Goles y coca. Ese ha sido el peligroso coctel que ha acompañado al fútbol colombiano por décadas, y aunque los tiempos han cambiado, aún se dan los coletazos de esa nociva relación que conduce al infierno. Su última víctima es el glorioso jugador del América de Cali, Anthony William de Ávila Charris, el Pipa, quien fue detenido en la ciudad de Nápoles, Italia, donde era buscado desde 2004 por delitos relacionados con tráfico de drogas. SEMANA tuvo contacto con las autoridades italianas, las que contaron los pormenores de la captura del histórico goleador de los ‘diablos rojos’. Lo más preocupante es que, aunque se trata de un caso de hace 20 años, el Pipa podría haber regresado a sus andanzas.
Los delitos por los que ya fue condenado los cometió hace 20 años. En 2001 fue capturado un par de semanas, pero recuperó su libertad y volvió a Colombia. El proceso continuó y en 2004 los tribunales emitieron una condena de 12 años de prisión por el delito de asociación para delinquir con fines de tráfico de estupefacientes. No se conocía la decisión porque la orden de arresto solo comprometía territorio italiano y, además, entre Colombia y este país no hay un acuerdo de extradición vigente.
SEMANA habló con Davide DellaCioppa, jefe de la Comisaría de Vicária-Mercato de la Policía de Estado de la ciudad de Nápoles, quien contó cómo se dio el operativo en el que cayó el histórico goleador. Haciendo una analogía futbolera, el Pipa estaba siendo marcado cuerpo a cuerpo por las autoridades italianas, que le seguían los pasos desde hace varios días, pero esta vez el hábil delantero no encontró cómo superar la marca y mientras se encontraba en la Plaza De Nicolasa en el centro de Nápoles, fue abordado por la Policía que le pidió los documentos. Solo tenía la cédula.
Cayó con la armadura puesta, con la camiseta que defendió por casi dos décadas y con la que le dijo adiós al fútbol con 46 años. “En el momento de su captura, Ávila llevaba una camiseta manga corta roja, tipo polo, con el escudo en el pecho a la izquierda del equipo de fútbol América de Cali. Fue cerca del mediodía del lunes 20, en la Plaza De Nicolasa, cuando fue abordado el ciudadano colombiano que enseñó a los agentes italianos un documento de identidad a nombre de ‘De Ávila’ emitido en 1981. El hombre correspondía a las descripciones somáticas recogidas en el curso de la investigación”, contó Della Cioppa.
El documento que mostró fue la cédula y sin pasaporte, ni visa de residencia en Italia, el goleador fue conducido a la estación de policía. Allá, señala Della Cioppa, las investigaciones “llevadas a cabo por la Policía científica, mediante estudios foto dactiloscópicos, permitieron constatar que De Ávila estuvo fotoseñalado y detenido en 2001”.
Veinte años después, el escurridizo delantero posaba para la misma foto. No era la del álbum Panini que lo registró como jugador de la selección Colombia para los mundiales de Estados Unidos en 1994 y Francia en 1998. Se trataba de un nuevo retrato ante las autoridades napolitanas que lo reseñaban como detenido. Y es que lo ocurrido hace 20 años no ocupó titulares en el país, tal vez porque internet no era lo que es hoy. Según explica Della Cioppa, “permitió desarticular una asociación delictiva que traficaba cocaína entre los Países Bajos e Italia”.
La captura del Pipa De Ávila no fue fruto de un registro accidental, le venían haciendo seguimiento por sus encuentros con narcotraficantes de los Países Bajos. Della Cioppa contó que “nosotros supimos que estaba en Nápoles hacía unos diez días. Desde el momento en que conocimos que tenía encuentros con personajes del bajo mundo napolitano se convirtió en sujeto de investigación”.
Todo apunta a que, así como en el mundo del fútbol Anthony, el Pipa De Ávila en un momento colgó los guayos, pero se los volvió a poner a los 46 años para despedirse con la camiseta de su amada ‘Mechita Roja’ como el jugador más veterano de la historia del balompié colombiano, en esta ocasión, también habría regresado a las andanzas que lo llevaron a la cárcel en Italia, 20 años atrás.
