subcampeonas en dos oportunidades de la Copa América, dos participaciones consecutivas en Juegos Olímpicos y la misma cantidad en la Copa Mundial de la Fifa.
Pero, al parecer, el palmarés no alcanza para que los dirigentes crean y ejecuten un proyecto deportivo que permita contar con una liga anual, sobre todo, cuando el Ministerio del Deporte ha entregado para cada torneo más de 1.000 millones de pesos.
Por ese tipo de situaciones, las mujeres que se ponen los cortos y guayos, se la rebuscan en otro terreno diferente al de juego. Para sobrevivir deben recoger chatarra o cultivar fresas en Colombia, lavar platos o pintar casas en Estados Unidos, pues tienen mayores ganancias que en un mes de salario en un equipo profesional de fútbol en el país.
“En una semana, lavando platos en Estados Unidos, uno se hace lo que acá le pagan por un mes”, dijo María Martínez, de 27 años, quien jugó en Santa Fe, Bucaramanga y Equidad.
De la escuadra aseguradora reconoce que es una de las empresas que mejor paga en el fútbol femenino. Incluso, si la liga dura tres meses, hacen contratos por seis, y, cuando no está devengando de la profesión que ama, la volante se va a otro país a trabajar en cocinas, cuidando y enseñando fútbol a los niños y lavando uniformes.
La necesidad también obligó a Daniela Tamayo a pedir la visa de Estados Unidos. La jugadora de Atlético Nacional, quien desde el mediocampo hace maravillas con el balón en los pies, usa sus manos actualmente para hacer alisados en un centro especializado de belleza capilar en Envigado, Antioquia. Un trabajo estable que le concedió el anterior jefe de prensa del equipo paisa al ver sus ganas de salir adelante.
“Una amiga me preguntó si me le medía al trabajo de construcción en Estados Unidos. Me fui a pintar, lijar, cubrir suelos, ventanas, subir pisos enteros con adobes”, contó la defensa lateral, de 26 años, que jugó en la selección Antioquia, hizo procesos juveniles de selección Colombia, pasó por Equidad y, después de extenuantes jornadas en una labor que desempeñan normalmente los hombres, terminaba con sus manos llenas de heridas.
Tatiana Vera se enorgullece de tener manos laboriosas como las de los campesinos del país. Pelear por lo que sueña es lo suyo. Practicó lucha olímpica y dejó el deporte de combate para guerrear en el fútbol femenino. Jugó en el equipo de Fusa, en México, Fortaleza, Millonarios y Equidad.
Su campo hoy no es rectangular, no tiene arcos, ni área chica. Son los cultivos de Cundinamarca, donde la fresa y la uchuva exigen sus mejores jugadas desde las cinco de la mañana hasta las cuatro de la tarde, después de recolectar más de 60 canastillas, seleccionar la fruta, lavarla y dejarla lista para la venta.
“Me vine al cultivo. También hago domicilios y trabajo en una empresa de madera, porque he tenido muy presente que mientras en el fútbol hay inestabilidad laboral por lo menos aquí tengo un pago promedio que me ayuda con mis sueños”, recalcó Tatiana.
En plenas calles de Cali, Angie Cano trabaja con su tío recolectando y vendiendo chatarra, una labor que le puede dejar en un buen día 150.000 pesos y en uno no tan productivo 70.000 pesos, lo que, sumado en un mes, puede muchas veces superar lo devengado en el fútbol.
“Vamos a un lugar que se llama La 16, descargamos o compramos chatarra. Subo las cajas al camión, me ha tocado cargar hasta 130 tejas para ocupar bodegas, cargar estanterías, cajas de herramientas. Manejo un camión y a veces hago trasteos para sobrevivir”, confesó la volante 10 de Cortuluá que a sus 21 años, debe encargarse de llevar a su abuela todas las tardes a terapias médicas.
Estas cuatro mujeres no alcanzan a sumar con sus sueldos en el fútbol lo que puede ganar un jugador joven en el equipo profesional de una escuadra grande. Algunas estrellas del balompié masculino ganan mensualmente la cantidad con la que se pagaría varias nóminas del femenino.
Además, el nivel de escolaridad suele ser mayor en las mujeres. María, por ejemplo, es profesional en negocios internacionales. Tatiana es tecnóloga en contabilidad, finanzas y está terminando la licenciatura en educación física. Daniela quiere convertirse en una profesional en deportes y Angie ya terminó el colegio.
Entrenar no es negociable. Lo hacen siempre para no perder el ritmo de competencia.
En medio de todo son afortunadas, saben que hay colegas que solo reciben subsidios de transporte, alimentación o vivienda. Por esas pocas oportunidades, actualmente Colombia tiene cerca de 35 jugadoras en el exterior. Se van con la idea de vivir del fútbol o simplemente huyen del país donde es una agonía jugarlo.