Varios testimonios, recogidos por el diario El País de Cali, cuentan la difícil vida que tienen que llevar los indígenas trans. Los hechos giran todos alrededor del municipio de Santuario, “el lugar donde anidaron las ‘mariposas del café', un pueblo tradicional de la cultura paisa, un enclave machista, católico y conservador colgado en lo alto de la cordillera, entre Risaralda y Chocó, y donde era impensable que pudieran encontrar un sitio seguro para existir los cerca de 85 indígenas trans que debieron huir de sus resguardos”.
Allí, en Santuario, muchos de los indígenas trans pudieron rehacer su vida, tras haber vivido todo tipo de vejámenes en su propio territorio. Muchas de ellas huyeron a los 14 o 15 años y lograron asentarse allí como trabajadoras y mano de obra del café. No pueden volver a sus hogares, no solo por el rechazo de muchos de los suyos, sino porque los grupos armados los tienen amenazados.
Las historias de dolor que vivieron en sus resguardos son muy impactantes. Una de ellas, a quien llaman Perla, para proteger su identidad, cuenta que “estuvo a punto de creer que su fascinación por los hombres, y no por las mujeres, era producto de algún virus o la picadura de un animal. Pero no fueron suficientes los rezos, los bebedizos, los castigos ni que le raparan la cabeza para evitar que esos movimientos sutiles de cabello, impropios para un varoncito, fueran desapareciendo”.
El líder del resguardo decidió que debían darle varillazos y atarlo a un cepo para curarlo. “Intentaban curarle la ‘wërapara’, una ‘enfermedad’ con visos de delito que atormenta a las comunidades indígenas emberas del occidente colombiano y que convierte a los niños en niñas”, cuenta el reportaje.
“Poco después decidió huir para evitar que la comunidad castigara a sus padres por el hecho de no haberlo criado como debían. No recuerda fechas ni momentos, pero sí el haber escapado con la certeza de que atrás quedaba Manuel y que en el camino renacería con el nombre de Perla”, agrega el reportaje de El País.
Paola Tique, otra joven del resguardo, también contó su historia: “Yo cuando llegué aquí, llegué con ropa de hombre, pero maquillada; una persona se arrimó y me dijo: ‘¿Oiga, usted también es una mariquita?’, yo le dije que sí. Entonces me dijo: ‘Si le gusta pintar maquillaje como nosotras, cambiamos cuerpos... quita esa ropa de hombre y póngala ropa de mujer’; y ya puse ropa de mujer y me siento muy bien, superbién (sic)”.
“Yo cuando era pequeño me enamoré de un niño chiquito, así como yo, me gustó, dormí con él y ya nunca voy a volver a ser como un hombre, nunca jamás; me gusta estar como una mujer”, agrega ella que viene de un territorio indígena embera del Chocó.
También habla Luz Didian, quien encontró en Santuario su casa. El País cuenta que llegó “al pueblo en una época donde la discriminación ha ido desapareciendo. “Cuando yo llegué, a mí me enamoraban mucho. Me decían: ‘¡Ay!, usted tan bonita’, cuántos años tenía, yo voy a vivir con usted. Yo le decía al primo que quiero vivir sola normalmente y ellos antojados de uno y enamorados. Ahí el muchacho conmigo perdió el año”.
En el reportaje, elaborado por Hugo Mario Cárdenas, editor de la Unidad Investigativa, y Eduardo Bonces, director de la operación digital, se cuenta cómo a punta de maleficios y brujería han intentado hacerles daño. Pero también, cómo en medio de esa adversidad, hoy Santuario es un ejemplo para el país.