Pido perdón a Dios, a ustedes y a todos aquellos a quienes yo haya hecho sufrir". La frase, pronunciada por Luis Alfredo Garavito Cubillos, a las cinco de la tarde del pasado jueves, fue el preámbulo a una confesión terrible: "Yo soy responsable de la muerte de 140 niños".La revelación dejó mudos por varios segundos al grupo de fiscales que lo escuchaban, todos curtidos investigadores de los delitos más atroces. No era para menos, pocas veces se está frente a un asesino en serie. Por esa razón la indagatoria se prolongó durante 12 horas. En ésta Garavito Cubillos, de 42 años, nacido en Génova, Quindío, relataba sin omitir detalles que él venía asesinando a niños de entre 8 y 16 años. Lo dijo sin que le temblara la voz, con una frialdad aterradora.¿Qué llevó a este hombre alcohólico, que pasó por dos hospitales siquiátricos y amante de la música de carrilera, a sembrar de sangre y dolor a 13 departamentos del país dónde ejecutó sus crímenes contra frágiles criaturas? Tal vez la respuesta está en su atormentada infancia. Garavito Cubillos pasó sus primeros años en su tierra natal junto a sus padres, Manuel Antonio y Rosa Delia. Era el mayor de una familia que pronto empezó a crecer. Vinieron seis hermanos más y al hogar llegó el odio y la violencia pues el pequeño pasó a ser una víctima sistemática de los golpes de su padre.Corría el año 1969 y Génova no podía dejar atrás las historias de violencia de una de las regiones más martirizadas del país, en donde los crímenes de cantina y los asesinatos políticos eran el pan de cada día. En ese año el pequeño Garavito Cubillos no había aún logrado endurecerse con los golpes de su padre cuando sufrió un ataque de dos hombres que lo violaron. Fue tal la brutalidad del hecho que cargó con una marca para siempre: era incapaz de eyacular. "Se convirtió en un adolescente retraído, extremadamente agresivo y dispuesto a vengarse del mundo", dicen varios testigos que lo conocieron en esa época.Fue así como muchos años después empezó a merodear las escuelas de su departamento, en donde simulaba entablar amistad con los pequeños. Se mostraba seductor y amable. "Yo sentía un impulso, nunca planeé un hecho así. Todo sucedía de repente".Así, este hombre de contextura delgada, cejas pobladas y mirada penetrante se acercaba a los niños y entablaba con ellos una conversación sencilla. "Les preguntaba el nombre, les regalaba dulces, los invitaba a caminar". El anzuelo funcionaba. El apacible hombre se empezaba a transformar a medida que tenía la certeza de que estaba solo con su desgraciada víctima. Se convertía en una bestia. Empezaba por atar a los niños y luego los desnudaba mientras les pasaba sus manos por sus cuerpos. Los niños gemían y lloraban y él, para sentirse más fuerte, se refugiaba en el alcohol. Borracho, los acuchillaba, los violaba y los degollaba.Esta macabra acción la repitió, según su propia confesión, 140 veces. Después de Quindío estuvo en Risaralda, Caldas, Antioquia, Cundinamarca, Valle, Cauca, Nariño, Putumayo, Boyacá, Meta, Casanare, Guaviare e incluso atravesó la frontera y cometió crímenes similares en Ecuador y Venezuela. Es decir, que su historial es tan espantoso que ni siquiera asesinos temibles y famosos como 'Jack El Destripador' tuvieron un registro semejante, pues el asesino londinense no mató más de 30 mujeres. En la historia de la humanidad su caso solo es comparable con Herodes, que degolló a centenares de niños, hecho que dio lugar a una fecha universal, el día de los Santos Inocentes. En el país la única historia similar fue la del llamado 'Monstruo de los mangones', que a principios de la década de los 60 asesinó en Cali a una veintena de niños después de abusar sexualmente de ellos. El criminal los mataba chuzándoles el corazón, lo que hizo presumir que tenía conocimientos de medicina aunque nunca se le capturó y todo quedó reducido al misterio.En un principio los crímenes de Garavito Cubillos pasaron casi inadvertidos para los colombianos hasta que cometió una cadena de asesinatos en el Valle y luego en Pereira que alertaron a todo el país y estremecieron al mundo, hasta el punto que Amnistía Internacional, el Parlamento Europeo y la ONU enviaron comisionados para seguir el caso. Corría el mes de abril de este año y la primavera en Europa fue sacudida por el hecho ya que ocupó primera página en los principales diarios. En Colombia fue Pablo Elías González, director del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía, CTI, quien se obsesionó con el tema al recibir a unos investigadores que le contaron que habían encontrado unos huesos de menores en Buga. "Tengo un niño pequeño y al ver el caso me conmoví mucho. Pensaba