El resultado electoral de Sergio Fajardo estaba cantado. Su escasa votación que ni siquiera llegó al millón, es como una especie de crónica de un suicidio político anticipado. Las encuestas venían sentenciando que se aproximaba el fin de una carrera política que prometía acabar con la polarización entre la derecha y la izquierda de Colombia.
El Fajardo de 2022 dejó de ser una apetecida figura presidencial desde el 13 de marzo, cuando se midió en una consulta interpartidista en la Coalición Centro Esperanza que terminó sepultando su carrera política.
En aquella ocasión obtuvo 723.475 apoyos, una cifra mínima comparada con los 781.120 votos que consiguió Francia Márquez, una dirigente de izquierda poco conocida, y con los más de 2 millones de sufragios que logró Federico Gutiérrez, otro antioqueño con menos kilometraje que el matemático en su vida pública.
Con las estadísticas en la mano y unas encuestas que cada vez lo mostraban más lejos de la Casa de Nariño, Fajardo empezó a perder lucidez y cabalgó entre el optimismo, el desespero y la deslealtad de algunos de sus más cercanos amigos.
Lo abandonaron con el fin de empezar a pavimentar la pista para aterrizar en las toldas de Gustavo Petro, Rodolfo Hernández y Federico Gutiérrez, como ocurrió con Rodrigo Lara, la fórmula vicepresidencial del candidato de la centroderecha.
Semanas antes de las elecciones del 29 de mayo, el grueso de la Coalición Centro Esperanza oficialmente estaba de su lado, pero bajo la mesa hacían coqueteos políticos en aras de asegurar el terreno personal en una eventual segunda vuelta.
Ocurrió con el exrector de la Universidad de los Andes Alejandro Gaviria, quien asumió las riendas de la jefatura programática de la campaña, pero su papel fue escaso en las últimas semanas.Al académico no se le vio en las calles, escasamente trinó algunos mensajes de Fajardo y, por último, desnudó su preferencia por Gustavo Petro.
“Estamos durmiendo en la cima de un volcán (...) hay mucha insatisfacción. Puede ser mejor una explosión controlada con Petro que embotellar el volcán. El país está demandando un cambio”, confesó al Financial Times.
Su afirmación confirmó lo que muchos especulaban, una desesperanza en la Coalición Centro Esperanza, una nueva implosión en el interior de la campaña fajardista a escasos días de las elecciones, un golpe certero que sepultó anticipadamente al líder del centro.
Fajardo terminó solo, aunque con el respaldo de los exministros Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera y los excandidatos presidenciales Jorge Robledo, Carlos Andrés Amaya y los hermanos Carlos Fernando y Juan Manuel Galán, quienes tampoco tuvieron un papel protagónico al final de la campaña presidencial.Ni siquiera Juan Manuel Santos, el expresidente cercano a Fajardo, jugó de su lado.
El nobel, a quien el paisa defendió durante su controvertido Gobierno, movió sus fichas entre la campaña de Petro y la del exgobernador antioqueño. Jugó a dos bandas.
El fin político de Fajardo estaba escrito desde antes del 29 de mayo y el matemático lo tenía claro. Por esto, antes de sucumbir, motivó una posible alianza con Rodolfo Hernández buscando salvar el centro como espectro ideológico, pero no lo logró.
Su ego y los intereses económicos de los partidos políticos que forman parte de la Coalición Centro Esperanza, que no estaban dispuestos a perder los dineros por reposición de votos, lo hicieron desistir del pacto.No obstante, precipitó que algunos líderes que estaban a su lado le coquetearan a Rodolfo Hernández.
Unos más aprovecharon el momento y se acercaron a Petro.Tras esos dos intentos de hacer una alianza con el exalcalde de Bucaramanga, Fajardo terminó cavando su propia tumba porque además de sus bajos resultados en las encuestas se mostró débil y lleno de incertidumbre ante sus electores.
El declive de Fajardo, en parte, obedece a que los colombianos no votaron por un programa de gobierno, porque el del antioqueño era, quizás, uno de los más coherentes con sus propuestas.