Sobre ese tema, Della Cioppa es radical al señalar que no tiene información, que forma parte de la reserva y no da una sola puntada. Sin embargo, SEMANA contactó autoridades judiciales italianas que reconocieron que, efectivamente, además de la pena de 12 años de cárcel que continúa vigente, al Pitufo le venían haciendo seguimiento por sus relaciones con narcos holandeses. Con una coincidencia, el exfutbolista estuvo dos semanas atrás en Ámsterdam, capital de los Países Bajos, como lo registró en un video. También están buscando establecer cómo entró a Italia.
Malo para los negocios
Aunque el Pipa es un jugador samario, fruto de esa estirpe de cracks que salieron de la polvorosa cancha de Pescaíto, donde también se gestaron figuras de la talla de Carlos, el Pibe, Valderrama; Eduardo Retat y Alberto Gamero, su terruño es la capital del Valle, donde por años defendió la camiseta roja. SEMANA buscó en Cali la explicación del lío que enfrenta el goleador y uno de sus mejores amigos de infancia, con quien hablaba casi a diario, pero que prefirió omitir su identidad por respeto al complejo momento que enfrenta el Pitufo, explicó que De Ávila era infalible para meter goles en la portería contraria, pero, al dejar las canchas, quedó claro que, en los negocios, los goles se los metían a él o incluso se hacía autogoles.
Señala que no se explican por qué sucedió esto. “Todos estamos sorprendidos, incluso exjugadores, porque Anthony no tenía en qué caerse muerto. Si estaba metido en narcotráfico entonces lo tumbaron, porque él no tenía plata. Lo último que supe es que andaba con dos pelados probando en equipos de Europa. Él todos los días me mandaba videos de esos viajes”.
Y es que la gloria y los millones que ganó como protagonista de seis títulos con el América, tres finales de la Libertadores y goleador histórico con 206 anotaciones, le resultó efímera. Emprendió con un negocio de comidas que se llamaba Asados Pitufo, ahí, cuenta su amigo, “no dio pie con bola y lo tumbaron”. También invirtió en tierras en Ecuador, donde igualmente fue estrella del Barcelona de Guayaquil, y nuevamente lo robaron.
Al Pipa, el pequeño guerrero del área chica, que con su 1,57 de estatura dejaba tirados por el piso a los robustos defensores, ídolo de millones de seguidores de la ‘Mechita Roja’, la suerte le dejó de sonreír, no volvió a asistir a encuentros con amigos, casi todos del mundo futbolero. Como una forma de apoyo “hace dos años, Tulio Gómez, presidente del América, lo puso de relacionista del equipo para que se ganara unos pesitos, pero no duró mucho”. Las épocas de gloria se habían eclipsado.
El Pipa, el jugador más importante de la historia del equipo del escudo del diablo en la camiseta, se debatía entre lo divino y lo humano. Su transición personal, al convertirse en cristiano, lo llevó a jugar con un esparadrapo que tapaba ese diablo rojo. Sus compañeros de la selección Colombia, como Faustino Aspilla, recuerdan que en las concentraciones parecía un loco, entraba con una biblia y una espada a la habitación para ahuyentar las malas energías. Un hombre de fe.
Sin embargo, también es el fruto de esa mezcla de coca y goles que atravesó el fútbol colombiano en las décadas de los ochenta y noventa. Cada equipo ‘glorioso’ con su capo. Millonarios con Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano; Nacional con Pablo Escobar Gaviria, y el América con el cartel de Cali de los hermanos Rodríguez Orejuela.
Los mismos a los que, después de un triunfo agónico ante la selección de Ecuador en las eliminatorias de Francia 98, con un gol suyo, el Pitufo les dedicó la victoria: “me siento contento. Este triunfo se lo quiero dedicar a dos personas que están privadas de la libertad, siento que no hay necesidad de dar nombres, con mucha humildad, que son Gilberto y Miguel”.