El lunes 22 de noviembre, pasadas las dos de la tarde, Jhonier Leal llegó a la casa de su hermano Mauricio Leal, en el kilómetro seis vía a La Calera, y encontró la puerta de su dormitorio cerrada, bajo llave, como había quedado unas horas antes cuando se había ido a trabajar a Bogotá. Llegó con el chofer y hombre de confianza de Mauricio, el primero en entrar a la habitación por una puerta corrediza posterior y el primero en salir espantado al verlo tendido en la amplia cama con sábanas blancas; al lado derecho del cuerpo, también ensangrentado, estaba el de su madre Marleny Hernández.
Una caja de medicamentos sin identificar estaba junto a su brazo izquierdo y un vaso vacío reposaba cerca de la cabeza de Mauricio, cuyas manos, casi cruzadas a la altura de su abdomen, sostenían uno de los dos cuchillos encontrados en la habitación. Del otro, apenas quedó el mango, la hoja cortante ya no estaba, ni siquiera en la camiseta blanca teñida de sangre de quien era conocido como uno de los más famosos estilistas del mundo del espectáculo colombiano.
Jhonier entró segundos después, según su propio relato, y quedó aterrorizado. A pesar de ver a su madre y a su hermano heridos, no se atrevió ni a tocarlos, ni siquiera para percatarse si tenían algún signo vital. “No tocamos absolutamente nada, salimos al corredor. Los dos estábamos absolutamente en shock, no sabíamos qué hacer en ese momento”, dijo en una de sus primeras declaraciones a la prensa, las que concedió a Vicky Dávila en SEMANA TV.
Jhonier fue el primero en llamar a las autoridades para reportar lo que en principio parecía un suicidio.
Los investigadores forenses que llegaron al lugar tras la llamada de Jhonier encontraron una carta ensangrentada que parecía explicar lo que hasta entonces no tenía respuesta: “Los amo, perdónenme. No aguanto más. A mis sobrinos y hermanos les dejo todo. Perdóname, mamá”.
Mauricio Leal estaba a días de cumplir 48 años, el 24 de noviembre. Nació en Cartago (Valle del Cauca), vivió su infancia en el eje cafetero y se hizo jefe de la casa a los 17 años, cuando su padrastro se separó de su madre. Tenía dos empleos, en la mañana vendía arepas y por las tardes repartía encomiendas.
Comenzó lavando cabellos, barriendo peluquerías y sirviendo tintos. A los 21 años entró a trabajar a un spa cuyos clientes eran reinas de belleza y celebridades que pronto se encariñaron con él. Abrió su propia peluquería, en el barrio Santa Mónica en Cali, y aunque tuvo éxito, una sociedad con la que abrió una peluquería en Miami lo dejó incluido en la Lista Clinton. Regresó a Colombia y se repuso, montó su nuevo negocio, Mauricio Leal Peluquería, en el norte de Bogotá. Carolina Cruz, Lina Tejeiro, Laura Acuña, Cristina Umaña, Andrea Serna, Andrea Nocceti son algunas de las más famosas entre sus clientas.
Jhonier, un año mayor, también nació en Cartago y compartía el oficio con su hermano, pero desde hace 25 años tenía su propio negocio de peluquería, también en Bogotá. Padre de familia de tres hijos y un hijastro, aunque en pleno proceso de separación, según su versión. Mientras Mauricio había expandido su peluquería, abierto un restaurante de lujo y estaba en conversaciones para sellar un negocio con la firma de lencería Victoria Secret, Jhonier montó un nuevo negocio que se vino a pique.
Desde el mismo momento en que reportó la muerte intentó asumir el control de la peluquería de su hermano, entre otras porque así había sido su presunta última voluntad, consignada en aquella carta. Pero lo que recibió Jhonier fueron las cartas de renuncia de la mayoría de empleados, que no creyeron en la versión del suicidio. Casi dos meses después, la Fiscalía ordenó su detención y lo llamó a juicio como presunto responsable del asesinato de su hermano y su propia madre.
‘Sangre de tu sangre’
Como puede haber sido el de Jhonier, el primer crimen en la historia de la humanidad también fue fratricida. Cuando Adán y Eva, arrepentidos por su pecado salieron del Edén, nacieron sus hijos Caín y Abel. Este fue pastor y Caín, labrador. Abel le ofrecía a Dios los primogénitos de su ganado y Caín los frutos de la tierra, tal y como sus padres les habían enseñado, en desagravio por el pecado que pesaba sobre ellos y sus descendientes.
Abel sacrificaba el mejor de sus corderos y esta ofrenda era del agrado de Dios porque la acompañaba de oraciones y alabanzas. El humo de su altar subía blanco y recto hacia el cielo. Caín hizo un altar con piedras, sobre el que quemaba algunos frutos de su cosecha, pero el humo de su sacrificio era espeso, negro y se perdía en el suelo, pues no quería a su hermano. Caín se sentía triste y su envidia no lo dejaba en paz.
“¿Por qué andas tan cabizbajo?”, le dijo Dios a Caín. “Si obraras bien andarías erguido, mientras que si obras mal el pecado te acechará a la puerta como fiera acurrucada”, continuó.
Caín, preso por la angustia, enfurecido y enceguecido, invitó a su hermano Abel a un paseo por el campo hasta el cansancio. Caín aprovechó que Abel dormía y lo mató. Una quijada de asno fue el arma del fratricidio, tal y como lo han representado pintores como Gaetano Gandolfi, o según las referencias de escritores que, como William Shakespare en Hamlet, indican que Abel murió con un objeto similar con el que Sansón venció a más de mil filisteos, antes de llegar a Legí.
“Has matado a tu hermano y no quieres confesarlo”, le dijo Dios a Caín. “La sangre de tu hermano, que has derramado en la tierra, me pide a gritos que yo haga justicia”, agregó.
La última noche
Jhonier llevaba seis meses viviendo en la casa de su hermano y su madre en La Calera. El domingo 21 de noviembre —ha dicho— se despidió de ellos como era habitual, pero el lunes 22 se marchó a su trabajo, a las once de la mañana, sin hacer ruido. Mauricio dormía, no le gustaba que hicieran bulla, y hasta le habría escrito un WhatsApp a su conductor para que no lo recogiera ese día, porque quería dormir.
Una de las amigas de Mauricio, Karen Ruiz, directora de marketing de la peluquería, aseguró que él no escribía mensajes con signos de puntuación, por lo que sospechó de la redacción. “Él escribía con B larga siempre y, casualmente ese día, puso la puntuación bien. Son cosas que uno va a notar después. Cuando leí el mensaje dije: ‘Esto no lo escribió él’”, aseguró.
Caín anduvo errante y fugitivo, y la tierra nunca le volvió a dar fruto. Tuvo un hijo, Enoc, que a su vez fue padre, abuelo y bisabuelo, y uno de sus descendientes, Tubalcaín, fue forjador de instrumentos cortantes de hierro y de bronce. Todos fueron malos, según el libro del Génesis, y por eso se les llamó ‘Hijos de los Hombres’.
Jhonier, que en sus primeras entrevistas negó cualquier responsabilidad y pidió respeto por el dolor que le causó la muerte de su hermano y de su madre, es el primer señalado por la justicia de haber enterrado el puñal que los dejó sin vida.
La nueva hipótesis es el asesinato de Mauricio Leal a manos de su hermano, como el de Caín y Abel, el primer crimen del que hubo noticias en la historia de la humanidad.