Las imágenes de los incendios en el noroccidente de Estados Unidos parecen de otro mundo. El cielo rojo, producto de la mezcla de fuego y cenizas, convirtió los días en noches interminables. Las postales de la torre de Seattle opacada por el aire gris le dieron la vuelta al mundo. Lo mismo que las impresionantes fotos de un puente en California, acompañadas de un naranja enrarecido, que dan la sensación de vivir en el infierno. Barrios arrasados, bosques reducidos a cenizas y la gente atrapada en sus carros en medio de las llamas parecen escenas apocalípticas.
California es una zona propensa a estos incendios y la gente está acostumbrada a ver estas escenas aterradoras cada año. Pero la situación actual no tiene precedentes. Esta temporada de incendios marcó un récord, y eso sin contar que apenas empieza.
Los científicos ya bautizaron 2020 como el peor año de incendios en la historia. Otros expertos señalan que ante lo visto se están quedando sin adjetivos superlativos para describir la tragedia. Esta vez han detectado 28 conflagraciones en California, con más de 1,3 millones de hectáreas quemadas, y más de 16.500 bomberos tuvieron que calmarlos, cifras que superan todos los antecedentes. Incluso, las imágenes captadas por satélites desde el espacio muestran una banda larga de humo que va desde Hawái hasta Nueva York y que pronto le dará la vuelta al mundo.
Los expertos atribuyen estos fuegos forestales a tres factores. El primero, el comportamiento humano, por incendios provocados, cables eléctricos caídos o un cigarrillo tirado por descuido. Según el informe ‘Fires, Forest and the Future’, de la World Wildlife Fund (WWF), el 75 por ciento de las conflagraciones tienen que ver con acciones humanas. El segundo, el clima cálido, que también influye al proporcionar combustible cuando seca la vegetación. El tercero, los vientos cálidos y secos, que en el caso del Pacífico actúan en Estados Unidos cada otoño como un fuelle al llevar el aire de los desiertos del oeste por los valles y cañones hacia el océano.
Sin duda, el cambio climático aumentó el riesgo de incendios cada vez más intensos y graves. De hecho, el mismo informe señala que cambio climático y fuegos forestales se refuerzan mutuamente, y, por eso, hoy, en muchas partes del mundo, aparecen en proporciones más grandes, con mayor intensidad, duran más tiempo y son más difíciles de combatir.
Miguel Pacheco, experto de WWF, explica que el calentamiento global hace que los bosques sean más secos, y los veranos, más largos. Todo eso produce las condiciones propicias para que las áreas forestales ardan con facilidad. Lo preocupante es que los Gobiernos y tomadores de decisiones no muestran progresos. Un mayor número de incendios intensos, dice el informe, probablemente generará millones de toneladas extra de carbono, diezmará la diversidad, destruirá ecosistemas, impactará la economía y causará problemas de salud a largo plazo para millones en el planeta.
En esta oportunidad, de hecho, las conflagraciones de Estados Unidos ya no se limitaron a un estado, sino que afectaron a Washington y Oregón. En este último, al menos cinco pueblos quedaron destruidos y, en cuestión de días, Portland, la ciudad más grande, se convirtió en la zona con el aire más contaminado del mundo, superando con creces a Nueva Delhi. En total, en California detectaron 7.718 incendios que arrasaron más de 1,3 millones de hectáreas en lo corrido del año, según Cal Fire. El año pasado, en esta época, California tuvo 4.927 fuegos que quemaron 47.753 hectáreas, lo que demuestra un aumento significativo.
Arden los bosques
Los incendios forestales intensos y prolongados son apenas la punta del iceberg del cambio climático, y los de Estados Unidos no han sido los únicos. El año comenzó con la más devastadora temporada de conflagraciones en Australia, las peores de la historia con pérdidas en biodiversidad incalculables. En marzo, tras el invierno más seco en 100 años, los incendios en Ucrania arrasaron miles de hectáreas en las cercanías de Chernóbil. En junio, las temperaturas anormalmente altas propiciaron una crítica temporada de fuego en Siberia, lo que marcó otro hito: por primera vez algo así sucedió dentro del círculo polar ártico. Todos estos, en su conjunto, fueron catalogados como los incendios más extensos de la historia.
Brasil quizá vive la peor de las tragedias para el planeta. Las llamas de las últimas semanas en el Pantanal, el humedal más grande del mundo, calcinaron, hasta el cierre de esta edición, más de 2,3 millones de hectáreas, es decir, cerca del 10 por ciento de su área total. Lo que antes lucía como un hervidero de biodiversidad hoy parece más la puerta del infierno. Entre enero y septiembre, en esa zona hubo 12.100 incendios, la cifra más alta desde 1998, lo que la convirtió en un cenicero humeante que puso en peligro a las 656 especies de aves, 159 de mamíferos, 98 de reptiles, 53 de anfibios y más de 3.500 de plantas que allí existen.
