Jorge Briceño, más conocido como el Mono Jojoy, estaba recién bañado cuando La Cacica lo abordó para entregarle un papel que había estado guardando con celo durante varios días de camino por una cordillera en La Uribe, Meta. Ella hacía las veces de correo humano para que entre los comandantes se pudieran comunicar en medio de los cercos que el Ejército desplegaba. Esa mañana del año 2004 Jojoy lucía rozagante, se veía limpio. Ella, por el contrario, estaba embarrada desde la cabeza hasta la punta de los pies, sudaba. Él se le acercó y le dio un beso en la mejilla. La abrazó. Fue la última vez que se vieron. Le puede interesar: Operación Sodoma, la muerte del Mono jojoy La Cacica, así se hace llamar aún después de la reincorporación a la vida civil, estaba en la mañana de este domingo sentada frente a una cancha de fútbol del barrio Policarpa, al sur de Bogotá, esperando a que llegaran sus excompañeros de las Farc para rendirle homenaje a ese mismo hombre que en agosto de 2003 apareció en los noticieros caminando frente a un alambrado de púas y hablándole a varios secuestrados amarrados con cadenas: “Prepárense para largo tiempo”, les dijo en ese momento frente a una cámara.
Foto: Daniel Reina / SEMANA. La Cacica llevaba puesta una camiseta verde oliva con la imagen de Jojoy estampada en el pecho. Había viajado en bus desde Neiva a Bogotá solo para asistir al evento. De una camioneta gris con vidrios polarizados se bajó Sandra Ramírez, la senadora del partido de las Farc, muy recordada por haber sido durante varias décadas la compañera sentimental de Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo. Inmediatamente después, del vehículo descendió, como si fuese una invitada especial, una perrita criolla llamada Kissy, de la que Sandra dicen nunca se despega. La ahora senadora -una mujer menuda, que no mide más de 1,50 metros, con sus años de guerra encima-, caminó afanada en medio de escoltas hacia el salón comunal en el que se llevaría a cabo el homenaje. Afuera, unos jóvenes alistaban aerosoles para dejar plasmado el rostro del Jojoy sobre una lona. Al mismo tiempo, en redes sociales aparecían mensajes de indignación. La periodista de derecha Salud Hernández decía que un país que permitía el homenaje al Mono Jojoy y que aceptaba glorificar el terrorismo, nunca le daría valor a la vida. Afuera de la casa cultural Luis A. Morales, en el Policarpa, se armaba también una discusión. Un hombre joven con tatuajes en los brazos, gafas oscuras y una pañoleta roja adornándole la cabeza, gritaba: “¡Están aplaudiendo a un asesino. Andan con camisetas del Che Guevara pero encima se ponen chaquetas capitalistas!”. De inmediato, uno de los chicos que estaba pintando el mural de Jojoy salió al paso. Le pidió que se fuera, que respetara. Una jovencita que acompañaba al hombre indignado con el homenaje, también terció en la discusión: “Ojalá se mueran”. Y se fueron. Puede leer: El hombre que entregó al Mono Jojoy La imagen que del Mono Jojoy guarda Sandra o La Cacica contrasta con el prontuario que las autoridades tenían de él antes de aquel bombardeo del 23 de septiembre de 2010 en el que falleció. Briceño alcanzó a tener 62 órdenes de captura, seis condenas, dos solicitudes de extradición, 25 investigaciones. Fue señalado de participar en las tres más cruentas tomas que las Farc lanzaron a campamentos del Ejército: Las Delicias, en Putumayo (1996), donde murieron 27 militares y 60 más fueron secuestrados; Patascoy (1997), con 18 muertos y 18 secuestrados; y Miraflores (1998), combates que dejaron 9 soldados muertos y 22 más desaparecidos. Se trató de uno de los momentos más duros en la confrontación entre la guerrilla y el Estado colombiano. Frente a los alambrados de púas y esa suerte de campos de concentración por los que se recuerda a Jojoy, Sandra dice que se trataron imágenes propias de la guerra “No teníamos sitios fijos donde tenerlos, como todo humano tenían que estar con seguridad, aquí las cárceles también tienen alambradas eléctricas. Nosotros ya estamos volteando la pagina, por eso estamos hoy aquí”, dijo.
