Alexander Alzate Pulgarín, el pastor de la iglesia cristiana Hosanna de Cali, se presentaba como un “enviado de Dios”, pero en realidad era un depredador sexual que usó su carisma y la fe de los fieles para abusar de decenas de niños. Llegó a tal punto que formalizó una relación con una de creyente. Ya en su casa, no solo se quedó con sus bienes, abusó de forma constante de sus hijas menores de edad. Ellas crecieron, se quitaron el velo y lo pusieron en la cárcel.
A la iglesia que lideraba llegaban menores de edad con problemas de drogadicción y en situación de abandono, esperando que el mensaje sanador del pastor las sacara de ese mundo al que habían sido arrastrados por el turbio ambiente en el que vivían.
Con el tiempo se empezaron a conocer serias denuncias de acoso y abuso sexual contra menores de edad por parte de aquel “ungido por Dios”, quien no tuvo reparo en promover cuanto acto libidinoso pasaba por su mente con las menores de edad. Convidaba a las niñas y jóvenes para que le posaran la ropa interior que él les había comprado, se dejaran tocar y besar en todo el cuerpo.
Todo esto bajo lo que él mismo llamaba como “los designios de Dios”. De esta forma, el apóstol abusó de una decena de menores de edad que habían depositado toda su confianza y que lo veían como un líder, como un integrante de su familia.
Esta figura le sirvió para presentarse como aquel a “quien no podían desobedecer ni controvertir”. El mensaje de conciliación escondía en sí mismo una figura de adoctrinamiento que abrazaba a todo aquel que tocara sus puertas en búsqueda de ayuda y asesoría espiritual.
El fallo de la Corte Suprema conocido por SEMANA relata que, en 1997, una familia le abrió las puertas de su hogar, consolidó una relación con una de las fieles, quien lo albergó como el padre de familia. Todo se volvió una historia de terror, cuyo telón de fondo era la fe incontrovertible. En esa casa, y aprovechándose de su posición, acosó y abusó sexualmente durante años a dos hermanas menores de edad.
Cuando una de ellas tenía trece años de edad, el pastor, aprovechando que ella tenía un dolor tipo cólico, le hizo un masaje en el abdomen. Las manos del pastor fueron bajando hasta la zona pélvica, tocando su vagina. “La adolescente no reaccionó, y ello obedeció a que el acusado en sus prédicas decía que obraba como ‘enviado de Dios’, y al actuar bajo tal circunstancia, desafiar sus obras y designios, era como desafiar al mismo Dios”, señala la decisión de la Corte que lo mantiene tras las rejas.
Por esto, no le contó lo ocurrido a su madre, quien veía al apóstol como un hombre que rayaba con la santidad, no por nada, le había transferido sus bienes patrimoniales a sus arcas. Bajo la presión del discurso, la menor veía los tocamientos diarios del pastor como algo normal.
Con esta especie de aval, el pastor se sintió en la posición de ejercer más controles sobre la menor de edad, reduciendo su entorno a la familia y la iglesia, prohibiéndole que compartiera con sus amigas. Los tocamientos se extendieron durante años. Mientras él cerraba el círculo para que nadie supiera y para que sus actos morbosos parecieran de fe.
Entre febrero, julio y diciembre del 2006, cuando la joven tenía 17 años, el pastor la penetró. “Las faenas eróticas se propiciaban en medio de este contexto de autoridad, con las deficiencias psíquicas de la víctima”, resaltó la Fiscalía en uno de los llamados a juicio.
Mientras todo esto ocurría, el apóstol Alexander realizaba los mismos actos sexuales con la hermana menor. Bajo el pretexto de suplir el vacío de la figura paterna que nunca había tenido empezó a acercarse cada vez más, realizando actos totalmente obscenos y lascivos.
Cuando tenía doce años, y para ganarse su confianza, la llevó a comprar ropa interior transparente. El pastor fue reiterativo en manifestarle que este “debía escogerla el hombre, porque era el hombre el que disfrutaba a la mujer”. Incluso “contrariando las prédicas de puridad de la mujer” de las que tanto le gustaba hablar, le compró ropa para que la modelara en frente suyo.
Los meses pasaron y el pastor seguía mostrando interés en su hija adoptiva. En la vivienda que compartían realizó varios actos dirigidos a abusar sexualmente de la menor quien, por su edad, no comprendía lo que estaba ocurriendo. Ingresos a su habitación cuando dormía, espiarla mientras se bañaba, comentarios de doble sentido, entre otros muchos vejámenes.
“Aun en medio de esta incertidumbre, si le parecían repugnantes, pero el temor a Dios, y el considerar a Alexander como un enviado de ese ser supremo, le impedían objetar los actos concupiscentes”. Este mismo temor la llevó a guardar silencio y no contar nada de lo ocurrido.
No fue hasta el 2015 que el castillo de naipes empezó a derrumbarse. Frente a la primera denuncia instaurada por las menores aparecieron una decena más, al pastor se le había caído la máscara, era claro que era un depredador sexual. Todas las denunciantes, asustadas por la figura de poder del pastor fueron víctimas de tocamientos, abusos sexuales y amedrentaciones.
La revictimización
Pese a toda la evidencia probatoria el pastor siempre se declaró inocente, señalando que era parte de su misión en la tierra. Incluso, en un caso, aseguró que tenía una labor purificadora, sanadora, para exorcizar demonios. Todo lo contrario a lo que dice la contundente condena en su contra, por abusar de 25 menores de edad, existen tres condenas que suman 28 años de prisión.
Pese a sus múltiples intentos por tumbar las sentencias, la Corte Suprema de Justicia le rechazó cada uno de sus argumentos, haciéndole un fuerte llamado de atención a la defensa por intentar justificar los actos y revictimizar a las víctimas.
Y es que el pastor pretendía demostrar que era falso que le hubiese causado un daño psicológico permanente a sus víctimas, so pretexto que todas ellas siguieron con su vida, alcanzando títulos profesionales y casándose para formar una familia.
Los argumentos, además de absurdos y burlescos, desconocían por completo el trabajo que se tomaron las víctimas para resocializarse y volver a confiar en las personas y en la iglesia como institución. Labor que se adelantó gracias a la comunidad que le brindó su apoyo y profesionales de la salud mental.
Los actos del pastor -reseña la sentencia- recalcaron en las jóvenes que sufrieron estos vejámenes puesto que tras la denuncia fueron discriminadas y rechazadas. Incluso las empapó un temor porque creían que habían despertado una maldición que las llevaría a la ruina.
Y es que en repetidas oportunidades el pastor las acusaba de “calentarlo” o de incitarlo por ser “la portadora de un demonio”. Tampoco fueron de recibo en la Corte los argumentos sobre las demoras en las denuncias ni mucho menos la acusación que todo se trataba de un plan para afectar la imagen de la congregación.
En este tipo de casos, según declararon varios de los psicólogos, el victimario siempre va a terminar echándole la culpa a sus víctimas de lo sucedido, haciendo énfasis en algún tipo de incitación o presión.
Mientras el pastor Alzate sigue en la cárcel la casa de dos pisos ubicada en el barrio Santa Cecilia, donde funcionó por décadas la iglesia está totalmente abandonada. El rojo vivo que destacaba en la cuadra ya está opaco y las ventanas están cubiertas por bolsas negras que no dejan ver el interior.