El tiempo en Providencia y Santa Catalina tiene un ritmo inusual después de que el huracán Iota golpeó el archipiélago y destruyó casi el 90 % de la infraestructura. Las personas que esperan la reconstrucción de sus viviendas dicen tener días más largos, las horas parecen caminar lentamente; mientras que para quienes trabajan en levantar lo caído los minutos parecen correr una maratón. A veces, el tiempo no alcanza ni para comer tres veces al día si se quiere alcanzar la meta de entregar totalmente reparado el archipiélago para marzo de 2022.
Las cifras, a ese ritmo de trabajo, son alentadoras, 362 días después de la catástrofe natural. El 54 % de las viviendas destruidas ya están reconstruidas y renovadas con cimientos capaces de aguantar vientos de hasta 260 kilómetros por hora, los mismos que hace un año destruyeron la isla. En total, son 962 casas entregadas. Y la meta es que para diciembre el porcentaje de entrega llegue al 70 %. Por eso, el tiempo para las 1.800 personas (entre trabajadores, contratistas y fuerza pública) que llegaron a la isla es un enemigo común.
Susana Correa, directora de Prosperidad Social y la gerente de la reconstrucción de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, asegura que la posición geográfica de la isla ha sido el principal obstáculo para avanzar a un mejor ritmo. “No ha sido fácil, tal vez por la localización de la isla. Estamos a 720 kilómetros de Cartagena, que es el puerto más cercano”.
“Otro de los problemas es que el único muelle de Providencia no tenía dragado, barcos grandes no podían entrar. Tenía un dragado de 2,5 metros de profundidad y ahora está en 6. Los barcos que traen los materiales son grandes y por eso empezamos a tener muchos retrasos, así que optamos por hacer un muelle alterno (metálico y movible) de 1,8 y 2,5 metros de profundidad”, cuenta Correa.
Con estas dificultades ignoradas inicialmente –por eso el presidente Iván Duque, en un arranque de entusiasmo, dijo que la isla estaría reconstruida en 100 días–, los trabajos avanzan al ritmo de las circunstancias.
Mariela Archiguey, raizal y dueña de una posada de turismo en Providencia, aprendió a gestionar el tiempo para no caer presa de la pereza de los minutos. Su casa fue destruida por el huracán. Con su esposo e hija vivieron durante ocho meses en la cocina, el único lugar que quedó techado, hasta que en agosto Fontur –entidad del Ministerio de Comercio– comenzó con la reestructuración de la vivienda. “Lo que falta es poco”, dice con cierto ánimo. Mientras avanzan los trabajos, vive en una carpa. “Son pocos días para mudarnos de nuevo, mire cómo está quedando de bonito”, agrega.
Irvin Pérez, presidente de Fontur, cuenta que después del huracán hicieron un inventario con establecimientos que tenían Registro Nacional de Turismo y se detectaron 153 negocios de comercio que prestan alojamiento, turismo y buceo, renta de vehículos y restaurantes. De esos establecimientos, hubo una clasificación en baja, media y alta afectación. Estos últimos se tuvieron que reconstruir desde cero.
“En marzo entregamos 28 posadas que tenían bajas afectaciones y luego, a partir de junio, iniciamos un proceso con los establecimientos de media y alta complejidad. Tenemos 125 establecimientos por reconstruir; de esos, tenemos, a la fecha de hoy, cerca de 43 ya funcionales y la meta es tener 78 funcionando para diciembre”, señala Pérez.
Las posadas en Providencia son los sitios escogidos por turistas para compartir días junto a una familia raizal. Cada una de ellas tenía un diseño particular y ese mismo bosquejo inicial fue respetado en la reestructuración, pero con materiales más resistentes ante un huracán de categoría cinco, como Iota.
“Cada intervención es diferente y tienen una necesidad diferente de materiales. Para este proyecto se tiene un presupuesto de 48.000 millones de pesos entregados por el Ministerio de Comercio, por medio de Fontur, para todo el proceso de reconstrucción del componente turístico de la isla. Tenemos 27 frentes de trabajo, pero por Fontur tenemos más de 150 personas trabajando en la isla, incluyendo los contratistas”, reseña Irvin Pérez.
