SEMANA: Usted lleva cinco años haciendo un doctorado en teología. Es un cambio demasiado radical para una persona que buscó el poder. ¿Cómo fue esa transformación?ÍNGRID BETANCOURT: Después del secuestro yo era otra persona, por lo tanto, tenía que reinventarme. Cuando pensaba qué quería hacer recordaba ese sentimiento de vacío que me agobiaba en la selva. Esa sensación de estar maniatada física e intelectualmente, de estar perdiendo el tiempo. Siempre había querido volver a la universidad, pero cuando pensaba en los temas todo me parecía aburrido.SEMANA: ¿Y la teología?I.B.: Pues es lo único que me llamaba la atención después de que quedé libre. Cuando le conté a mi mamá se aterró y me dijo: ¿Te vas a meter a monja? Eso definitivamente no, pero quería volver a estudiar. Cuando empecé, me sentía como si de niña entrara a un almacén de dulces. Todo era nuevo y yo solo quería entender.SEMANA: ¿Entender qué?I.B.: Quería entender por qué lo que yo había leído en la Biblia cuando estaba secuestrada me había producido un efecto tan fuerte psicológicamente. Realmente leyéndola había logrado obtener muchos recursos para resolver los temas del diario vivir. Había apartes que me ayudaron a enfrentar las crisis que estaba viviendo.SEMANA: ¿Apartes cómo cuáles?I.B.: Job, obviamente. Él es un hombre que sufre de manera injusta. Y yo en ese momento sentía que era como Job. Me preguntaba todo el tiempo, ¿por qué me pasó esto? Leyendo entendí que las preguntas que yo estaba formulando no eran las correctas. No me preguntaba ¿por qué yo?, sino más bien ¿cómo voy a sobrevivir? Pensé que debía hacerlo a la manera de Job. Él se rebela, siente que Dios, la sociedad y sus amigos lo están juzgando mal. Sin embargo, siente que él es justo y quiere entender por qué Dios lo está poniendo en esa prueba. El encuentro que tiene con Dios lo reivindica ante sí mismo y ante los otros. Durante el cautiverio, ese fue un libro de la Biblia esencial para mí. Me interesaba entender por qué Dios se había revelado ante nosotros y por qué era importante su relación con los seres humanos.SEMANA: Uno creería que una situación como el secuestro hace replantear la existencia de Dios. ¿Le pasó eso?I.B.: En el secuestro tuve un momento muy duro cuando descubrí que mi papá se había muerto. Sentí que era una traición y que Dios me había abandonado. La relación que yo tenía con mi papá era una relación extraordinaria… Entonces tuve mucha rabia contra Dios.SEMANA: ¿Cómo se vuelve a encontrar con él?I.B.: Por mi papá, curiosamente. Cuando vivía esa rabia por ese Dios que sentía que me había abandonado, pensé en lo que él hubiera hecho en mi situación. Pensaba que él hubiera pedido una Biblia. Ahí fue cuando yo la pedí. Me la trajeron y eso ya era muy extraordinario.SEMANA: La Biblia se convierte en un elemento muy importante para usted en el secuestro…I.B.: Yo nunca había leído la Biblia y encontré allí pinceladas. Pinceladas magistrales que de pronto me permitieron ver un rayo de luz en sus narraciones. Entonces comencé a entablar una relación espiritual muy fuerte. Llegué a una conversación con Dios que obviamente era emocional e intelectual en la medida de las limitaciones del secuestro. Cuando yo salí de la selva quería entender lo que a mí me había sucedido. ¿Por qué yo creía en Dios de esa manera?SEMANA: ¿En estos cinco años de hacer esa búsqueda qué aprendizaje le ha sorprendido? Un momento histórico o un personaje.I.B.: Me interesó mucho, por ejemplo, Pablo. Es un revolucionario. En el esquema del judaísmo él es quien explica que lo que vino Jesús a hacer es a liberarnos de todo. Y liberarnos en particular de aquellas cosas que hacen que la religión se vuelva una manera de controlar a otro. Para él, ese control va en contra de la liberación que inspiraba Cristo. Eso a mí me hizo reflexionar en todas las pautas de comportamientos que tenemos. El ‘qué dirán’ es en realidad un mecanismo para controlar a los demás. Pablo era judío, pero tenía la ciudadanía romana. Hablaba griego y latín. Se dedicó a viajar por el mundo en ese momento y fue quien verdaderamente hizo que el cristianismo se expandiera geográficamente.SEMANA: Hablando de cosas más terrenales, ese ‘qué dirán’ fue una de las reflexiones que más impactó de su intervención en el foro de Buen Gobierno. Usted dijo que en el cautiverio ya no era Íngrid Betancourt: “Era la cucha, por vieja. La garza, por flaca. La perra, por mujer. La carga, por secuestrada”.