En San Salvador, municipio de Tame, el único que salió ileso de la masacre cometida el pasado 31 de diciembre fue un rechoncho muñeco de año viejo que no alcanzó a ser quemado. Esa noche, un grupo de 30 jinetes, fuertemente armados, cabalgó durante más de tres horas desde algún paraje de Betoyes hasta este humilde caserío, donde cerca de 100 personas bailaban y bebían para festejar la llegada del Año Nuevo. A las 10:30 entraron disparando. En sólo 10 minutos los rafagazos habían acabado con todo. Al lado de la casa del 'paisa' quedaron los cuerpos destrozados de cuatro niños y 13 adultos. Cerca de 60 personas lograron correr hasta el río Casanare y salvar sus vidas mientras eran arrastrados por las tormentosas aguas. Los asesinos tenían información precisa. Sabían que en este diciembre, como había ocurrido el año anterior, los paramilitares que solían operar en esta región se irían a festejar a otra parte. Al fin y al cabo unos y otros son foráneos. Van y vienen, mientras la gente que habita en la región se queda y soporta la ley de la violencia que imponga el grupo de turno. ¿Qué más pueden hacer? Si San Salvador es apenas una callecita empolvada con 16 casas, habitada hasta ese día por pescadores y campesinos pobres. Tenían miedo. Y así se lo habían hecho saber al gobierno nacional. El Sistema de Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo estaba analizando las comunicaciones que habían enviado los campesinos de 12 veredas en las que expresaban su temor de que ante la anunciada desmovilización del grupo paramilitar Vencedores de Arauca, la guerrilla tomara represalias contra los civiles. Mucho antes de lo pensado, esto ocurrió. Según testimonios de los sobrevivientes y las autoridades de Arauca, este crimen fue cometido por la columna móvil 'Alfonso Castellanos' de las Farc. En esta región también operan los frentes 45, 28 y 7 de ese grupo guerrillero, y el 'Frente Domingo Laín' del ELN. Durante 30 años la guerrilla ejerció el control en toda la actividad económica y política de Tame, el segundo municipio más rico y poblado de Arauca. Una próspera población ganadera que se convirtió en sitio estratégico de la guerrilla para el robo de ganado y el secuestro, por su cercanía al pie de monte y por ser la frontera con el Casanare. Justamente por esta vereda ingresó en 2001 el Bloque Vencedores de Arauca, que hace parte del Bloque Central Bolívar y que es liderado por el narcotraficante Víctor Manuel Múnera, conocido como 'Pablo Arauca', uno de los negociadores de las AUC en Santa Fe de Ralito. A su llegada, los paramilitares se hicieron sentir. Asesinaron a dos congresistas de ese departamento -Alfredo Colmenares y Octavio Sarmiento-, ambos oriundos de Tame. Y se inició una guerra sucia y de terrorismo que no ha cesado desde entonces. En 2002 el gobierno declaró como zona de rehabilitación una parte de Arauca. La franja del oleoducto. Los planes de seguridad en la región han estado concentrados en esta zona. Incluso se creó una brigada especial con apoyo de Estados Unidos para cuidar la infraestructura petrolera. En menor medida se reforzó la seguridad en el resto del departamento, donde no hay petróleo. En Tame, además del Batallón Navas Pardo, se instaló la Brigada Móvil 5, cuyo comandante se suicidó el año pasado, días después de que los paramilitares torturaron y masacraron a 13 campesinos en las veredas Flor Amarillo y Cravo Charo. La presencia de la fuerza pública no ha servido para contener la de los paramilitares. Por el contrario, la violencia ha crecido de manera geométrica. En 2000 este municipio tuvo 43 muertes violentas; en 2001 la cifra ascendió a 74; en 2002 llegó a 138; en 2003 fueron 210 homicidios y en 2004 se cerró con 202 crímenes. Así mismo, en los últimos cinco años ocurrieron 16 masacres en este municipio y más de 7.000 personas fueron desplazadas. Tan grave es la situación, que el Ejército se vio en la necesidad de construir con sus propios soldados la carretera que unirá este municipio con la capital del departamento, pues difícilmente una empresa podría asumir el riesgo que implicaba la obra. Al final de este pulso de sangre, las AUC lograron una gran influencia en la parte urbana de Tame y el control de la sabana, mientras las Farc y el ELN han terminado replegados a la parte más montañosa y marginal. Y en su afán de recuperar el terreno perdido han actuado igual que sus enemigos declarados (los paramilitares): con terrorismo. El 27 de noviembre de 2003 hicieron explotar un balón bomba en Puerto Jordán, que dejó a una persona muerta y tres heridos, entre ellos a un niño. Dos meses después asesinaron a la madre, hermana e hija (de apenas 10 meses de nacida) del concejal Angel Demetrio Casas. En mayo pasado hicieron explotar un carro bomba en el parque principal de Tame que dejó tres muertos (entre ellos un niño de 8 años) y 35 heridos. Y en junio asesinaron al historiador Plutarco Granados, un hombre respetado en todo Arauca. El 29 de diciembre pasado la guerrilla atentó por séptima vez contra el gobernador de Arauca, tal vez el más custodiado del país. Tres días después vino la masacre de San Salvador. No es la primera vez que las Farc cometen una matanza indiscriminada contra civiles en zonas de fuerte influencia paramilitar. En febrero de 1994 un comando de esta guerrilla irrumpió en una fiesta en el barrio La Chinita de Apartadó y asesinó a más de 30 personas. Con esta masacre se inició una orgía de sangre que duró más de cinco años en el Urabá antioqueño. Y el año pasado las Farc también mataron a 32 raspachines en La Gabarra, haciéndoles pagar con sus vidas el hecho de trabajar en cultivos de paramilitares. Esta nueva masacre escandaliza aún más porque asesinaron a los niños sin ninguna consideración. Los temores que los campesinos de Tame le habían manifestado al gobierno en cuatro ocasiones han resultado ciertos. La población civil está expuesta a la retaliación de las guerrillas y la fuerza pública no podrá poner soldados en cada pueblo, ni en cada finca para protegerlos. Pero tampoco es sano que se alimente la sensación -falsa por cierto- de que los paramilitares son una fuente de seguridad para las regiones apartadas. Ese es el gran dilema que enfrenta el gobierno y al que tendrá que dar respuesta antes de que episodios como el de San Salvador se repitan. Más aún si los subversivos han optado por la barbarie. En sus métodos, la guerrilla está cada vez más cerca de sus enconados enemigos -los paramilitares- y más lejos de sus ideales. Hace casi un siglo el escritor chino Lu Sin escribió un cuento titulado El diario de un loco. En él un hombre enloquece cuando descubre que durante siglos en su pueblo los habitantes se han devorado unos a otros, como caníbales. Al final, desconsolado, el loco implora: "¡Salvad a los niños!". Ojalá alguien escuchara su llamado.