A la candidata liberal Karina García Sierra la desaparecieron entre el fuego y el metal. De su cuerpo no quedó mucho —recuerda su padrastro Alonso Giraldo— tampoco de el de las cinco personas que la acompañaron ese domingo 1 de septiembre del 2019 a la zona rural de Suárez, Cauca. A menos de dos meses para las elecciones que definían el alcalde de esa localidad, Karina se sabía ganadora. El pueblo la acompañaba siempre en una marea roja de banderas y camisetas. Si las cosas no fallaban, Karina iba a convertirse en la primera alcaldesa de Suárez, y desde el primer momento había advertido una lucha frontal contra la corrupción. Era —entre muchas cosas— una mujer de palabra y decidida, así lo dejó ver en su rol como personera municipal desde donde destapó varios hechos irregulares de la administración municipal.
El pueblo la reconocía y la quería, entonces decidió aspirar a la alcaldía. Ella punteaba las encuestas y tenía el apoyo irrestricto de las organizaciones campesinas. Karina era un fenómeno político en medio de un escenario de heridas abiertas por el conflicto. La candidata lo sabía y trató de alertar en muchas ocasiones. No quería morir pronto. “Es injusto que hoy se haga esto con la candidatura de la primera mujer que levantó la mano y dice: yo también quiero participar en unas contiendas electorales”, dijo Karina en un video siete antes de ser masacrada en zona rural. Sabía que algo no andaba bien y quiso dejar evidencia en las redes sociales del hostigamiento hacia personal de su campaña y la quema de su publicidad por parte de hombres armados. “Y les pido a todos los candidatos que dejen estar haciendo comentarios irresponsables -comentarios que son falsos- como que yo voy a traer a los paramilitares”, sentenció la candidata muy preocupada.
Nadie la escuchó hasta después de su muerte cuando el video se viralizó: Hernando Ramírez, alcalde de ese momento, por fin se pronunció y el Partido Liberal lo colgó en sus redes sociales, pero ya no había mucho por hacer. Karina fue masacrada un día antes. El día de la masacre
El domingo 1 de septiembre hubo una gran comida en la casa de Alonso Giraldo, padrastro y padrino político de Karina, varios aspirantes al Concejo y organizaciones sociales los acompañaron para definir la hoja de ruta para el último tramo de la campaña. Discutieron sobre si la candidata debía regresar o no a la zona rural después de la quema de publicidad y amedrentamiento a miembros de su equipo. La decisión final fue no dejar ningún sitio sin visitar, no se podía aspirar a llegar al primer cargo público de Suárez con una política de miedo. Así que después del mediodía alistaron todo para ir a la parte alta de la montaña. Suárez está ubicado en el noroeste del Cauca, muy cerca a Buenos Aires y a Timba. Tiene a la reserva natural La Salvajina, una de las más grandes del suroccidente de Colombia, ríos inundados de oro y hace parte de un paso estratégico para llegar -a lomo de mula- a la región del Naya, y posteriormente a aguas del mar Pacífico.
En la parte alta hay cultivos de coca y marihuana. La zona es controlada por la disidencia Jaime Martínez -comandada por Jhoany Noscué, alias Mayimbú-, una de las más grandes del Cauca. Inteligencia militar cree que esta estructura tiene nexos con cárteles mexicanos que arriban al Pacífico y van hasta la zona rural a negociar la droga. Karina denunciaba todo eso, y señalaba con nombres propios a políticos que contribuían al crecimiento del narcotráfico en el municipio. Aíde Tróchez, representante de la mesa de víctimas, decidió acompañarla a la zona rural para brindarle más garantías, lo mismo hizo Héctor González, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Las Brisas. Eran tres y el escolta que manejaba la camioneta blindada, pero pocos minutos antes de partir Lavedis Ramos, coordinadora de la campaña en la vereda El Manzano, y Yeison Obando, aspirante al Concejo, se animaron a ser parte de la comitiva. Blanca Otilia Sierra, madre de la candidata, tuvo un impulso de último momento y decidió ir junto a su hija. “Blanca nunca iba a cosas de la campaña, no le gustaba, ella siempre se quedaba cuidando al hijito de Karina, pero ese domingo decidió ir. Aún no sé porqué”, dice Alonso Giraldo. La comitiva alcanzó a llegar hasta la vereda La Estrella donde los esperaban, y allí pasaron un rato largo con la comunidad. Karina compartió con los jóvenes y los acompañó a elevar una gran cometa que hicieron en su honor, pues los vientos de agosto aún soplaban con fuerza en la montaña. El sol se escondió en ese lugar.