¿Cómo la marcó ese machismo?   I.B.: Sentí ese machismo por primera vez en el Congreso y en el secuestro muy fuertemente. El hecho de ser una mujer secuestrada era una desventaja adicional. No solamente porque la violencia sobre la mujer es mayor, más fácil, sino porque hay una desconfianza hacia nosotras. A la mujer se le niega la posibilidad de expresar sus sentimientos, se le ridiculiza, se le humilla. Somos juzgadas de manera más dura que los hombres.SEMANA: Usted casi nunca se ha reivindicado como feminista. ¿Por qué esta reflexión ahora?I.B.: Porque creo que tenemos una deuda con la mujer muy grande. Las mujeres en Colombia son muy activas, pero son las grandes perdedoras de la guerra. Si uno mira a nivel de víctimas hemos pagado el precio más grande. Son las viudas, las huérfanas, las que terminan solas llevando el peso de toda la familia. La cantidad de madres solteras en Colombia es impresionante porque los hombres se van o se mueren. Las mujeres están en la sombra pero son las hormigas que hacen que todo funcione.SEMANA: ¿A qué se refiere?I.B.: La mujer colombiana ha sido extraordinaria en tratar de reivindicar su feminidad dentro de un mundo donde el machismo la convierte en un objeto.Siempre estamos como ahí, en el límite. En este momento es necesario que reflexionemos en la posición de la mujer de Colombia. Más aún cuando un tercio de las Farc que se desmovilizará son mujeres. La gente piensa en la reinserción de los hombres pero no en la de las mujeres.SEMANA: ¿Usted cree que las mujeres han sido incluidas en el proceso de paz?I.B.: No. Creo que no. La mujer es instrumentalizada porque hay que ponerla, porque tienen que estar en la foto. Siento que la mujer debe ser más que una cuota. Creo que tenemos mucho que aportarle al posconflicto y que este es un momento para construir una verdadera igualdad de género.SEMANA: ¿Al ser usted una mujer tan simbólica para el proceso de paz la han invitado a ser parte de los diálogos de La Habana?I.B.: No.SEMANA: ¿Le gustaría?I.B.: No sé. Depende para qué. Desde donde sea pienso que hay que participar con una buena intención y una responsabilidad. Pero sí siento que las mujeres deben estar en esa mesa de La Habana. Me preocupa que las Farc se muestren como una estructura que busca la igualdad, pero en la práctica sean tan profundamente machistas.SEMANA: Se refiere al machismo que vivió en el secuestro…   I.B.: A mí me sucedió mucho que había una sevicia mayor en todo lo que podía suceder en el cautiverio porque había la impresión de que por ser mujer siempre era culpable. Siempre quería esconder las cosas. Si lloraba era por esa manipulación, si decía algo era porque estaba mintiendo. Pensar que las mujeres queremos todo manipularlo y controlarlo con una inteligencia maléfica y diabólica fue algo aterrador. Por ejemplo, si una mujer tiene una discusión con una mujer es una verdulera, si un hombre la tiene con otro, es un hombre de Estado.SEMANA: ¿Eso explica para usted la atención que ha tenido después del secuestro y el interés que genera su relación con Clara Rojas?I.B.: Estoy segura. En la selva cantidad de hombres se pelearon fuertemente, a los puños. No hay ningún comentario sobre eso. Nadie dice nada y a nadie le interesa. Pero el chisme y el cuento, siempre llaman la atención.SEMANA: El país recibió muy bien el reencuentro de ustedes. ¿Se animó a quedarse?  I.B.: Este año voy a ser abuela dos veces. Ahí donde estén mis hijos quiero estar yo.