“Cuando yo sea grande voy a ser presidente de Colombia”, me decía y yo le respondía, “cuando yo sea grande voy a ser director de cine”. Así nos hablábamos Luis Carlos y yo, mientras corríamos por el parque del barrio San Luis en Bogotá, una de nuestras actividades favoritas, junto a nuestros compañeros de clase y de barrio, con los que pasábamos las horas libres después de clase y los fines de semana. Teníamos apenas ocho años de edad. Puede leer: ¿Qué tanto aprendimos con su muerte?  Nos conocimos al entrar a quinto de primaria en el colegio Antonio Nariño, y nos convertimos en amigos del alma, no solo porque éramos vecinos, sino porque a mí me atraían sus hermanas, las más bonitas del barrio. Con su hermano Gabriel éramos todo un trío que compartía las emociones de ir descubriendo la vida a medida que crecíamos. Fue una amistad que fue envolviendo a nuestras respectivas familias y que se mantuvo durante toda su vida. Tan fuerte que se mantiene hasta hoy con sus hermanos y hermanas. Luis Carlos era un líder natural y todos en el barrio estábamos pendientes de sus iniciativas para seguirlo, especialmente cuando se trataba de deportes como el fútbol o el ciclismo. Él era el capitán del equipo, el que decidía quiénes jugaban y dónde. Su cancha favorita eran los prados de la Universidad Nacional, que nos quedaba como a 40 minutos de distancia caminando. Reunía a los compañeros que tenían bicicleta y los domingos en la mañana solíamos irnos en cicla hasta La Calera y poblaciones como San Francisco y La Vega, la mayoría de las veces apostando carreras, que él ganaba con frecuencia. Otra de sus actividades favoritas eran los Boy Scouts. Siempre pendiente de que todos los que nos habíamos inscrito siguiéramos las reglas y nos comportáramos dignamente según las normas de esta institución. Salíamos con frecuencia a acampar en las afueras de Bogotá. Recuerdo que teníamos muchas actividades propias de nuestra edad. No teníamos control por parte de nuestros padres, pues confiaban en nosotros y nos daban plena libertad de salir e ir donde quisiéramos, tal vez porque en ese entonces el barrio San Luis en el que vivíamos y Bogotá en general era una ciudad pacífica y segura. Sin embargo, Luis Carlos siempre sacaba el tiempo para estudiar y hacer las tareas, lo que compartía conmigo. Siempre y durante todos los años de primaria y bachillerato él fue el mejor alumno del colegio. Sacó las mejores notas y se llevó todos los premios que el colegio podía dar. En contexto: Panteón de la vergüenza Como adolescentes, y junto a su hermano Gabriel, compartimos esas primeras experiencias que nos permiten conocer cómo es y de qué se trata la vida. Siempre, se mantuvo firme en su propósito de llegar a ser presidente de Colombia. A pesar de que en segundo de bachillerato nos separamos, pues mis padres me ubicaron en otro colegio, nos mantuvimos muy cercanos y él me seguía ayudando con mis estudios, especialmente corrigiendo mis composiciones literarias, y con la producción y locución de un programa de radio que yo tenía en Emisora Mariana sobre temas juveniles de música y de comentarios sobre lo que sucedía en Colombia y el mundo. Cuando llegó a ser ministro de Educación, vino a visitarme a las Naciones Unidas en Nueva York donde yo trabajaba como productor y director de documentales, y me invitó a regresar a Colombia y a trabajar con él en la televisión educativa. Acepté su invitación y regresé, pero las circunstancias del momento me llevaron a hacer documentales y películas de ficción independientes. Seguimos muy unidos hasta el día en que nos dejó para siempre. * Director de cine y amigo de infancia de Luis Carlos Galán