en mi hijo, en los niños del país y juré que no podía descansar hasta resolver el caso", recuerda.A las pequeñas víctimas del occidente del país se sumaron otras con características similares en Tunja. Las inocentes criaturas aparecían con sus cuerpos en posición fetal, amarrados y con sus órganos cercenados, todos estaban desnudos y con heridas de arma blanca. "No había duda. Se trataba de un mismo autor o autores", dice el director del CTI que, sin embargo, confiesa que al principio 'Tribilín', logró confundirlos. "Era difícil creer que fuera el mismo atacante o el mismo grupo que se desplazara por el país cometiendo estos asesinatos".En agosto de 1997 la labor de los investigadores continuaba en silencio pero entonces se decidió intensificarla. Ya no se trataba de ir a Boyacá y Pereira sino que se creó un grupo especial que se moviera por todos los rincones del país en la búsqueda de los responsables. En poco tiempo localizaron 118 huesos y algunas prendas de los pequeños.En el desarrollo de la investigación se capturó a Pedro Pablo Ramírez García, alias 'Pedro Pechuga'. Su detención se produjo el 16 de diciembre de 1998 en Pereira. Se le acusó de la desaparición y muerte de dos menores de una misma familia. Hubo un respiro porque se pensó que este era el asesino.Sin embargo apareció información de otro posible asesino cuyos rasgos no correspondían a 'Pedro Pechuga'. El CTI elaboró de urgencia un álbum con 25 fotografías de posibles sospechosos, que las cuales se repartieron en todas las oficinas regionales de la Fiscalía.Entre tanto el país asistía asombrado a lo que creía era la obra diabólica de una secta satánica. Corrían ríos de tinta en los que se narraban historias de niños que secuestraban para someterlos a los ritos más espantosos. "Yo, en cambio, desde el principio deseché esta hipótesis porque por la forma como los mataban no me quedaban dudas de que era un sicópata, sus homicidios eran los de un depravado sexual", dice González.Justo cuando el país se estremecía por la aparición de las osamentas de Pereira, en Villavicencio ocurrió un hecho que cambió el rumbo de los acontecimientos. A las siete de la noche del 22 de abril agentes del CTI de esta ciudad atraparon a un hombre que se hacía llamar Bonifacio Morera Lizcano.Al principio la información que manejaban los investigadores era que se trataba del mismo hombre que dos horas antes había estado rondando por el parque Los Centauros con un niño de 12 años que vendía lotería. Rápidamente los fiscales establecieron que su nombre verdadero no era Bonifacio sino Luis Alfredo Garavito Cubillos y que había obligado a John Iván Sabogal, el pequeño lotero, a subir a un taxi. "Yo los dejé cerca del parque", atestiguó el taxista.De allí, el hombre obligó al niño a ingresar entre la maleza y empezó a besarlo y a desnudarlo mientras se masturbaba y lo intimidaba con el arma. Iba a matarlo cuando milagrosamente apareció un indigente que empezó a tirarle piedras y el infante se salvó.Este hecho fue la pista que condujo a su captura. Los investigadores empezaron a averiguar con lupa su historial. Así fue como descubrieron que usaba otros nombres, que había ido a Alcohólicos Anónimos, que se hacía pasar por cura, que tuvo una enfermedad venérea, que visitaba la Iglesia Pentecostal, que era aficionado a las cantinas y que lo llamaban el 'Loco', 'Tribilín' y 'Conflicto'. Además se estableció que en los trabajos que tuvo siempre se peleó con sus compañeros y que se mostraba agresivo cuando se emborrachaba.Incluso a un local de venta de arepas donde trabajaba llevó a una de sus inocentes víctimas que alcanzó a sobrevivir. Al reconocerlo el niño lo señaló pero Garavito Cubillos logró escabullirse de las autoridades. Además se estableció que se escudaba como representante de una fundación que paradójicamente se llamaba Nuevo Amanecer.El día de su detención hubo suerte para las autoridades porque se le halló una mochila de lana color rosado y negro en la cual estaban unas gafas grandes de color oscuro, billetes de chance, tiquetes de bus que confirmaban su paso por Urabá justo en la época en que allí ocurrieron varias desapariciones y muertes de un grupo de niños. Lo más contundente, además, era que portaba cuerdas de nylon y una caja de vaselina. Con este cruce de información una fiscal de Armenia decidió ir a interrogarlo a Villavicencio el jueves pasado. Al principio Garavito Cubillos se mostró frío y tranquilo. "Podía habernos despistado pero con lo que él no contaba era que teníamos abundantes pruebas en su contra: sus gafas, atuendos personales, videos y periódicos con las víctimas que él había dejado en cada sitio en donde vivía", dice