Juanes, loco por los carros Juanes, el consentido entre sus cuatro hermanas, era para sus padres la ‘niña’ de sus ojos. Tenía apenas 14 años cuando desapareció junto con sus otros dos amigos, Brayan de 17 y Mauricio de 16 el 22 de febrero de 2017. Tras dos años de angustiosa búsqueda, con la esperanza de encontrarlos vivos, los padres de los tres menores recibieron este martes la noticia de que el hallazgo de unos restos óseos en las alturas de los cerros de Usaquén corresponden a los de sus hijos. Entre la tristeza y el dolor, los padres pudieron dar un fuerte respiro: del martirio de la incertidumbre por saber su paradero, pasaron a una nueva pregunta no menos taladrante: ¿Por qué los mataron? De ojos claros, cabello castaño y sonrisa coqueta, el pequeño Juanes no sólo conquistaba las miradas de las niñas de su barrio, Cerro Norte, al nororiente de Bogotá. También despertaba envidia entre los otros jóvenes al pasar al volante de un viejo Fiat Zastava modelo 72, color verde menta, habilidad que sorprendía a su corta edad. “El delirio de Juanes eran los carros, como Hernando (el padre) siempre ha manejado carros, camiones o buses, él creció con eso, desde pequeño lo acompañaba en la ruta del bus. Le fascinaban los carros, entre más viejos mejor. Juanes maneja desde los 10 años y Hernando le enseñó todo sobre mecánica, él se varaba y desvaraba solo”, relata doña Carolina, madre de Juan Esteban.
A su corta edad Juan esteban sorprendía con sus habilidades al volante. Le gustaban los carros antiguos. Cuando desapareció tenía 14 años. Uno de los recuerdos más entrañables de don Hernando junto a su hijo lo vivió en ese mismo carro de modelo antiguo, que seguro muchos despreciarían a primera vista, pero que en el corazón de Juan Esteban ocupaba un lugar muy especial, pues fue con él que aprendió los tejemanejes de la conducción. De camino a Montería, Cesar, don Hernando registró ese feliz momento donde se pudo ver reflejado en Juan Esteban, que manejaba con gran destreza, sin líos de ‘embrague’, el vetusto automóvil.
Durante los dos años de incertidumbre, los padres se vieron tentados a vender el carro como chatarra, sin embargo, con la esperanza escurridiza aferrada a sus manos, decidieron conservarlo, con la ilusión de que en algún momento Juanes aparecería, y pudiera volver a ver su tesoro del año 72. Juanes tenía una relación estrecha con su hermana Mariana, quien lo escudaba de las múltiples pretendientes que ponían el ojo sobre el dueño del volante. “Juanes era muy lindo, muy churro, cuando se perdió tenía 14 añitos, pero como él era alto y manejaba, lo perseguían las chinas de 18 y 19 años, como Mariana era tan ‘celosa’ se las quitaba de encima. Mariana como es de tan mal genio, donde lo viera por la calle, lo mandaba pa’ la casa y le hacía más caso a Mariana que a nosotros”, recuerda doña Carolina entre risas aguadas por las lágrimas. Custodiado por las cinco mujeres a su alrededor, era el consentido de la casa. Su padre siempre estaba pendiente de que tuviera toda la ropa en su lugar y que no le faltara nada, ponía a sus hermanas a correr si Juanes necesitaba algo. Era el rey de la casa. Un día, su madre le pidió prender el fogón, Juanes tomó un fósforo y en la acción de encenderlo, se quemó un dedo. “Duró como dos semanas con el dedo metido en agua, ¡era muy consentido!”, recuerda su mamá.
