“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo”, este versículo del libro de los Corintios, en el Antiguo Testamento, era el que repetía constantemente el pastor José Francisco Jamocó Ángel después de darle besos en la boca a María Fernanda, de tan solo 17 años de edad. La joven, quien había llegado en 1998 al Centro de Alabanza El Shaddai para apoyar al coro, quedaba totalmente desconcertada. No entendía lo que sucedía.

Veía al pastor Jamocó como una figura paterna y él solo decía que eran muestras de afecto y cariño, las cuales estaban en las Sagradas Escrituras, las cuales le daban carta blanca para actuar.

“Me dijo que no me preocupara, que él me iba a enseñar que un hombre sí me podía amar”. El pastor se resguardaba en el ósculo santo para presionar y recordarle que era un enviado de Dios y actuaba según los mandatos divinos. Con el pasar de los días el acoso se hizo más constante e intenso.

Aprovechando que la joven siempre estaba en la sede de la iglesia cristiana, en los ensayos del coro y de teatro la abordaba. No fueron pocas las veces que alabó su color de piel frente a otras integrantes de la comunidad. María Fernanda recuerda perfectamente el momento en que sintió que las cosas no iban bien dentro de la comunidad.

Un día, tras una presentación de danzas, se bajó de la tarima. Ahí estaba el pastor esperándola ansioso. “Se me acercó al oído, me dijo que mientras daba la presentación no había podido evitar mirarme la cola y que había tenido una erección”. El calibre de esas palabras encendió la primera alarma en la joven, su mente le decía que ningún versículo de la Biblia le daba potestad al líder religioso para decir algo así.

“Empezó una confusión tenaz”. Recuerda que el pastor era enfático en que no le comentara a nadie lo que estaba ocurriendo, pues “uno no puede hablar de Dios, las palabras en contra de un pastor son como un clavo en una pared”. Por esto jamás le dijo a nadie de la congregación ni de su familia lo que estaba viviendo.

María Fernanda empezó poco tiempo después una amistad con Andrés Moreno, el pastor de jóvenes. Esto encendió la ira de Jamocó quien empezó a crear un ambiente hostil para separarlos. “Que éramos con el agua y el aceite”.

Tras otra presentación de teatro, el pastor la abordó en un salón en el que se guardaba el vestuario, cerró la puerta, se recostó contra la puerta para impedir que alguien entrara, y sin mediar palabra la jaló durísimo hacia él, “me empezó a restregar su pene. Me cogía los senos con mucha fuerza, me besaba por todos lados con la lengua. Estaba como desesperado”, recuerda María Fernanda con la voz entrecortada.

El pastor hizo todo lo que estaba a su alcance para que nadie lo escuchara, poniéndole la mano en la boca a la joven cuando escuchó que la estaban buscando. En ese momento le susurró a su oído que no se olvidara de las maldiciones que podían llegar a su vida si contaba lo ocurrido, y citó un nuevo versículo que recuerda perfectamente: “como el gorrión en su hogar y la golondrina en su vuelo, así la maldición no viene sin causa”.

Siendo tan joven esas palabras calaron en su mente, por eso decidió no contar nada, estaba segura que las maldiciones –de las que tanto hablaba el pastor- iban a llegar a su vida. Si lo contaba, era la palabra suya contra la del líder religioso al que todos seguían y querían.

“Yo decía Dios mío, ¿será que estoy obrando mal?”. Este sentimiento de culpa era constante en la joven quien no sabía qué hacer y se refugió en la oración. La figura paterna del pastor desapareció, mutó en el miedo que sentía cuando lo veía o lo escuchaba.

Una tarde, la citó a su oficina, desde el primer momento sintió el acoso, hasta que le pidió que se desnudara frente a él. Ella, utilizando la misma estrategia de los versículos, intentó escaparse de esa compleja situación. “Tú me enseñaste que ese es un privilegio reservado para el que vaya a ser mi esposo”. Sin embargo, ni sus propias enseñanzas en el púlpito hicieron que cambiara de parecer.

Fue la presencia de su esposa la que evitó que el hecho pasara a mayores. Cansada de los acosos decidió contarle todo a Andrés quien le creyó todo y enfrentó al pastor. De inmediato cambió su bondadosa figura y se mostró histérico, hasta el punto de retarlo a que “se dieran en la jeta”. En medio del cruce de palabras, Jamocó reconoció sus actos, empezó a llorar y pidió perdón: “Se me fueron las luces, me dejé llevar por la carne”, era su justificación.

El pastor convocó a una oración, cerró sus ojos y pidió una guía. Años después, María Fernanda recuerda que jamás le pidió perdón ni reconoció su pecado. “Soy mal hombre, me dejé llevar por la tentación, pero Dios nos restaura y vamos a salir adelante”. Esto evidencia que por su corazón jamás pasó el arrepentimiento.