La presidenta de Findeter, Sandra Gómez, ha permanecido muchos días en Providencia, desde que ocurrió la tragedia por el huracán Iota.
“Este es un proceso con muchas complejidades y somos conscientes de ello. Nos hemos enfrentado a retos logísticos y técnicos que hemos debido superar y, sobre todo, aprender que hacen parte de reconstruir una isla que está a 800 km del continente. El primero y más importante tiene que ver con la disponibilidad de materiales y su transporte: sin materiales no es posible avanzar. Para construir las casas es necesario llevarlo todo sin excepción. A la fecha se han transportado más de 27.000 toneladas de material en cerca de 2.900 contenedores para hacer posible la reconstrucción. A este tema debemos sumarle las limitaciones del muelle debido a su tamaño y bajo calado”, dice Gómez.
Agrega: “Otro de los temas fundamentales es la mano de obra, hoy tenemos cerca de 2.000 trabajadores en la Isla en labores de reconstrucción, ello implica una organización logística: transporte desde del continente, campamentos, alimentación, servicios públicos, entre otros aspectos. Solo la disponibilidad de agua limita el número de trabajadores que es posible tener en Providencia y ya hemos llegado al número de trabajadores que es posible tener en la Isla”.
Finalmente, la presidenta de Findeter reconoce que todavía falta mucho por hacer, aunque ya hay avances: “No tenemos antecedentes de un proceso de reconstrucción de una isla en Colombia, por ello estamos convencidos de que los niveles de avance que hoy tenemos, 962 casas entregadas que que representan el 54 % del total, son el resultado de un trabajo sin descanso. Para finales del mes llegaremos al 61 %, lo que nos permite entregar soluciones de vivienda a más familias y avanzar en el compromiso del presidente Duque para que a finales de marzo de 2022 entreguemos el total de las casas a la comunidad”.
Los que esperan
Recorrer los 18 kilómetros de Providencia y las pocas calles de Santa Catalina es hacer un viaje del significado de resiliencia. Las historias, ampliamente difundidas, aún erizan al oyente y dejan escapar una lágrima del interlocutor. Hazañas de cómo rompieron paredes con palas, personas que se amarraron a árboles para no ser llevadas por el viento y el desconsuelo de ver solo ruinas de lo que alguna vez fueron sus hogares, son solo algunos de los relatos.
Ospino Brown aún espera la reconstrucción de su casa. Ya aprendió a controlar el tiempo para no entrar en desesperación, sabe que pronto llegara su momento y espera que su nuevo hogar quede tan bonito y seguro como aquellos que ya han entregado. Cuenta que su mamá tiene 99 años y está ansiosa por ver su nueva vivienda para morir en paz. “Es lo único que ella quiere”.
Luego del huracán lo más difícil para los raizales fue conseguir agua. Providencia no tiene acueducto y la manera de recolectar el líquido era a través de grandes tanques ubicados en los techos de las casas, pero el huracán se llevó los tanques, los techos y las casas. No quedó nada.
“No sé si fue más duro el huracán o lo que vino después. La gente estaba desesperada porque no teníamos nada. Hoy, en comparación con esos días, ya estamos viendo la luz del final del túnel”, cuenta Ospino.
Y aunque la reconstrucción de las casas avanza a buen ritmo, aún no hay hospital en Providencia. El Gobierno se comprometió a entregar un centro asistencial de nivel dos y eso acarrea más tiempo. La isla pasa por un brote de covid que ya ha cobrado la vida de cinco personas en menos de un mes. No hay hospital y las vacunas contra el virus deben ser devueltas porque el grueso de la población no se quiere vacunar.
Los del otro lado
Luis Alberto Madrid llegó a Providencia hace ocho meses. Desde ese momento no ha salido de la isla. Es de Barranquilla y toda la vida se dedicó a la construcción de casas, en la isla ya perdió la cuenta de cuántas ha hecho. Sus días laborales comienzan a las siete de la mañana y terminan a las seis de la tarde. El trabajo es parejo para poder terminar a tiempo. Descansa los domingos, aprovecha para llamar a su esposa y a sus dos hijos.