También sucede en Colombia. Hasta el segundo trimestre de este año, que corresponde a la temporada de sequía, el país tuvo 1.100 conflagraciones activas en al menos 450 municipios. Nada comparable con lo que sucede en Brasil o en California, pero aun así representaron la pérdida de 53.000 hectáreas de ecosistemas. Varias grandes capitales debieron declarar emergencias ambientales por culpa del efecto del humo justo en la época de confinamiento.
Cada incendio cuenta, pues genera un círculo vicioso. Esto sucede porque casi el 31 por ciento de los bosques tienen secuestrado el carbono en su biomasa, mientras que el 69 por ciento restante está guardado bajo el suelo. De esta forma, cuando un bosque arde, el carbono atrapado en la vegetación y en el suelo se libera. Y mientras más severo sea el fuego, afecta capas más profundas del suelo, donde el CO2 ha permanecido por miles de años. Cuando el bosque se recupera y vuelve a crecer, los arbustos son más jóvenes, pequeños y más secos, y tienen mucha menos capacidad de guardar CO2.
Como hoy los incendios son más frecuentes, la recuperación resulta más difícil. Así, estos fuegos no solo remueven del ambiente los árboles que capturan el CO2 y ayudan a mejorar la calidad del aire. También al arder emiten este gas a la atmósfera, lo que genera a su vez más efecto invernadero. Y no solo eso. “En la medida en que los bosques desaparecen perdemos agua y el incremento de la temperatura hará que no podamos cultivar igual. Eso cambiará nuestro estilo de vida y alimentación”, dice Pacheco.
Las conflagraciones también tienen que ver con las migraciones. El informe de WWF registra que solo en 2017 alrededor de 550.000 personas en el mundo tuvieron que evacuar sus hogares por su causa. De hecho, en este momento cientos de familias de Oregón, California y Washington consideran migrar a otro lugar. Y, si esto sucede en Estados Unidos, uno de los países más ricos del mundo, es fácil prever lo que le esperará a las naciones pobres. Los estudios indican que las de renta media, con una alta dependencia de la agricultura como Colombia, serán las más afectadas por el cambio climático.
Además de los daños económicos que debe asumir cada familia, estos incendios afectan el bienestar y la salud humana. Los científicos ya han probado en Irán que las muertes por problemas cardiovasculares, respiratorios y por traumatismos aumentan con las temperaturas extremas. Y diversos estudios señalan que enfermedades como la malaria, la leishmaniasis y el cólera pueden cambiar de patrón y aparecer en provincias donde antes no eran prevalentes. Asimismo, como ya sucedió en Indonesia, es posible que muchos colegios se vean obligados a cerrar. En 2015 las intensas conflagraciones en el país asiático detuvieron la educación de más de 5 millones de estudiantes.
Un mundo con fiebre
Pero los incendios no son el único síntoma de esta enfermedad de la Tierra. Todas las cifras indican que 2020 está en camino a ser el año más caliente desde que existen los registros meteorológicos. Desde la Antártida hasta Groenlandia cayeron los récords. La Organización Meteorológica Mundial (OMM), por ejemplo, anunció el martes que el hemisferio norte acaba de registrar el verano más caluroso del que se tenga constancia y que agosto fue el mes más cálido en la historia, con temperaturas de 0,94 grados centígrados por encima del promedio. Esas altas temperaturas afectaron a otros ecosistemas en el mundo. Recientemente, dos grandes glaciares en la Antártida occidental se rompieron, un hecho que incrementa el riesgo de que aumente el nivel del mar.
Cada estudio sobre los efectos del cambio climático es más desesperanzador que el anterior. Los científicos ya le dieron fecha de caducidad al hielo del Ártico tal y como existe hoy: 2035. Es decir, según las simulaciones, en 15 años ya no habría hielo. Y eso tiene un efecto directo sobre el nivel del mar. El Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC) dijo que de ahora a 2100 podría aumentar al menos 43 centímetros de no hacer algo contundente contra el cambio climático. Esto afectaría directamente a las ciudades costeras y las islas pequeñas, que quedarían bajo el agua.
El aumento de temperaturas por el cambio climático tiene un efecto dramático en el descongelamiento del permafrost, esa capa gruesa de tierra que permanece congelada en el casquete polar del hemisferio norte. Al descongelarse, lo que ya está sucediendo, no solo generará que el gas metano atrapado en dicho suelo se libere. Además, con ello podrían aparecer nuevos patógenos que, como sucedió este año con el nuevo coronavirus, amenacen la vida humana.