En cambio, prefirieron a figuras presidenciales con poder de decisión, que asumieran posturas claras y tuvieran carácter a la hora de tomar las riendas del país. Eso le faltó a Fajardo, le resumió a SEMANA Ángel Beccassino, asesor político de Rodolfo Hernández.
De hecho, Fajardo no logró desmarcarse del papel de ‘tibio’ con el que lo graduaron sus contradictores de 2018, cuando no tomó posturas y decidió irse a observar ballenas para la segunda vuelta presidencial.
El Fajardo de 2022 no se reinventó, no cambió de estrategia y pensó que solo su rostro de un maestro decente atraería a los electores. Por esto, en los últimos cuatro años, mientras dedicó su vida a dictar clases en el exterior, no se ocupó de conformar una estructura política.
De hecho, Compromiso Ciudadano, su movimiento político, ni siquiera jugó en las elecciones parlamentarias del 13 de marzo y tuvo que buscar la sombrilla de los partidos de la coalición de la centroizquierda para inscribir su candidatura.La decadencia del candidato fue de tal calibre que el fajardismo, su fuerza política que amasó desde su alcaldía de Medellín, la gobernación de Antioquia y que perfeccionó al lado de Antanas Mockus, cuando se convirtió en su fórmula vicepresidencial, ya no existe.
Terminó rodeado de partidos afines, pero cuyos líderes no promulgaban su filosofía política. También lo cobijó un ala de izquierda cercana al petrismo, compuesta por el senador electo de la Alianza Verde Ariel Ávila, cuya estrategia anti-Fico, con la que atacó a Federico Gutiérrez, desdibujó totalmente la manera de hacer política de Fajardo.
Internamente, en la Alianza Verde, el papel de Ávila no cayó bien.“La tenaza que hundió a Fajardo fue el gabinete de Santos, en su mayoría, y los petristas como Ariel Ávila, Carlos Amaya. Mientras tanto, el Nuevo Liberalismo estuvo por allá mirando”, dijo Alicia Eugenia Silva, amiga personal de Fajardo.
Ella, por ejemplo, insiste en que Fajardo es un político sano, de buenas intenciones y con el país en la cabeza. Por esto, tomó el teléfono antes de las elecciones y le dijo que la estrategia oscura de Ávila contra Gutiérrez lo estaba transformando de profesor a destructor.
“Cuando la campaña se vio moribunda, terminó al servicio de Gustavo Petro”, coincidió el analista político Carlos Suárez.Su inocencia política quedó demostrada en su intervención durante el debate definitivo de SEMANA y El Tiempo, el pasado 23 de mayo.
Allí dijo “no inspiro nada” y esa frase quedó para el recuerdo del electorado.Para rematar, aunque Colombia contempló en su momento la necesidad de impulsar un centro ideológico para combatir a los extremos de una vez por todas, los electores se inclinaron nuevamente hacia la izquierda y la derecha.
Es decir, entre Gustavo Petro y Federico Gutiérrez, escenario al que se sumó una figura como la de Rodolfo Hernández, que dejaron desdibujado a Fajardo, quien quedó en el centro de un remolino y terminó hundido. Fajardo, con su discurso pacífico y sin fijar posiciones, en medio de Petro, que defendió su lucha contra el continuismo del uribismo; Fico, que argumentó la necesidad de salvar a la empresa, la industria y la institucionalidad, y Rodolfo, atacando la corrupción, quedó relegado.
Fajardo –quien además empezó su campaña temprano y la ensombreció el escándalo de sus investigaciones, entre ellas Hidroituango, de la que logró salir bien librado– tampoco se reinventó. Al contrario, se mostró lacónico, un candidato aislado, solitario y lento para reaccionar, un competidor que se dejó llevar por una imagen que construyó en 2018, pero que terminó cansando a sus electores.
“Fajardo no leyó los momentos que iban sucediendo durante la campaña para hacerle un giro y empezar a ajustar el discurso”, resumió el congresista Mauricio Toro. Ya con Fajardo fuera de la contienda, lo más probable es que deje en libertad a quienes lo acompañaron para la segunda vuelta.
Sin embargo, con la opción de Rodolfo Hernández en una segunda vuelta, lo más posible es que el matemático antioqueño no se vaya a ver ballenas y acompañe el proyecto político del santandereano.