SEMANA: Tras cinco meses de presidencia de Iván Duque, ¿cómo ha visto al gobierno frente a los temas de la paz? HUMBERTO DE LA CALLE: El presidente no ha utilizado el lenguaje excesivamente negativo que muchos temían. En La Guajira prometió ante la comunidad que cumpliría los compromisos del posconflicto. En París hizo una explícita defensa del proceso de paz. Pero al mismo tiempo, el presidente está sometido a la presión de los sectores radicales que lo apoyaron y que quieren hacer importantes cambios en el proceso de paz. Su desafío es marcar definitivamente la línea política del gobierno. La ministra del Interior habló de un pacto nacional. Eso no es posible mientras el presidente no logre alinear esas fuerzas radicales. SEMANA: El lema del presidente en campaña frente a la paz fue “ni trizas, ni risas”. ¿Hay algo que esté haciendo trizas? H.D.C.: Hay cosas que preocupan. Los nombramientos en el Centro de Memoria Histórica lo muestran. Pese a que se pactó un diseño para que todas las fuerzas políticas hicieran un esfuerzo de higiene en su propio beneficio, una verdadera reforma política, el resultado es inocuo y hasta regresivo. Aunque el presidente ha dicho que tratará de enmendar eso. Pero la situación va más allá de él. Esta dirigencia política padece una escalofriante miopía. No se da cuenta que, ante la crisis de la democracia representativa y del modelo de desarrollo en su versión actual, haberle quitado al país la presión de una guerrilla poderosa fue la mejor decisión, incluso en pro de sus intereses. Esta situación también se refleja en la parálisis en la reforma rural que tiene carácter estratégico y se ha venido entorpeciendo desde mediados del siglo XX. ¿Por qué desapareció la guerrilla en América Latina, menos entre nosotros? Una de las causas proviene de la errónea actitud de la clase dirigente que ha impedido siempre una solución al problema campesino. Le recomendamos: Iván Duque, ¿jugado por la paz? SEMANA: Los expertos coinciden en que la puesta en marcha del tema agrario ha tenido pocos avances. ¿Qué perspectivas ve a este aspecto? H.D.C.: Una señora muy encopetada en la calle 85 de Bogotá me dijo: “A mí que me importa lo que pase en el Putumayo si lo que me preocupa es que maten a mi hijo por robarle el celular”. Es una actitud ciega porque la estabilización del campo es, como dije antes, crucial. Hay un eslabonamiento de las violencias rurales con las urbanas y el desplazamiento es una correa de transmisión. Eso coincide con lo que algunos economistas dicen que si la mayor parte de la población es urbana, ¿para qué meterle plata al campo? Es un error que contribuye a fomentar una aguda oposición a la reforma rural y eso se ve en el tema de los reclamantes de tierra, que ahora se quiere entorpecer. "La paz es esencialmente política pero ha caído en la ruindad de la politiquería". SEMANA: Las curules para víctimas penden de un hilo y su salvación depende de un fallo del Consejo de Estado a una demanda interpuesta por el exministro Guillermo Rivera. ¿Cómo ve este tema y, en general, el comportamiento de gobierno frente a las víctimas? H.D.C.: La demanda es plausible pero no basta con una decisión en la Corte. Es como ganar un partido de fútbol después de terminado, apelando al VAR. Es un problema de conciencia. Es evidente la reticencia a abrir fuentes de representación. En los territorios más victimizados hay formas de autismo democrático. Poblaciones excluidas. Es muy mezquino negarles una voz en el Congreso. Colombia ha tenido una experiencia inédita. Comenzó a reparar antes de terminar el conflicto. Eso exige un esfuerzo monumental. Creo que el gobierno espera seguir cumpliéndoles a las víctimas. Pero sectores que lo apoyan quieren dar marcha atrás en la recuperación de tierras. SEMANA: Es evidente que después de la firma del acuerdo han surgido nuevas formas de violencia. ¿Contemplaron esa posibilidad en el momento de la negociación? H.D.C.: Muchas veces dije durante las conversaciones que su propósito era terminar el conflicto con las Farc. Crear una oportunidad para cimentar una paz firme entre todos. También advertí que nunca se podían descartar posibles disidencias. Esto suele ocurrir en estos procesos, pero la idea de que se haría trizas el acuerdo y las ambigüedades que hoy persisten en la