Jovenel Moïse sabía que lo querían matar. En entrevista con El País de España en febrero, dijo que un grupo de familias vinculadas al sector eléctrico quería acabar con su vida por quitar de las manos de pocos los recursos de muchos. Sin embargo, a la hora de su muerte, su lista de enemigos era larga.
En la entrevista, una de las últimas que otorgaría, dijo que había un golpe de Estado en marcha organizado por empresarios que “controlan los recursos del país y siempre han puesto y quitado presidentes” y denunció un supuesto plan para matarlo en el que habrían resultado detenidas 23 personas, entre ellas altos mandos de la Policía. Ya para entonces su vida era un infierno, vivía resguardado y sabía que sus enemigos le respiraban en la nuca.
Nació en Trou du Nord, Haití, hace 53 años. Su papá era agricultor y su madre costurera. A los 6 años su familia se mudó a Puerto Príncipe, donde continuó estudiando hasta llegar a la Universidad de Quisqueya y se graduó como educador, pero jamás ejerció. En 1996 se inició como comerciante de bananos hasta que descubrió la política. En 2015, el presidente Michel Martelly designó a Moïse como candidato a la presidencia de su partido Tèt Kale, él accedió y comenzaron sus problemas.
Su primera campaña electoral le permitió llegar a una segunda vuelta con Jude Celestin, pero ante denuncias de fraude solo se confirmó su victoria un año después al repetirse los comicios. Fue entonces cuando se desató el primero de sus problemas políticos. Sus adversarios empezaron a contar sus cinco años de mandato el día en que Martelly dejó el cargo, pero Moïse argumentaba que como inició en 2017, este terminaría en 2022.
En febrero denunció el frustrado intento de golpe de Estado y de asesinato. Ya para entonces la crisis política era grave: el mandatario gobernaba por decreto, pues había disuelto el Parlamento un año antes y se jugaba su mayor carta al convocar a un referendo para cambiar la Constitución y fortalecer los poderes de la presidencia, permitiendo, entre otras cosas, la reelección. Lo acusaron de autoritario y se sumaron a la lista de detractores varios senadores opuestos a su idea de unir las dos cámaras en un solo Parlamento.
Sus enemigos también eran externos y la lista la encabezaba Nicolás Maduro. Moïse fue aliado de los Estados Unidos en su postura contra Caracas y cortó sus lazos comerciales con ese país. La venganza fue dulce, los venezolanos filtraron documentos que lo salpicarían en un escándalo de corrupción con la petrolera Petrocaribe y la sola sospecha desató violentas protestas.
A la inestabilidad política se suma el hambre en esa nación de 11 millones de personas, en la que 60 por ciento vive en condición de pobreza, 25 por ciento en pobreza extrema y donde reina la criminalidad. A la devastación por el sismo en 2010 y varios huracanes, se sumó la pandemia y Haití –el país más pobre del continente– se convirtió en el único donde no hay una campaña de vacunación.
Justamente por covid murió el juez jefe de la Corte Suprema, a quien por ley le correspondía asumir el cargo. Así las cosas, tendría las riendas del país el primer ministro, Claude Joseph; pero el día antes de morir, Moïse nombró en ese puesto a Ariel Henry, y ya no es claro a cuál de los dos le corresponde gobernar.
La comunidad internacional observa con preocupación la crisis sin albergar mayores esperanzas. Haití ha sufrido 20 cambios abruptos –y a veces violentos– de Gobierno en tan solo 35 años. Es poco probable que con la muerte de Moïse llegue la calma.