otro de los investigadores que siguió el caso.No había dudas de que las autoridades estaban frente a uno de los sicópatas más temibles de la historia judicial de Colombia. "Un hombre muy peligroso, que finge emociones que no siente, se excita con el riesgo y al que le encanta la sensación de dominio y de ejercer un papel superior", anota un especialista.El interrogatorio del jueves continuó y él con frialdad exigía que no lo involucraran en esos hechos. " No tengo ninguna perversión sexual, no soy homosexual. Tengo una compañera y un hijo de 16 años, aunque debo confesar que no sé en dónde está".Hasta ese momento, al filo de las cinco de la tarde, era difícil arrancarle una confesión a este hombre del que, sin embargo, las autoridades no dudaban que había provocado crímenes tan espantosos como los de un niño de Soacha, a mediados de los 90, al que se le acercó en una tienda de maquinitas y lo llevó a un arenal cerca del barrio El Porvenir, donde lo violó. Aunque en este caso fingió ser cojo al escapar. "Era él, lo identificamos por las gafas", atestiguaron varias personas.El crimen de Soacha tuvo los mismos patrones de la mayoría de sus otras acciones macabras. Es decir, siempre escogía niños generalmente de condición sencilla, pequeños vendedores, de escuelas humildes y de familias que habitaban en hogares marginales, olvidados.Las autoridades sabían también que estaban frente al autor del asesinato del niño Ronald Delgado Quintero en junio de 1996, a quien engañó con golosinas y varios regalos, entre ellos llamativos cuadernos. Luego lo llevó a unos matorrales cercanos al Batallón Bolívar de Tunja, donde lo golpeó y lo decapitó. Lo más espantoso es que los fiscales saben los detalles de estos casos pero aún tienen los restos de 118 niños que están sin identificar.La charla del jueves con los fiscales continuó. Ellos iban preparados porque, además de sus características personales, llevaban pruebas irrefutables como las cuerdas de nylon, las tapas de licor que abandonaba en el lugar del crimen o en las residencias donde se hospedaba, cuyas tarifas pocas veces pasaban de los 9.000 pesos la noche.Y aunque su compañera no lo acusó sí había revelado un detalle importante: "Cuando ingiere licor insiste en tener relaciones sexuales pero no lo logra y entonces se pone a llorar. Cuando se emborracha hablaba sin cansancio del odio hacia su familia".A las cinco de la tarde, sin embargo, este hombre que se había mantenido ajeno a los hechos que lo sindicaban pidió la palabra, pidió perdón a Dios y confesó: "Yo soy responsable de la muerte de 140 niños". La familiaGaravito fue el mayor de siete hijos de una familia quindiana. Manuel Antonio, su padre ya fallecido, lo trataba con rudeza. Lo echó de la casa cuando cumplía los 17 años. Sus familiares aseguran que siempre fue agresivo y rebelde. Su madre 'Rosa Delia' aún vive. UN ASESINO EN SERIELA INVESTIGACION sobre los asesinosen serie tiene mas de 30 años en países como Estados Unidos e Inglaterra. No obstante, los expertos no han podido encontrar caracteristicas comunes en el ciento por ciento de este tipo de criminales o una formula que permita detectar quien podria convertirse en uno de estos. Igual quienes conocen el tema tienen ciertas ideas para explicar este comportamiento asesino. Algunas de las explicaciones tienen que ver con la presencia de una sicosis o algun tipo de sicopatologia que impide al sujeto entender la ilicitud de su comportameinto. dicen los sicologos Luz Angela Morales y Orlando Jimenez, quienes llevan varios años estudiando este tipo de conducta criminal.Mencionan tambien que otras explicaciones argumentan que existe un funcionamiento diferente en el lobulo frontal y que hay disminucion de la estimulacion cortical. Hay quienes sostienen que el problema obedece a que sujetos con predisposicion biologica crecen en ambientes de alto riesgo y que esto dispara su comportamiento. Para ellos un ambiente de alto riesgo es aquel en el cual el sujeto crece sin supervision y control y es victima de agresion y maltrato.En Estados Unidos, donde los asesinos en serie son un asunto de marca mayor, las autoridades perfilan a este criminal, por lo general, como un hombre blanco, de entre 25 y 35 años, con un intelecto promedio o por debajo de la media, que mata solo y asesina por el simple gusto de hacerlo. Los motivos para sus matanzas no son tan obvios, son generalmente internos. En la actualidad se piensa que la necesidad de control, de sentir la potencia de la dominacion, es la fuerza que impulsa a los asesinos, es la fuerza que impulsa a los asesinos en serie, asegura un investigador de la pagina sobre Serial Killers de Internet.