María Jimena Duzán: ¿Qué significado tiene este premio?Juan Gabriel Vásquez: Este premio lo da una fundación en memoria de Gregorio von Rezzori, un escritor italiano que yo siempre he admirado y que no es muy conocido en América Latina a pesar de que Juan Villoro tradujo uno de sus mejores libros, Memorias de un antisemita. El jurado está integrado por críticos y escritores que nominaron cinco obras de todo el mundo. Para mí ya era un honor estar en esa lista. M. J. D.: Hace muchos años me dijo que su propósito de irse a vivir a Barcelona era el de vivir de la literatura. Desde entonces, han pasado diez años. ¿Lo ha logrado?J. G. V.: Comencé haciendo tres trabajos al mismo tiempo: hacía informes de lectura para editoriales, editaba la revista Lateral en Barcelona y entre una y otra cosa, traducía literatura. No sé cómo, pero alcanzaba a robarme tiempo para escribir Los informantes, mi primera novela oficial. A los tres años, escribí Historia secreta de Costaguana. Para entonces había dejado Lateral y me dedicaba a traducir y a escribir artículos en los suplementos culturales de España. Todo eso era parte del objetivo que yo tercamente me había impuesto, que era el de ganarme la vida con la literatura haciendo lo que fuera, así tuviera que trabajar las 24 horas diarias. M. J. D.: ¿Por qué esa obsesión? Usted y yo conocimos a varios escritores colombianos que en ese entonces vivían también en Barcelona y que trabajaban como meseros, porteros, niñeros, etcétera.J. G. V.: Probablemente esa obsesión se deba a que lo único que realmente sé hacer es escribir. Pero además soy malísimo para tener jefe. Para mantener horarios que me impongan otros. En fin: soy malísimo para vencer la obsesión de la literatura. Cuando no estoy trabajando me pongo irritable, de mal genio. Me molesta que el mundo me invada y me quite el espacio para trabajar. Vargas Llosa dice que para él la literatura siempre ha sido lo principal en su vida y que todo lo demás ha de ser sacrificado. Esa ética de vida la comparto. Eso me ha permitido que, a los 40 años, haya escrito cuatro novelas, un libro de ensayos, uno de cuentos, una biografía de Conrad, traducido cerca de 15 libros y escrito un sin número de crónicas. M. J. D.: Todas sus novelas son sobre Colombia, pero la última, ‘Las reputaciones’ es la primera que escribe aquí. ¿Cómo fue esa experiencia? J. G. V.: Cuando yo empecé a escribir El ruido de las cosas al caer, me tocaba llamar a mis amigos a pedirles el favor de que se fueran a la esquina de la catorce con quinta y me contaran qué se podía ver desde ahí. Para esta novela no les tuve que pedir ese favor. Cuando yo estudiaba Derecho, solía caminar por La Candelaria porque me aburría la universidad. Incluso había desarrollado un itinerario que ahora volví a recorrer: de la casa donde José Asunción Silva se pegó un tiro a la casa donde a Bolívar casi le pegan un tiro, de allí al andén donde a Rafael Uribe Uribe le pegaron dos hachazos, a la esquina donde a Gaitán le pegaron un tiro, y finalmente a la esquina donde el caricaturista Ricardo Rendón se pegó un tiro. Luego volvía a mi universidad, que era donde yo casi me quería pegar un tiro. M. J. D.: Hablando de Rendón, su nueva novela es un homenaje a ese gran caricaturista. J. G. V.: A mí siempre me ha interesado la figura de Rendón. Me ha parecido misteriosa la manera como se mató y todavía no he leído nada que me explique por qué se quitó la vida. La víspera de su muerte había recibido los dos libros de caricaturas que acababan de ser publicados, estaba en la cima del poder y de su influencia en la vida política. La primera intención que tuve fue hacer una investigación sobre su vida, pero poco a poco me di cuenta de que se podían decir cosas más interesantes imaginando un caricaturista político del presente colombiano, que a su turno estuviera obsesionado con la figura de Rendón. M. J. D.: ¿Qué tanta influencia ejerció sobre esta novela el hecho de tener una columna como la que escribe para ‘El Espectador’? Se lo pregunto porque este libro pone el reflector sobre el poder de los columnistas de opinión. J. G. V.: La novela busca explorar el poder de la prensa de opinión y la importancia que se le da a la imagen en esta sociedad. M. J. D.: Lo cual me da pie para preguntarle si le sorprendió que el expresidente Uribe hubiera salido elegido como el Gran Colombiano, en un concurso impulsado por Fox.J. G. V.: Lo del Gran Colombiano refleja no solo la importancia de la imagen sino también el infinito desinterés de los colombianos por cualquier cosa que haya pasado hace más de 15 años. Por Colombia han pasado grandes