aplicación del mismo han fomentado la formación de esas disidencias. Aun así, el doctor Archila ha dicho textualmente que “la absoluta mayoría está cumpliendo y está sinceramente comprometida con el proceso”. Hay que estabilizar esto. Al mismo tiempo, tener claro que los disidentes no pueden tener privilegios. Hay que combatirlos con toda la fuerza legítima del Estado. Vea también: Lo que viene para Iván Duque en la agenda de paz SEMANA: ¿Qué está pasando con los líderes sociales y qué solución tiene? H.D.C.: Ese es el mayor talón de Aquiles de todo este esfuerzo. La protección de los líderes debe ser una prioridad. Es un fenómeno que hunde sus raíces en el pasado y no se le puede atribuir a Duque. Hemos propuesto pasar de una actitud defensiva (proporcionar escoltas o carros blindados) a acciones ofensivas para desvertebrar las estructuras que asesinan a los líderes. También hay que visibilizar más la situación. No es buena idea minimizar estos hechos diciendo que no son sistemáticos. Se echa de menos un pacto político y social para deslegitimar la fuente de esas acciones. SEMANA: ¿Cuál es la principal piedra en el zapato de la paz? H.D.C.: Entre los errores de las Farc, quizás el más grave fue caer en el embrujo de la tribuna mediática que demoró demasiado la negociación y terminó acercándola a momentos de decisión electoral. El proceso se convirtió en un comodín de la lucha partidista. La paz es esencialmente política. Pero política con mayúscula. En vez de eso, ha caído en la ruindad de la politiquería menor. Hay que sacar la paz de ese hoyo negro. Eso debe ser posible. Pero estamos presos del sectarismo. Hay quienes dicen: vea, mataron unas personas, hubo una nueva masacre. Entonces, ¿cuál paz? Esa es una lógica absurda. Aquí hay un conflicto social y va a seguir, ¿no ven que para afrontar esos temas remanentes es crucial haber desarmado el poderoso ejército de las Farc? "Esta dirigencia política padece una escalofriante miopía".  SEMANA: En las pasadas sesiones el Congreso aprobó el proyecto de ley que rompe la conexidad entre delito político, secuestro y narcotráfico. Hay quienes critican esa iniciativa por considerar que le pone trabas a una eventual negociación con el ELN. ¿Qué opina? H.D.C.: Primero, dejemos de lado la propaganda negra. Nunca aceptamos que era conexo el narcotráfico con fines de lucro personal. Ahora bien, por definición, la rebelión nace siendo ilegal y se vale de la ilegalidad. Aquí hay una disyuntiva de fondo. Uno puede adoptar una posición moral. No hay lugar al uso de la fuerza. En tal caso, no hay espacio para la rebelión ni para los delitos cometidos al amparo de ella. O puede aceptar otras soluciones para no impedir un acuerdo y mirar cómo establecer límites a la conexidad. Dígase lo que se quiera en la ley, el hecho es que la guerrilla se ha valido del narcotráfico. Eso no implica impunidad, sino someter ese fenómeno de manera integral al tratamiento de la rebelión. El proyecto del gobierno está afectado por una ingenuidad angelical. Dice que en adelante no habrá conexidad. Es como prohibir la tosferina. Si no se da un tratamiento integral a la financiación ilegal del ELN no veo posible un acuerdo de paz con esa organización. También le puede interesar:  Es evidente que el uribismo quiere hacer trizas el acuerdo de paz: Roy Barreras SEMANA: ¿Qué hacer con el ELN? H.D.C.: Duque tiene razón en lo del secuestro. Comenzando las conversaciones de La Habana, las Farc manifestaron que no tenían secuestrados en su poder. Pero la idea que a veces aparece en boca del gobierno, pero otras veces no, sobre la exigencia de cesar toda hostilidad, no es realista. Al cese definitivo se llega cuando se ha logrado una masa importante de acuerdos. No debería ser imposible que el ELN decretara un cese unilateral –más sólido y largo que este cese navideño– y que, como ocurrió con las Farc, sobre esa base se avance en los demás temas de la agenda. Pero si eso no es posible, tampoco sirve de mucho la retórica pomposa. El ELN es un movimiento menos hermético que las Farc. Quizá se deberían establecer negociaciones sencillas con los frentes menos reticentes. Combatirlo no es solo imaginar batallas heroicas. Es mucho más hacer buena inteligencia y tener preparada la justicia. No veo una batalla final. Esto será largo.