Comienza a correr la cuenta de los cuatro años que tiene Joseph Robinette Biden Jr. para lograr el objetivo de reunificar a una nación dividida. Incluso sus contradictores deben reconocerle la habilidad para vencer desgracias devastadoras y curar hondas heridas, tal y como lo requiere ahora su país.
El presidente nació en un hogar de ancestro irlandés católico que siempre enfrentó altibajos económicos. Ante ello, su padre, Joseph, vendedor de autos usados, y su madre, Jean, tuvieron que aceptar la hospitalidad de los progenitores de ella en Scranton, Pensilvania, donde el futuro político nació en 1942.
El primer obstáculo a superar para el mayor de la familia fue la tartamudez, que una vez lo expuso a las burlas de una monja de la St. Helena School. “Señor Ba-Ba-Bai-Biden”, le dijo en una clase, “¿qué palabra es esa?”, convirtiéndolo en objeto de mofa entre sus compañeros. Ofendido, Joe salió corriendo a su casa, de donde regresó con su madre, quien amenazó a la religiosa con volarle la toca de un golpe si volvía a ridiculizarlo. Lejos de convertirse en el niño matoneado, y gracias a sus habilidades en los deportes, era popular y su carisma le ganó la estima de sus condiscípulos, quienes lo eligieron presidente del curso.
Ser tan bueno en el fútbol americano le mereció un cupo en University of Delaware, estado al que los Biden se mudaron tras una vida mejor. Allí, como en el colegio, no fue un estudiante brillante: al obtener su bachelor of arts en ciencia política, historia e inglés, en 1965, ocupó el puesto 506 entre 688 alumnos.
Un año después conoció en Bahamas a Neilia Hunter, con quien se casó en 1968 y tuvo tres hijos: Joseph ‘Beau’, Robert Hunter y Naomi. Mientras ella cuidaba a los niños, él estudiaba leyes en Syracuse University y, una vez obtenido el diploma, se unió a la barra de Wilmington, capital de Delaware. Allí fue abogado de oficio antes de unirse a un bufete cuyo director, miembro del Partido Demócrata, lo inspiró a lanzarse a la política y ser elegido concejal del condado de New Castle.
Biden saltó a la escena nacional en 1972 como senador por Delaware, luego de una campaña por la que nadie daba un centavo, sin dinero y cuyo cerebro era su esposa Neilia. Fue el quinto miembro más joven en la historia de la Cámara Alta. A las seis semanas de las votaciones, la euforia del triunfo se desvaneció, cuando Neilia, al volante, se estrelló con los niños. Ella y Naomi murieron, mientras que Beau y Hunter sufrieron graves heridas.
Al principio, contó en sus memorias, Biden quiso suicidarse, pero pensó en los pequeños. También consideró renunciar al Senado; sin embargo, sacó fuerzas y se posesionó al lado de la cama de sus hijos, aún internados en el hospital. Desde entonces, viajó casi por más de tres horas diarias entre Wilmington y Washington para poder ver a Beau y Hunter todos los días.
En 1975, su hermano Frank le presentó a Jill Tracy Jacobs, maestra como Neilia, divorciada y nueve años menor que él. Para medir el grado del amor que los unió desde el primer instante, baste decir que ella se convirtió en la madre de sus hijos, quienes lo animaron a que le pidiera matrimonio, ceremonia que tuvo lugar en 1977 en la capilla de las Naciones Unidas en Nueva York.
En 1981, la familia se completó con la llegada de Ashley, mientras que Jill obtuvo su máster en inglés. Ella tiene el propósito de seguir enseñando esta materia aún en su nueva posición, lo que la convertiría en la primera esposa de un presidente de su país en tener un trabajo fuera de palacio.
La fama de moderado y gran orador hizo de Biden un fuerte aspirante a la candidatura demócrata a la presidencia en 1988. Pero acusaciones de plagio y malas decisiones de su pasado, como ponerse del lado de reconocidos segregacionistas que combatieron las medidas que facilitaran el transporte de niños negros a escuelas predominantemente blancas, lo alejaron del sueño político en ese momento.
Inclusive Kamala Harris, su vicepresidenta, sufrió en carne propia este acto discriminatorio y se lo echó duramente en cara cuando rivalizaban por la candidatura demócrata en 2019. Todo esto sin contar que en 1989 Biden se salvaba de morir de dos aneurismas.
En 2004, Jill se opuso a que se postulara a la presidencia. En una reunión sobre el tema, irrumpió vestida con un traje de baño estampado con la palabra no. Pero ese año George W. Bush fue reelegido y continuó con la guerra de Irak, contra la cual estaba su esposa. Debido a ello, como ella misma contó en una entrevista, alentó a Joe a lanzarse en 2008: “Me vestí de negro una semana. No podía creer que Bush hubiera ganado, porque las cosas estaban muy mal”.
No obstante, Barack Obama ganó la candidatura demócrata en las siguientes elecciones y escogió a Biden como su fórmula vicepresidencial. Resultó ser una alianza ganadora en dos elecciones y surgió una cálida amistad entre las familias.
Hace seis años, el infortunio volvió a ensañarse con él, ya en un nuevo periodo como el segundo más poderoso de Estados Unidos: Beau, quien le siguió los pasos en la política y llegó a ser fiscal general del estado de Delaware, murió de cáncer cerebral.
La influencia de esa ausencia es tan honda que confesó hace poco: “Cada mañana me levanto y me pregunto: ‘¿está él orgulloso de mí?’”. Además, había expresado que la marca de la desgracia “no se va nunca”, y lo dejó sin valor para volver a acariciar el sueño de la Casa Blanca. Su esposa admite que la pérdida le cambió la vida, pero aun así consideró una pena que Biden no diera la pelea por el cargo.
Ahora sus deseos son una realidad. De su primer matrimonio, a Biden le queda Hunter, abogado, de quien se dice se ha aprovechado de su apellido para apuntalar su carrera. De 2014 a 2019, perteneció a la junta directiva de Burisma, principal productora de gas de Ucrania, que terminó siendo sospechosa de corrupción.
Como encargado de la política de Estados Unidos frente a ese país, Joe Biden solicitó que el fiscal que investigaba el caso fuera retirado si Ucrania quería asistencia al respecto.
Durante la reciente campaña, Donald Trump lo acusó de usar su posición para evitar que se descubrieran supuestos manejos ilegales de Hunter en Burisma, aún no demostrados. Este fue el talón de Aquiles de Biden en la contienda electoral y sus adversarios seguirán machacando sobre el tema ahora que es presidente.
Hunter ha sido el niño problema de la familia por sus adicciones a las drogas y al alcohol. Los trumpistas se valieron de ello para enlodarlo, al punto de denunciarlo ante el FBI de almacenar pornografía infantil en una supuesta laptop de su propiedad obtenida en el taller donde la reparaban.
Por otro lado, está su hija Ashley, tan discreta como Jill, aunque tampoco exenta de escándalos. Enfocada hoy en el trabajo social, hace unos años el New York Post contó que era una party girl (jovencita rumbera) y reportó la existencia de un video en el que aparecía aspirando cocaína.
Finalmente, ni las intrigas ni las penas impidieron que se cumpliera el mayor deseo del “guerrero feliz”, como llama Obama a Biden, y la tercera fue la vencida para quien ocupa hoy el puesto del hombre más poderoso del mundo.