intelectos, personas grandes moralmente, y resulta que escogimos a una que representa la caída del país en la inmoralidad del todo vale, en la corrupción y la politiquería, que era lo que supuestamente el uribismo iba a atacar. Hace poco estaba leyendo un ensayo de Orwell en el que decía que al mundo no lo mueven las ideas, sino emociones tales como el patriotismo, la religión o la raza. Eso es lo que está detrás de estos votos. Y creo que eso es lo que estructura los movimientos políticos colombianos: las emociones más primarias.M. J. D.: En ‘Las reputaciones’ usted escribe esta frase: “Las páginas de opinión en Colombia son como el diván colectivo de un país enfermo”. ¿En serio lo cree?J. G. V.: Yo creo que ser colombiano es un constante darse de cabeza contra la pared, preguntando lo mismo que se preguntaba Vargas Llosa en su libro Conversación en La Catedral: ¿en qué momento se jodió Perú? ¿En qué momento se jodió Colombia? Y me da la impresión de que se ha creado un ambiente en el que la gente cree que la respuesta a esa pregunta la tiene el periodismo de opinión, a diferencia de lo que ocurre en otros países donde para eso están los historiadores, o los cronistas. La gente va a las columnas para reafirmar sus odios viscerales. Basta ver los mensajes de quienes opinan sobre las columnas en internet para confirmar que son escritos solo por el placer de insultar desde el anonimato. También se da el fenómeno contrario. Hay gente que lee una columna con la que anticipadamente va a estar en desacuerdo, solo por sentir esa adrenalina del odio y de la confrontación. En 1984 Orwell tiene esa figura de los dos minutos de odio diarios, en la que llena un teatro de gente para mostrarle en una pantalla gigante a la persona que tienen que odiar. La gente la insulta, le tira cosas y después de ese acto catártico sale más tranquila. Yo creo que las columnas de prensa en Colombia son los dos minutos de odio de los que nos habla Orwell. M. J. D.: ¿Nos hemos vuelto una sociedad ‘orwelliana’?J. G. V.: Sin duda. Hemos tolerado toda suerte de intromisiones del Estado en nuestra vida por cuenta de la guerra que se libra desde hace más de 40 años. Nos hemos tragado el cuento de que por la seguridad hay que sacrificar todos los demás valores civiles y todas las libertades individuales. M. J. D.: Orwell también habla en su novela sobre la utilización del lenguaje para manipular voluntades. ¿Nos estará pasando algo similar en Colombia?J. G. V.: Aquí hemos ido creando un doble lenguaje para todo. Uribe fue elegido con la promesa de que iba a combatir la corrupción y la politiquería, cuando en realidad fue uno de los regímenes más politiqueros y corruptos de los últimos años. Para las Farc los secuestros son retenciones y los asesinatos son ejecuciones. Somos víctimas de la manipulación del lenguaje y probablemente esa sea una de las grandes falencias de la educación colombiana: no se educa a los lectores en el arte de estar alerta a las manipulaciones del lenguaje. Esta mañana leía una noticia que decía que el ELN seguirá secuestrando extranjeros en defensa de la soberanía nacional. ¡Eso sí que es una manipulación grosera del lenguaje!M. J. D.: Usted le ha dedicado varias columnas al procurador. ¿Donde lo ubicaría en esa sociedad ‘orwelliana’?J. G. V.: Una figura como la de Alejandro Ordóñez es impensable en un país con una genuina cultura democrática. En una democracia real hay valores que son indiscutibles y uno de esos es el laicismo del Estado. La gente suele pensar que el Estado laico ataca la religiosidad o defiende el ateísmo. No. Se trata de uno que declarara su neutralidad en el tema religioso y que les da a todos los ciudadanos el derecho de ser privadamente religiosos. En el estado laico todas las religiones son iguales. Esa conquista democrática importantísima está siendo atacada a diario desde la Procuraduría, con armas muy poderosas. M. J. D.: ¿Qué atribuciones debería tener un columnista?J. G. V.: Que sea duro e implacable sin ser insultante ni grosero. Un columnista tiene que ser tan crítico como pueda, pero sin bajar el nivel del debate, que es lo que pasa constantemente en Colombia. Aquí hay muy poco respeto por el adversario intelectual. Los debates se vuelven personales. Aquí no se pueden atacar los desmanes de la revolución chavista sin ser acusado de extrema derecha. No se puede atacar el uribismo sin ser considerado cómplice de la guerrilla. Ese maniqueísmo brutal es un hábito mental muy grave y ahí es donde los columnistas tendrían mucho que decir. Un buen periodista de opinión debe intentar cambiar esas mentalidades tan conservadoras.