A las 7 de la noche decidieron arrimar al corregimiento La Betulia donde esperaban por otra reunión, pero a mitad de camino se encontraron con una docena de hombres bien armados que les ordenaron parar, el escolta así lo hizo, pero nadie bajó los vidrios de la camioneta blindada. La lluvia de disparos de fusil comenzó en breve, fueron al menos quince minutos bajo el fuego, luego incendiaron el vehículo y cuando los ocupantes intentaron salir los remataron y los introdujeron de nuevo a la camioneta. Solo el escolta sobrevivió, aunque quedó mal herido. Los rafagazos se escucharon hasta el casco urbano de Suárez, el rumor se regó rápido y sin verificar: hay combates en la zona rural. Nadie se alarmó, excepto Alonso Giraldo. Estaba intranquilo, sentía que algo no estaba bien. Pasada la medianoche se fue junto a sus trabajadores para la zona rural, encontró el carro ya incinerado al costado de una vía destapada, abrieron las puertas, pero no hallaron a nadie, entonces se dio aviso a las autoridades de que habían secuestrado a la candidata Karina. Muy temprano al otro día llegó a la zona la Fiscalía y miembros de la Policía, examinaron bien todas las parte del vehículo y llegaron a la conclusión de que no hubo ningún secuestro, los restos de los ocupantes estaban calcinados y fundidos con el metal. Lo que ocurrió allí fue una terrible masacre. Karina, la soñadora
Karina ya tenía listo su plan de gobierno con enfoque de género. La mayoría de sus propuestas estaban orientadas a poder brindar garantías a mujeres cabeza de hogar que tenían que ir a trabajar a Cali como empleadas de servicio, ella quería crear organizaciones femeninas para evitar que eso sucediera. Incluso, logró persuadir a tres amas de casa para que aspiraran al Concejo de Suárez. Con esas mujeres venía haciendo un trabajo desde su paso por la Personería de ese municipio. Karina nació en el vecino municipio de Santander de Quilichao, estudió derecho en la Universidad Santiago de Cali -en la capital del Valle, y ejerció como funcionaria pública en Suárez, ella conocía muchos de los problemas sociales que aquejan al norte del Cauca. “Ella nos inspiraba, nos decía que había que perder el miedo si queríamos un cambio verdadero”, contó María Edilma Bueno, una de las amas de casa que la acompañó en la candidatura.
Karina tenía un hijo de tres años, a quien dejaba al cuidado de su mamá, Blanca Otilia, cuando salía a hacer proselitismo. Dos meses antes de la masacre, recibió su título como especialista en Contratación Estatal de la Universidad Externado. “Gracias a todos los que fueron parte de este logro. A mi mamá y a mi papá, infinitas gracias por inculcarme toda la vida lo importante que es estudiar, sus palabras quedarán grabadas por siempre en mi mente: ‘La mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es un título con que defenderse’. La educación debe ser nuestra mejor herramienta”, escribió Karina en su cuenta de Facebook en esa ocasión. No fue solo una masacre Lo que pasó la noche del 1 de septiembre no fue solo una masacre, sino un atentado que desbarató todo el tejido social de Suárez, sembró el miedo entre la comunidad y minó la esperanza de un cambio. Ninguna de las mujeres aspirantes al Concejo que acompañaban a Karina en la campaña volvieron a salir después de ese día. Sus intenciones políticas también murieron ese día. El miedo secuestró a Suárez. En las elecciones regionales -un mes después- no salió ni la mitad del caudal electoral del municipio. Las organizaciones campesinas olvidaron su participación en política y la poca familia de familia tuvo que salir desplazada de sus hogares. En Suárez no había garantías para que ellos se quedaran ahí. Alonso Giraldo también se marchó, desde el anonimato dice que aún no puede superar el golpe de perder a su esposa e hijastra en una sola noche. “Lo que hicieron fue terrible, porque acabaron con un proceso de años, ahora la gente ya es pesimista ante el cambio, porque sabe que quien se atreva a proponer algo diferente se muere”, cuenta. Investigaciones lentas Días después de la masacre llegó a Suárez un cuerpo especializado de investigadores dispuestos por la Fiscalía para esclarecer el crimen. Esa acción mediática del ente acusador valió varios titulares de prensa, pero ningún hecho concreto. Hasta ahora solo hay dos personas capturadas señaladas de ser los autores materiales.
Hoy en Suárez no queda ninguno de esos investigadores y el caso reposa en la estantería de un fiscal en Popayán. Los capturados fueron relacionados con la estructura disidente Jaime Martínez, que la Fiscalía señaló desde el primer momento como los autores de la masacre. El Ministerio de Defensa elevó a mil millones de pesos la recompensa por información de alias Mayimbú, pero nada de eso ha surtido efecto. Mayimbú sigue mandando a sus anchas en las montañas de Suárez y la región del Naya. En el casco urbano hay un vox populi entre la comunidad: la masacre de Karina fue pagada por un político rival. Según varios anónimos que le han llegado a la familia, el comandante disidente recibió 50 millones de pesos de un contradictor de la candidata liberal para sacarla del camino. Además les aconsejó no dejarla viva porque si ella llegaba a la alcaldía traería un bloque paramilitar para acabar con el reinado de la Jaime Martínez en ese municipio. La Fiscalía no ha podido esclarecer los móviles del crimen, ni quiénes son los autores intelectuales y no se ha podido aclarar si existió dinero externo para acabar con la vida de Karina. La masacre del 1 de septiembre del 2019 fue una de las primeras en esta nueva oleada de violencia que enfrenta el país. El terror se pasea galante por los territorios.