La guerra que desde hace cuatro años devasta a Siria amenaza con extenderse a Turquía, el país más grande, más poblado y más rico del Mediterráneo oriental. También, el que cuenta con el mayor Ejército de la región, la segunda fuerza militar de la Otan y su único miembro poblado mayoritariamente por musulmanes. Y como si lo anterior fuera poco, con más de 2 millones de refugiados en su territorio, es el mayor receptor de desplazados del conflicto sirio. Por donde se la mire, la tormenta que se está formando sobre la península de Anatolia es pésima noticia para una región que ya está en llamas. La bomba que el 10 de octubre mató a 106 personas y dejó heridas a otras 400 en Ankara, la capital, explotó en una sociedad extremadamente polarizada entre laicos y religiosos, turcos y kurdos, y sunitas y chiitas. También, en una a la que se le agotan las opciones políticas. De hecho, el estallido ocurrió en medio de una manifestación pacífica que abogaba por el fin de la violencia que desde finales de julio se apoderó del país, cuando otro artefacto explosivo acabó con la vida de 33 personas al sur, en el Kurdistán turco. Allí tiene su feudo el grupo armado separatista Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por su sigla en kurdo), con el que Ankara adelantaba diálogos de paz desde diciembre de 2012. “El proceso se encontraba cerca del punto de no regreso”, dijo a SEMANA Kadir Yildirim, especialista del Centro para Oriente Medio de la Universidad de Rice. “Pero tras perder la mayoría parlamentaria en las elecciones del 7 de junio debido al buen resultado de la coalición prokurda Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por su sigla en turco), el presidente, Tayyip Erdogan, y su Partido de la Justicia y el Desarrollo suspendieron las negociaciones e incluso dieron marcha atrás”. Desde entonces, han arreciado los ataques contra las sedes del HDP y también contra los medios de comunicación adversos al mandatario. A su vez, ante la imposibilidad de formar un gobierno debido a la hostilidad que se profesan los partidos, fue necesario reprogramar las elecciones generales para el 1 de noviembre. Pero hasta la fecha, las encuestas apuntan al mismo resultado, lo que tampoco augura nada nuevo. Umut Özkirimli, profesor del Centro para los Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Lund, le advirtió a esta revista que “el país no atraviesa por un simple proceso de tensión política sino que vive una situación cargada de rabia y de odio, que en cualquier momento se puede salir de control. Temo que tengamos que enfrentarnos a una guerra civil a gran escala”. Y a ese contexto tóxico ha llegado el grupo terrorista Isis, que no está contra la pared, pese a los intensos bombardeos a los que lo han sometido Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Jordania y otros países. “En Turquía, Isis ha podido construir una red de apoyo gracias a la laxitud del gobierno. Ahora es demasiado tarde, y exterminar esas células va a ser particularmente difícil”, dijo a SEMANA Fevzi Bilgin, director del centro de estudios Rethink Institute. Este especialista advierte, además, que ese grupo es uno de los sospechosos tanto de las bombas de las últimas semanas como del acoso contra los kurdos, cuyos grupos armados le han asestado sus mayores derrotas del otro lado de la frontera. Para los analistas consultados, esta rápida degradación política y social está conectada a las ambiciones políticas de Erdogan y a sus maniobras para mantenerse en el poder. En particular, ha radicalizado su discurso nacionalista e islamista y amalgamado a sus enemigos bajo el término de ‘terroristas’, en el que caben tanto los combatientes kurdos como los extremistas de Isis. Y aunque hasta le fecha no se sabe a ciencia cierta quién perpetró los ataques, es revelador que la investigación oficial favorezca la hipótesis que señala al PKK, y no a Isis, como indicaban los primeros indicios. Solo las elecciones del 1 de noviembre permitirán saber si Erdogan seguirá siendo el protagonista político de su país, o si, por el contrario, su ciclo de poder ha llegado a su fin. Entre tanto, Turquía se debate en la mayor crisis de su historia republicana.