Foto: Daniel Reina / SEMANA. La mayoría de asistentes al homenaje recordaban a Briceño como un hombre bonachón, de buen humor. Entre los excombatientes, Jojoy sigue siendo el comandante de las Farc más cercano a la guerrillerada. Su muerte significó un verdadero cimbronazo a la moral de sus tropas. La Cacica, sentada frente a la cancha donde se jugó un partido de fútbol en memoria de Briceño, lloró recordando el día en que por televisión vio el cuerpo de su jefe. Al momento de su muerte, Jojoy llevaba varios meses padeciendo una diabetes. Sandra decía que el estrés que le produjo el cerco permanente del Ejército le acrecentó la enfermedad. “Fueron siete toneladas de TNT que cayeron sobre esa humanidad, para nosotros Jojoy era un hombre de paz”, dice. Para el Estado, sin embargo, fue todo lo contrario. No hay que ser un experto en el conflicto para saber que el comandante guerrillero estuvo invloucrado en crímenes muy graves que dejaron centenares de víctimas. El salón comunal se fue llenando de exguerrilleros, dirigentes de base y parlamentarios de las Farc. “Sigan, tomen sancochito”, decía a la entrada Jorge Ernesto Suárez, Chepe, el único hijo de Jojoy. Este joven de 34 años llevaba preparado un discurso para leer en tarima, allí adonde también llegó el congresista del movimiento Carlos Antonio Lozada. “Hace exactamente 8 años a esta hora, estábamos en caminata por la Serranía de la Macarena. Habían sido días intensos. Yo ya lo presentía desde el momento mismo en que la centenares de bombas estremecieron la noche guerrillera”, leyó Jorge. En su intervención, el hijo de Jojoy retrató a su padre como un campesino pobre del Sumapáz que se rebeló en contra del Estado por causas que consideraba justas: el acceso a la tierra, la educación, la comida. Más adelante pidió perdón a las víctimas. “Hoy estamos reunidos para reconocer también nuestros errores y pedirle perdón a Colombia por la la guerra. Pido un minuto de silencio por todas las víctimas. Perdón por todo el dolor causado, queríamos una mejor vida para todos, no la tragedia a la que nos obligaron”. Los asistentes al acto fueron dejando flores encima de la lona en la que ya estaba pintado el rostro de Jojoy. También había velas. Para ese momento, Twitter era un hervidero. La senadora Aída Avella había mandado un trino al que le cayeron varios dardos: “Gústele o no a quienes hoy se indignan, el relato de la guerra tiene dos versiones, igual de respetables. Y los excombatientes y militantes de las Farc tienen derecho de hacer memoria de sus mártires. Bienvenidas todas las remembranzas para la reconciliación”. Esteban Santos, hijo del expresidente Juan Manuel Santos, también se manifestó en redes: “Conmemorar la muerte del Mono Jojoy tiene una cosa positiva: el fracaso seguro de las Farc en la política”.
Foto: Daniel Reina / SEMANA. Antes de acabarse el acto, Sandra dijo que seguirían haciendo homenajes hasta que la gente entendiera quiénes eran realmente los miembros de las Farc “Queremos romper con ese estigma creado”. En la guerra, dijo, se cometen excesos. “Nosotros no somos santos, en el transcurso de la guerra, claro que cometimos errores. Por eso se creó la JEP, para que desde ambas partes se diga la verdad y que no volvamos a vivir esa noche oscura”. En el barrio Policarpa fueron pocos los vecinos que salieron a ver qué pasaba. Al finalizar la tarde, las camionetas blindadas de los congresistas se perdieron en el mapa. La Cacica se fue llorando para la terminal en busca de un bus que la regresara a Neiva, hasta dentro de un año que se vuelvan a reunir para homenajear al comandante que le dio un beso en la mejilla del que nunca se olvida.