En Santa Marta y Barranquilla se dice desde hace años que la Ciénaga Grande de Santa Marta está muriendo. Y tienen por qué saberlo, ya que gran parte de los peces que surten los mercados de esas ciudades provienen de las faenas de miles de pescadores que en las madrugadas arrojan sus redes y cordeles dentro de los 1.300 kilómetros de agua del enorme complejo de ciénagas, caños, lagunas y costas sobre el mar Caribe que hacen parte de este santuario. Sin embargo, las enormes sartas de sábalos, bocachicos, mojarras, bagres y pargos que salían de estas aguas son cada vez más pequeñas. Tanto que los pescadores están cambiando de oficio para dedicarse a la agricultura o a vender carbón. La explicación de esta tragedia se empezó a esclarecer hace un par de semanas cuando la Dirección Regional de Parques Nacionales Naturales denunció que las aguas de la ciénaga se están secando de forma acelerada y artificial, para darle paso a fincas ganaderas y enormes plantaciones de palma africana. Muchos de los más de 400.000 habitantes de Ciénaga, Aracataca, Fundación, Remolino, El Retén, Pueblo Viejo, Salamina, El Piñón, Pivijay y Zona Bananera han padecido las consecuencias de la evaporación de las aguas. Parques Naturales encontró que, entre Salamina y Remolino, los propietarios de la firma Agropecuaria RHC estaban construyendo diques, terraplenes y puentes dentro del Santuario de Flora y Fauna del Parque Natural Ciénaga Grande de Santa Marta. Esto afectó el flujo de los caños Condazo y Ratón, así como extensos humedales de aluvión que al secarse, fueron quemados para sembrar pastos para criar búfalos y reses, y convertir en propiedad privada un patrimonio de todos los colombianos. Lo insólito es que el ecocidio se descubrió, no por las labores de inspección de las autoridades ambientales, sino porque en los primeros días de diciembre una insoportable humareda inundó no solo a Salamina y Remolino, sino a municipios lejanos como Ciénaga, Sitio Nuevo, Pueblo Viejo, Zona Bananera o Aracataca. Esto llamó la atención de autoridades como la directora de parques de Santa Marta, Luz Elvira Angarita, y del alcalde de Ciénaga. La funcionaria pidió apoyo a la Policía Nacional para hacer un sobrevuelo, en donde encontró las vías, diques y terraplenes que se hicieron en esa finca y el incendio de lo que quedó. Esas obras ilegales terminaron por afectar las ciénagas de Mendegua, La Mata y Tigrera, que hacen parte del parque, así como la de Buenos Aires, en el área de mitigación. Sin embargo, ese no es el único caso. SEMANA recorrió la desembocadura de los ríos Aracataca y Fundación, y pudo ver el desecamiento de los humedales causado por los dueños de otras fincas. Precisamente lo que más indignados tiene a los habitantes de la región es el silencio, casi cómplice, que ha mantenido la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag). Por ejemplo, cuando se conoció la noticia de las quemas, el director de la entidad, Orlando Cabrera Molinares, dijo que ellos no eran autoridad de Policía para controlar a los grupos armados que cometieron el daño y reconoció que a los funcionarios les prohibieron ingresar a la zona. Dado que esas y otras obras para secar la ciénaga no se construyen de la noche a la mañana, ha quedado en evidencia la incapacidad de una entidad –que lleva 12 años con el mismo director– para proteger los extensos humedales, ciénagas, caños y decenas de ríos de un departamento cada vez más devastado. Cabrera dijo que él había denunciado el año pasado ante la Policía y la Fiscalía los hechos, pero fue desmentido por esas entidades. En medio del debate, el director de Corpamag ha guardado silencio sobre un contrato por valor de 80.400 millones de pesos suscrito el 26 de diciembre de 2014 con la firma Servicios de Dragados y Construcciones S. A., que compromete por 15 años las vigencias futuras de la sobretasa ambiental que ingresa a Corpamag por el pago que hacen los vehículos al pasar por los peajes de Tasajera y Palermo. El contrato firmado por Corpamag tiene como objeto realizar obras de recuperación y mantenimiento de 32 caños principales y secundarios del Delta Estuarino, pero extrañamente no fueron incluidos los caños Condazo y Ratón, los más afectados por el daño ambiental denunciado. Para abrir esa licitación y definir los términos de referencia, la corporación debió hacer un arduo trabajo de campo para fijar que la empresa deberá remover 5.500.000 metros cúbicos de lodos y sedimentos. En ese contrato llama la atención que a un caño como el Schiller, que solo tiene cinco kilómetros y baña unas fincas palmeras y ganaderas de las familias Caballero, Pérez y Zambrano, le van a remover 500.000 metros cúbicos de sedimentos, mientras que al caño Ciego, que nace en la ciénaga de San Antonio, atraviesa los municipios de Cerro de San Antonio, El Piñón, Salamina, Remolino, Pivijay y El Retén en 60 kilómetros, solo le removerán 50.000 metros cúbicos. “Esa entidad está más preocupada por garantizar el agua a los palmeros y ganaderos, que en salvar los caños que alimentan la ciénaga o que recorren zonas de campesinos pobres o pescadores”, dijo un líder de la zona. Para nadie es un secreto que la permanencia de Cabrera Molinares en el cargo depende del respaldo del representante Eduardo Díaz Granados Abadía, cuya familia posee propiedades que colindan con la Ciénaga Grande, y quien durante su campaña para reelegirse a la Cámara vociferaba haber sido el gestor de la ley que incrementó del cinco al ocho por ciento los recursos de la sobretasa ambiental en peajes de la vía Ciénaga-Barranquilla. Hace 490 años llegaron al cerro de San Antonio unos frailes dominicos que venían de Santa María la Antigua del Darién buscando la entrada a Perú. Viajaron en barcazas entre Ciénaga y cerro de San Antonio por el caño Ciego, el mismo que durante siglos usaron los chimilas y personas humildes para ir a pescar a la Ciénaga Grande. Ese es uno de los muchos caños ancestrales que fluyen del río Magdalena, y que están amenazados por la ambición de los terratenientes y la incapacidad de las autoridades ambientales. Para muchos, la Ciénaga Grande del Magdalena está herida de muerte.