Doña Carolina tiene cinco hijos, de los cuales cuatro son muejeres. Juanes era el rey de la casa. La última vez que vieron a Juanes fue ese mismo miércoles 22 de febrero de 2017. Su madre, que salía temprano para trabajar, entró a su cuarto y, sin despertarlo, se despidió de él dándole un beso en los pies. Hoy, doña Carolina lamenta haber salido sin realmente haberse podido despedir de su hijo. Por su parte don Hernando recuerda que ese día, al despertar, su hijo le dijo “papi te quiero mucho” y fue directo a calentar el agua para que se pudiera bañar, le preparó el desayuno y salieron juntos hasta que Juanes luego se encontró con sus amigos en el supermercado. Fue el adiós para siempre. ¿Hablarán los huesos secos? Hoy, los únicos que pueden reconocer la esencia de cada uno de los jóvenes en aquellos restos óseos son los científicos forenses. Resulta fascinante, y a la vez escalofriante, lo que puede encontrar un investigador al escudriñar cada fisura o mancha en los huesos marchitos de los menores. El primer resultado del estudio de los restos arrojó un perfil genético que pudo ser comparado con los progenitores de los tres jóvenes para confirmar su correspondencia. Ahora los familiares están a la espera de que los huesos revelen los misterios que rodean la muerte y desaparición de sus hijos. Dicen que los muertos hablan y dejan una estela de señales para ser descifradas por los investigadores forenses. Jorge Avendaño hace parte del programa de investigación criminal de la facultad de derecho en la Universidad de Medellín y está a punto de terminar su maestría en Ciencias Forenses. Asegura que los restos humanos constituyen un alto valor como material probatorio dentro de una investigación, pues a través de ellos se puede establecer si la persona murió de manera violenta, o si se trata de un suicidio o de un accidente. “No todas las heridas obedecen al mismo modus operandi. Las heridas con armas de fuego tienen ciertas características, diferentes a las que son causadas con arma blanca. Un puñal puede pegar en el homoplato o impactar las costillas y dejar una marca. Los restos de un proyectil de una escopeta pueden quedar incrustados en el cráneo, por ejemplo”, explica el profesor Avendaño. Incluso en el caso de haber sido incinerados, explica el profesor, es posible determinar con qué tipo de combustible fueron encendidos. En este caso los restos humanos que mayor resistencia tienen a las llamas son los dientes, con ellos se puede llegar a un análisis más profundo de las causas de la muerte. “Para nosotros un resto óseo significa la posibilidad de encontrar la verdad y darle cristiana sepultura a los cadáveres. Que sus familias no sufran más, que puedan identificar a esa persona y puedan ser organizados, pues no siempre se encuentran organizados los restos”, dice Avendaño. En el caso de los tres menores desaparecidos en los cerros de Usaquén pasaron dos años antes de hallar sus restos, sepultados en una fosa común. Durante ese tiempo el tejido blando se esfumó y los huesos pudieron terminar siendo parte más del ecosistema y pasar desapercibidos. ¿Qué pueden decir dos años después de ser hallados? Le recomendamos escuchar (Podcast): Por qué los mataron El drama de las familias de los tres jóvenes cuyos restos hallaron en Usaquén “Sin duda el gran enemigo de la investigación es el clima, puede ocurrir que en dos años los tejidos blandos hayan desaparecido y sólo se encuentre la reducción esquelética. En ese caso se pierden grandes pruebas, pero quedan otras, como la ropa, las prendas, las posiciones y, por supuesto, los huesos. Además a veces las personas tenían algún tipo de placas, cicatrices, fracturas, el tamaño del cráneo y eso ayuda a determinar la identidad”, relata el profesor. Luego de dos años, donde solo quedan los restos óseos, se podrían identificar señales de violencia, como cortes profundos, disparos, traumas o alguna fractura, “pero es realmente difícil” luego de tanto tiempo, añade Avendaño. El forense explica que los restos son una riqueza en la investigación, pues según sus cálculos, en el 88 por ciento de los casos se logra establecer la causa de la muerte. Esta próxima semana las familias esperan conocer los resultados del análisis forense. Sin duda, esto significará un gran avance en la investigación, sin embargo la ‘conversación’ con los huesos apenas comienza.