Por el contrario, siguió sembrando cizaña ante la comunidad. “Él decía que yo me había metido a la oficina y me había desnudado”. En la iglesia sentía miradas que la juzgaban, murmullos a su espalda, y el rechazo de su propia familia; se vio afectada gravemente.

La maldición de Jamocó

No fueron pocas las veces que Jamocó amenazó con hacer caer la ira de Dios en contra de aquel que osara atacarlo y hablara mal de él. En la congregación se empezó a propagar la idea que el que se atreviera a enfrentarlo tendría una vida de sufrimiento, pobreza y abandono.

Usando situaciones desafortunadas que habían vivido otras personas, Jamocó aseguraba que, como enviado de Dios, había hecho que esto ocurriera. Aunque en la razón suena descabellado para los miembros de la comunidad esto era prueba del gran poder del carismático pastor.

En el año 2019, María Fernanda conoció que una joven que había denunciado ante la Fiscalía a Jamocó por abuso sexual. Esta fue la señal que recibió para llenarse de valor, contar su caso a sus familiares y amigos. Ahora sabía que no era un caso aislado y que muchas mujeres podían haber sido víctimas.

Ellas dos no eran las únicas, el asunto era sistemático y similar: Jamocó las abordaba, citaba versículos, las acosaba y les pedía que callaran sino querían sufrir las consecuencias. El pastor había logrado perfeccionar su estrategia para no dejar pistas y así salir bien librado. “Algunas decidieron denunciar, otras no, eso es entendible porque les daba vergüenza o temían a las maldiciones”.

Las víctimas de Jamocó ya eran diez mujeres, dos de ellas menores de edad, y se unieron para presentar una denuncia. Su decisión generó un nuevo rechazo en la comunidad cristiana que las calificó de feministas, como si se tratara de algo malo, o de estar interesadas en el dinero del pastor. “Nos dijeron resentidas, que nos gustaba lo que nos hacía, y que atacábamos a la iglesia”.

Esta reacción, aunque dolorosa, no las hizo renunciar de la denuncia, no podían desfallecer. Se enfrentaron a abogados, fueron revictimizadas por la Fiscalía, y a las amenazas de los apoderados del pastor. En términos bíblicos, era una lucha de David contra Goliat.

Grande fue su sorpresa cuando se enteraron de la citación a la imputación de cargos por cinco casos de abuso sexual cometidos en contra de tres mujeres y dos menores de edad.. El impacto aumentó cuando un juez de garantías tomó la decisión de ordenar su captura y enviarlo a la cárcel por representar un peligro para la sociedad y poder influir en las víctimas con sus ya conocidas amenazas y maldiciones.

Durante la diligencia judicial, que se adelantó de manera reservada, el pastor se mostró desafiante. Fiel a su estilo no aceptó los cargos por acceso carnal abusivo con persona en incapacidad de responder. Jamocó siempre ha sostenido que es un ungido de Dios, que todas sus acciones son orden del Altísimo y que aquel que esté con él va a estar rodeado de bendiciones, las cuales ve siempre desde el plano económico.

Hoy, casi dos décadas después de los hechos, las víctimas confían en que la justicia castigará a Jamocó por sus sistemáticos abusos sexuales. Sin embargo, en esta etapa no todo es felicidad, debido a que los actos de violencia sexual contra María Fernanda y otras mujeres se presentaron en el año de 1998 ya prescribieron por superar los términos que fija la ley.

Por esto, buscarán que el pastor sea procesado por tortura psicológica, puesto que utilizó las Sagradas Escrituras y la palabra de Dios para amedrentarlas. “Estamos hablando de un tema espiritual, pues fue a través de la Biblia, los versículos y las maldiciones que nos creó un estado de indefensión pues no nos permitía tener la capacidad de tomar una decisión y ver las cosas, uno seguía ahí como un vasallo”.

Sin una muestra de arrepentimiento

María Fernanda recuerda con dolor que Jamocó utilizó dos tragedias personales para “mostrar” su poder. Pese a que ella llevaba más de una década por fuera de la Iglesia, el pastor le aseguraba a sus fieles que la suegra de María había fallecido a causa del cáncer por cuenta de las maldiciones que él había lanzado, sembrando así miedo y zozobra en la comunidad.

Igualmente, advirtió que el hijo de María era sordo por el poder divino que él ejercía. “A él no le interesa absolutamente nada de lo que pase a su alrededor, siempre quiere tener el dominio, el poder. Si tu pastor te dice mira, esa señora se fue hace diez años de la iglesia y mire Dios cómo la castigó y le mandó un hijo sordo, eso psicológicamente y espiritualmente te raya mal”.

Por décadas Jamocó actuó sin escrúpulos, pues ni siquiera su esposa -quien al parecer conocía de los abusos sexuales que ejercía- era capaz de frenarlo cuando empezaba con esta prédica llena de venganza.

Las víctimas esperan que otras mujeres denuncien lo sucedido, que venzan ese temor y que las autoridades tomen cartas en el asunto para que personas como el pastor sigan utilizando su poder e influencia para hacer el mal.