El aumento de la temperatura promedio de la Tierra, según Pacheco, incide más que los demás factores en todos los fenómenos climáticos. No solo en los incendios, sino también en eventos como el fenómeno de El Niño y La Niña, así como en los huracanes. Por eso no es raro que hoy en el mundo aparezcan cinco de ellos en formación en el océano Atlántico, amenazando una vez más a las islas en Centroamérica y las ciudades al sur de Estados Unidos.
Frente a esta evidencia, causa asombro e indignación que líderes políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro nieguen el impacto del cambio climático. El primero le echó la culpa de los incendios en el noroccidente de su país al mal manejo de los gobernadores de las reservas forestales, mientras su Gobierno sigue incentivando la producción de carbón y otros combustibles fósiles. El segundo niega lo evidente. En varias oportunidades, Bolsonaro ha dicho que no se está quemando la Amazonia brasileña y que los movimientos ambientalistas son un complot internacional para impedir el crecimiento económico.
Pero todas las personas son en cierto grado igualmente responsables si no están dispuestas a cambiar sus hábitos para proteger el planeta. Solo se darán cuenta de la magnitud de la tragedia cuando tengan que vivirla en su propia piel.
Nunca es tarde para enderezar el camino. No existe una fórmula mágica, pero Pacheco dice que cada cual puede contribuir con ciertos cambios de hábito y que hay que comenzar por lo básico. “El origen de lo que consumimos, aceite de palma, carne, leche, está ligado con la deforestación”, explica. También habría que mejorar las estrategias para prevenir y controlar incendios y, sobre todo, educar a los actores relacionados con su aparición. Como dijo el gobernador de California, Gavin Newsom, al recorrer la zona afectada, el cambio climático es una realidad. “No más debates. Está aquí”, dijo. Pero es necesario pasar del discurso a la acción. Aunque esos incendios se ven lejanos, en realidad afectan el presente y futuro de todos.
LAS TRES PLAGAS
Hasta hace poco, el aire libre había sido para millones de californianos un refugio de la pandemia de covid-19. Pero con la llegada de los incendios el oxígeno que respiran les hace tanto daño a sus pulmones como el propio patógeno. Muchas de estas personas, que hoy no tienen casa, afrontan el peligro en campamentos improvisados.
Para hacer la situación más crítica, las imágenes satelitales que captaron la banda de humo desplegada desde Hawái hasta el continente europeo muestran, además, cinco tormentas tropicales progresando en el Atlántico. Una de ellas, Sally, ya tocó tierra e inundó varias ciudades en Florida y Alabama. El resto de las formaciones corresponden al huracán Paulette, las tormentas tropicales Teddy y Vicky, y la depresión tropical René, cuyos efectos están por verse.
Estas tres amenazas, los incendios forestales, los huracanes y la covid-19, están relacionadas entre sí porque en todas ha influido la actividad humana. Respecto a la covid-19, el periodista científico y escritor David Quammen señala que la presión del hombre sobre el medioambiente al talar árboles para crear carreteras o extender la zona de agricultura dejó a millones de criaturas sin hábitat. Entre ellas, virus, bacterias y parásitos, que pueden hacer saltos zoonóticos en cualquier momento, como sucedió con el sida o con el coronavirus, y afectar al ser humano sin que pueda defenderse.
Los huracanes simultáneos también reflejan la mano del hombre. Este hecho es muy raro, pues solo ocurrió algo así en 1971. Pero en esta oportunidad los científicos atribuyen su aparición al cambio climático. Las altas temperaturas y el aumento del nivel del mar provocan que estos sistemas sean más intensos y descarguen más agua. Esto puede generar grandes inundaciones, como la que causó el huracán Sally esta semana. Los meteorólogos también explican que la influencia de La Niña, entre otros fenómenos intensificados, incide en la formación simultánea de huracanes.
De hecho, la temporada de tormentas en el océano Atlántico ha sido tan intensa en 2020 que la OMM informó que está a punto de agotarse la lista habitual de nombres para bautizarlas. Si llegan a quedarse sin opciones, por segunda vez en la historia usarán el alfabeto griego para ello.
En cuanto a los incendios forestales, el informe de la WWF señala que en 75 por ciento de ellos está la marca de alguna actividad humana. Por eso los expertos señalan que no hay que extrañarse de que en el futuro se presenten al mismo tiempo varios de estos eventos climáticos, que desborden la capacidad de respuesta de los países y generen caos en el corto plazo.