Ya conoce todos los rincones y sectores de Providencia. Camina amparado por el agradecimiento de quienes les reconstruyó la casa. Luis Alberto no piensa irse sin cumplir la meta de la entrega total de la isla en marzo. “Esto es trabajo, pero también es una manera de aportar un granito de arena”.
Jaime Andrés García, coordinador de la dirección de apoyo a las regiones de Fontur, llegó a Providencia dos días después de la catástrofe. Ha salido apenas un par de veces a visitar a su familia en Bogotá y Bucaramanga. Vive, junto a dos compañeros arquitectos, en lo que quedó del único spa de Providencia. Al igual que los raizales, tuvo que dormir en carpas, comer enlatados por meses, tomar poca agua y recorrer la isla de arriba abajo censando a quienes lo perdieron todo.
“Uno de acá se lleva las gracias de la gente. Hubo días muy pesados que lograban desestabilizarnos emocionalmente, pero logramos sobrepasar esos días difíciles y hoy ya tenemos un proceso en marcha. Cuando llegamos, el impacto visual de como quedó la isla era muy fuerte”, cuenta García.
Los funcionarios del Gobierno nacional que llevan más de ocho meses viviendo en Providencia son 80. A algunos la vida los devolvió a lo más primario: aprender a armar una carpa, conocer las señales del clima, caminar por horas bajo el sol inclemente y aguantar de pie bajo la lluvia porque no había cama para tanta gente. “Nuestra vida ha cambiado muchísimo”, dice Susana Correa.
“Aquí nadie conocía del tema, hemos venido aprendiendo. Queremos una nueva Providencia más fuerte para todos los habitantes. Aquí estamos alrededor de 80 funcionarios del Estado, madres con hijos pequeños que han dejado a sus familias”, añade.
Juan Camilo Vélez, coordinador de Regiones de iNNpulsa, aprendió a montar moto en Providencia. Para recorrer la isla le entregaron una motocicleta Suzuki automática cero kilómetros; hoy, ese vehículo tiene 18.000 kilómetros de recorrido. Es decir, ha transitado la isla de sur a norte mil veces en este tiempo. “Mi trabajo es ayudar a los establecimientos comerciales con la reactivación económica”, dice Vélez. Su labor le ha permitido tal acercamiento con la comunidad que está invitado a dos matrimonios, en uno de ellos es el padrino de bodas.
Reactivación económica
Pese a que la isla no está terminada completamente, ya hay una reactivación económica importante. Las posadas reconstruidas por Fontur ahora sirven de alquiler para los contratistas y trabajadores. Los raizales alquilan habitaciones entre 35.000 y 40.000 pesos la noche. Con 1.800 trabajadores en la isla, hay bastante demanda y poca oferta de hospedaje.
Con ese dinero circulando localmente se han logrado sortear las dificultades por los elevados precios de la comida. Alimentarse bien en Providencia después del huracán es un privilegio que se dan pocos. En el centro de la isla, una libra de carne puede costar 25.000 pesos, y una libra de arroz sobrepasa los 6.000 pesos. “Todo se puso más caro luego del huracán. Los barcos traen menos comida y algunos productos están por las nubes. Por ejemplo, la proteína nos ha tocado reemplazarla por lentejas y el aceite por aceite de coco, y así con muchas cosas”, relata Gina Brown, dueña de una de las posadas de Providencia.
A la isla no podrán llegar turistas hasta marzo de 2022, entonces las fuentes de ingreso y reactivación del transporte aéreo y marítimo aún son tímidas. Frente a los recursos para reconstruir la isla por completo, la bolsa total es de 1,4 billones de pesos. “Hoy, solamente en casas llevamos invertidos 333.000 millones de pesos. Las casas se están construyendo para que resistan los huracanes. Antes no se construía con la normatividad y las viviendas que no resistían vientos de 260 kilómetros por hora”, reseña Susana Correa.
Providencia y Santa Catalina son resiliencia. Resiliencia de quienes lo perdieron todo y resiliencia de quienes trabajan por lograr reconstruirlo todo. Todos batallan contra sus demonios sin dejarse derribar, ya el huracán Iota se llevó todo lo que se podía llevar. Ahora todo y todos son más fuertes.