Con el pelo recogido en una cola de caballo que le daba hasta la cintura, sentado en una mesa pulida de una sala de juntas, señalaba con voz firme como su enemigo principal a Luis Carlos Sarmiento, uno de los hombres más ricos de Colombia, y desafiaba al entonces presidente Álvaro Uribe Vélez. David Murcia Guzmán, más parecido a un Goliat, se sentía en la cima del mundo. Un año después, a finales de 2010, sin la melena, esposado, con un chaleco antibalas y dos gendarmes a cada lado, a punto de ser montado en un avión con rumbo a Estados Unidos y en silencio, David Murcia Guzmán vivía el vértigo de la caída. Esa fue la última imagen que el país guardó de él. En octubre pasado, Murcia terminó de pagar los nueve años de cárcel que le habían sentenciado en Estados Unidos, y finalmente, luego de que intentó conseguir asilo en ese país, regresó este martes a Colombia para saldar aquí lo que le falta: una condena de 22 años por cuenta de las pirámides que quebraron a miles de colombianos.  El 4 de noviembre del año pasado Murcia había reaparecido hablando del desmoronamiento del último muro de lo que fue su imperio: su divorcio con Joanna Ivette León, su esposa y cómplice de sus delitos también, según la Fiscalía. Así regresó Murcia Guzmán a los titulares. "Al estar tanto tiempo separados llegamos a común acuerdo... Son cosas que son culpa del gobierno colombiano”, dijo en un Facebook Live.  Puede leer: El faraón de DMG Pero el hombre que vuelve a Colombia es uno muy distinto a ese que se sintió capaz de desafiar a los máximos poderes del país, el mismo que llevó a la declaración de una crisis social en todo el territorio nacional. En solo 37 años de vida, David Murcia Guzmán ha pasado por mil facetas que hacen de él un personaje misterioso, contrastante, como de telenovela (tanto que un canal nacional ya llevó su historia a la televisión). En 2001, apenas con 20 años y radicado en Santa Marta, juntó las iniciales de su nombre y las convirtió en las siglas de una marca sobre las que luego montaría un emporio: DMG. Entonces las usó para designar una pobre productora de televisión con la que pretendía dedicarse a hacer video turísticos. Pronto fue a parar a La Hormiga, Putumayo, donde volvió a usar esas siglas para nombrar su nuevo emprendimiento, esta vez dedicado a vender boletas de rifas. Fueron tiempos de afugias. Apenas lograba pagar el cuarto de hotel donde se hospedaba, pero la vida estaba a punto de cambiar para ese oriundo de Ubaté (Cundinamarca), que señalaba su origen dentro de una "familia estrato 1". En Bogotá ya había pasado una temporada cuando tenía 14 años, para terminar el bachillerato, los únicos estudios que había cursado. Y en 2005 volvió, según le dijo a SEMANA en una entrevista por esas fechas, para asistir a una conferencia de un ejecutivo de Coca-Cola que le cambió su visión de los negocios. Murcia Guzmán consiguió 100 millones de pesos -aún no es claro cómo- y arrancó con el negocio de su vida. La fórmula de su éxito, definida por él mismo, era un mezcla de las empresas multinivel, el uso de tarjetas prepago y el posicionamiento de marca. Para las autoridades, en cambio, era la combinación entre la captación ilegal de dinero y el lavado de activos. Montó una oficina el barrio Galerías y lo que vino después es una secuencia rápida del ascenso: para él empezó la vida de lujos: la ropa costosa, las fiestas, la comida en restaurantes cinco estrellas. Para DMG vino la expansión: oficinas en Putumayo, Cauca, Nariño, más tarde en los Llanos. Le apuntaba a la periferia, a ocupar espacios vacíos de oferta estatal, escasos de controles. En contexto: Capturan a la esposa de David Murcia en Uruguay Hacia 2007 se expandió en las ciudades capitales y para entonces, las iniciales de su nombre ya se asociaban a una promesa entre las personas de origen más humilde: la multiplicación de los panes. Y él mismo se creyó su parábola: "Quiero erradicar el hambre de Colombia", decía, para luego pedirles a sus clientes que hicieran el voto de la fe: "Crean en ustedes mismos, en Dios, en DMG y en David Murcia Guzmán". Pero DMG se expandió tanto, se hizo tan peligrosa, que la parsimoniosa actitud de las autoridades frente a la captadora se convirtió en un enfilamiento de todas las fuerzas en su contra. Para 2007 y 2008, la Fiscalía calculaba que en esos dos años había captado más de 2.000 millones de dólares. Y su plan no parecía tener límites. Quería ser el hombre más rico del mundo, dijo en una entrevista con Don Juan. Entonces David Murcia desplegó estrategias para infiltrarse en la Casa de Nariño, a través de su socio Daniel Ángel, para hacer lobby en el Congreso. Le apuntó a meterse en el bolsillo todos los grandes poderes. "Compremos CNN", le dijo a su socio en medio del delirio. En su vida personal, eran los tiempos en los que se iba de fiesta con modelos de fama nacional, se desplazaba en carros Lamborghini y Maserati, pasaba la noche en pisos enteros de hoteles de lujo en Panamá que él alquilaba enteros para él. Hasta que llegó la factura. Le recomendamos: David Murcia Guzmán reaparece y culpa al Gobierno de su divorcio El derrumbe de la pirámide era incontenible. Entre los escombros quedaron enterrados las inversiones de cientos de miles de personas de toda Colombia, pero sobre todo, de las regiones más pobres. Hacia noviembre de 2008, el entonces presidente Álvaro Uribe decretó el Estado de Emergencia Social, con el que las autoridades se armaban de dientes para frenar las captadoras, a DMG, pero también a las 250 más que crecieron a su sombra, inspiradas por la fórmula mágica de Murcia. Él, envalentonado por la fortuna y la credibilidad que había logrado entre sus socios, luego víctimas, respondió declarando la guerra. "Si el gobierno se pone contra mí, pondré a la gente contra el gobierno", dijo en vivo en una emisora nacional. Luego, a través de videos en YouTube declaró a Luis Carlos Sarmiento, luego de que sus bancos congelaron sus cuentas, como su enemigo, y reiteró la batalla contra el Estado. Hubo respuesta: la gente, contada en miles, salió a las calles a defender la pirámide, y al que creían su faraón. La batalla, sin embargo, fue corta. El 19 de noviembre de ese mismo año lo capturaron en Panamá y horas después ya estaba en Colombia. Desde la cárcel intentó seguir en la guerra contra el Estado. Increpaba al presidente cuando las cámaras lo enfocaban, a la entrada a las salas de audiencia. Llegó a decir, sin poder demostrarlo, que había financiado la campaña de Álvaro Uribe. Finalmente fue condenado a 30 años de prisión, una pena que, tras ser revisada por la Corte Suprema de Justicia, fue rebajada a 22 años. El 5 de enero de 2010, un Murcia muy distinto al que encaraba y vociferaba, salió de su estrecha celda en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, donde apenas tenía una biblia, y fue trasladado a un pequeño avión que lo condujo a Estado Unidos. Sin la melena que lo distinguió durante los años triunfantes, en silencio, intentaba mirar por la ventana de la aeronave que lo conducía a Estados Unidos, país en el que hoy se quiere quedar. Las más de 187.000 víctimas de DMG, esperan sin embargo, que el regreso del desenmascarado faraón sirva para obtener respuesta sobre los tesoros que invirtieron y que se esfumaron.

*Esta es una versión actualizada de un perfil de David Murcia que se publicó en noviembre de 2017 en este portal.