Los combates son cada día más feroces en la región del Litoral de San Juan, Chocó. Los disparos acaban con la tranquilidad y obligan a quienes viven en paz a abandonar sus territorios para no ser alcanzados por ellos. Quienes disparan son un reducto paramilitar del Clan del Golfo y un frente del ELN que se disputan el control territorial en el occidente de ese departamento, allá donde la tierra se cruza con el océano Pacífico.

La situación es bastante alarmante, denuncian líderes sociales de la zona y la misma Iglesia católica, que mediante la Diócesis de Istmina-Tadó aseguran que la cifra de desplazados asciende a 1.200 personas, quienes salieron del corregimiento Puerto Olave. En ese lugar, las casas quedaron deshabitadas. Toda la comunidad huyó; 1.200 personas que ahora no saben dónde vivir y están apiñadas en centros deportivos acondicionados en municipios cercanos. Toda una tragedia social que ha pasado de agache en el país.

Y aunque los combates no son algo nuevo en esa región, en esta ocasión la crudeza con que se agreden quienes tienen las armas ha escalado a niveles históricos. “Cualquiera de los dos bandos llega a un caserío y toma lo que quiere, luego se empiezan a escuchar los disparos muy cerca de las casas”, le contó a SEMANA un habitante de esa zona que salió desplazado junto a su familia.

Los desplazados en su mayoría son población afro e indígenas wounaan, quienes viven en pequeños caseríos con viviendas en madera, sin puertas ni ventanas. Sus principales fuentes de ingresos son la pesca y la agricultura. Nunca han disparado un arma, pero ya saben diferenciar por el sonido qué tipo de armamento están utilizando sus verdugos; nunca recibieron entrenamiento militar o guerrillero, pero conocen bastante bien los artefactos explosivos y su poder destructor. La guerra los hizo expertos en el miedo y profesionales en el arte de huir por medio de la selva sin hacer mucho ruido.

El obispo de la Diócesis de Istmina, Mario de Jesús Álvarez, ha tomado la bandera de los menos favorecidos y levantó su voz para describir así la situación: “Se están moviendo aguas subterráneas en este San Juan, anunciando verdaderos genocidios que podemos evitar”.

La mayoría de los desplazamientos se dan en el Litoral de San Juan. Hay más de 1.200 personas afectadas directamente por los combates.

Pide al Gobierno nacional abrir una vía de diálogo y concertación para lograr un cese al fuego en este lugar. Además, advierte que se requiere una intervención integral, inteligente y humanitaria pronta para evitar una tragedia mayor. “Necesitamos una intervención directa, inteligente, a través del diálogo, de la concertación, que el Estado llegue al territorio. Que Colombia sea hoy más territorio que Estado. Chocó no puede seguir siendo un ejemplo de eso”, puntualizó.

Las autoridades del Chocó creen que los combates en el Litoral de San Juan no son un cabo suelto, sino parte del engranaje violento que una vez más azota a ese departamento. El ELN quiere adueñarse por completo de esa región, que tiene selvas, ríos, pasos porosos y frontera con Panamá, pero desde hace varios años esas rutas pertenecen al Clan del Golfo.

La violencia se ha exacerbado a tal punto que en un mapa del departamento se pueden marcar con rojo los municipios que los guerrilleros tienen en su poder y con azul los que aún conservan los herederos del paramilitarismo. Desde Quibdó, la capital, hasta el Litoral de San Juan, los niveles de violencia, según personerías de diferentes municipios, son muy altos.

Todo parece estar conectado en una guerra que no tiene tregua y se despacha contra los menos favorecidos. Y aunque el Ejército ha dado duros golpes contra el ELN como las bajas de alias Fabián y Uriel en zonas rurales del Chocó, aún no ha podido contener el fenómeno violento que parece desbordarse, que incluso ni las grandes urbes de ese departamento se salvan.

El Chocó batalla contra los grupos armados, las balas sin dirección, una violencia recrudecida y un olvido estatal que desaparece por unos segundos cuando los titulares de prensa apuntan a una nueva baja de cualquier cabecilla, luego todo vuelve a su compleja normalidad: personas saliendo de sus hogares con lo que llevan puesto para encontrar fortuna en otro lugar, donde el estruendo de la guerra no los despierte a medianoche.