Es cierto que los problemas persisten. Hay identificados grupos residuales disidentes de las Farc y que ahora se dedican exclusivamente al narcotráfico. También se están reconociendo nuevas rutas por las que sale la coca hacia Brasil. Pero si algo queda claro ante todo esto es que en Caquetá, uno de los epicentros más fuertes de la guerra durante 50 años, hoy se respira un aire diferente.La población de varios municipios de este departamento reconoce que la violencia sigue tocando a las puertas de sus casas –especialmente en las zonas rurales–, pero lo hace de formas distintas y por lo menos sin la misma cantidad de muertos. No obstante, se admite que ahora existen otras formas de subsistencia distintas a empuñar un fusil o a sembrar cultivos ilícitos, lo que está cambiando las dinámicas sociales y económicas.Esta es, en plata blanca, la radiografía que se desprende del trabajo que vienen realizando en los últimos dos años diferentes sectores en esta región, en especial en municipios como La Montañita. Allí, en sus calles recientemente pavimentadas y donde la humedad hace pensar que varias prendas de ropa sobran, se están desarrollando proyectos que la misma comunidad siente como positivos para desmarcarse definitivamente de su pasado de guerra.Un ejemplo se vivió este viernes, en la conmemoración del primer año de haberse firmado los acuerdos de paz con las Farc. Allí se realizó una jornada de mercado campesino y de feria social, en la que por lo menos unas 400 personas tuvieron la oportunidad de dar a conocer los productos con los que trabajan después de haber dejado, por ejemplo, la siembra de hoja de coca. El Gobierno acompañó todo este proceso.Puede leer: Dos tragedias enlutan a la vereda La MontañitaY esa no fue una decisión sencilla. En la zona pagaban un promedio de 20 mil pesos por cada arroba de la planta ilícita, lo que se convertía en cientos de miles de pesos cuando se lograba sembrar de media hectárea hacia delante. De mantener esta dinámica ilegal se encargaba la ahora ex guerrilla de la Farc, que facilitando las negociaciones les permitía a los campesinos de la zona sobrevivir de estos recursos y, al mismo tiempo, se oponía a que acudieran a otro tipo de cultivos para mantener viva la cadena ilegal que finalmente sostiene el narcotráfico.Esta historia la corrobora Ricaurte Delgado, un hombre de 53 años, 4 hijos y 2 nietos, que tiene tierras en la vereda de El Tablón, a una hora en chiva del caso urbano de La Montañita. Reconoce que está en proceso de abandonar definitivamente la siembra de coca –“aún debo vivir de algo” – mientras se concreta el programa de sustitución de cultivos al que dice haberse acogido. “Antes lo que veíamos todo el tiempo era a la guerrilla pasando revista por nuestras finquitas, muy pendiente de qué cultivábamos y cuántas arrobas de hoja de coca habíamos recogido, pero ahora la cosa es más tranquila y estamos viendo que hasta nuestras tierras sí puede llegar la Fuerza Pública”, comenta Delgado mientras le da un biberón a uno de sus nietos. Vientos de cambio y expectativa El punto de encuentro fue la plazoleta principal de La Montañita, en cuyo centro se encuentra un busto Arnulfo Silva Cabrera, uno de los dos alcaldes de esta población que fueron asesinados por grupos ilegales vinculados a la guerra. Por las calles donde este viernes había campesinos, indígenas y funcionarios oficiales desfilaron por años hombres y mujeres de camuflados que, fusil al hombro, dejaron ríos de sangre y desesperanza a su paso. Hasta los paramilitares tuvieron algún momento de gloria oscura en estas esquinas.Así lo cuenta Víctor Lugo, quien lleva 50 de sus casi 70 años viviendo en esta zona caqueteña, siempre dedicado al trabajo de la tierra –unas veces de forma lícita y otras con cultivos ilícitos–, pero con el cariño intacto con el paso del tiempo por lo que considera es el lugar en el que quiere terminar sus días.“Mi casa era un campo de guerra casi todos los días”, cuenta Lugo mientras rememora como paramilitares y guerrilla fueron visitantes asiduos de sus terrenos por varios años. Ahora, y lo cuenta con el desparpajo que caracteriza a la gente de esta región, su principal preocupación es que va a saludar al presidente Juan Manuel Santos y se le quedó el pantalón que había comprado para la ocasión.Fue el alcalde de La Montañita, José Leonel Guarnizo, quien con algo de político y un poco de afán, le dio 50 mil pesos a Lugo para que comprara un pantalón nuevo. “Él me regaló esa plata, porque no podía ver al Presidente con la ropa roída por el trabajo de campo con la que llegué”, confirma entre risas.
Y la ocasión lo ameritaba, pues el presidente Santos visitó ese viernes La Montañita para conmemorar desde esta población un año de la firma de los acuerdos de paz. Recorrió varios de los puntos del mercado campesino, se tomó foto con todo el que llegaba a pedírsela –esto mismo hizo parte de su comitiva– e hizo anuncios sobre los planes que tiene su Gobierno (ya de salida) para esta región.De hecho, al descender del helicóptero que lo trajo desde Florencia, caminó cerca de dos cuadras desde un punto llamado Piedra Negra hasta la plaza principal del pueblo. “Es la primera vez en la historia que viene un Presidente y qué bueno poderlo hacer con más noticias sobre la paz”, aseguró.Uno de los desprevenidos que veía por primera vez en su tierra a un Jefe de Estado fue Leonel Álvarez, un habitante de la vereda de La Niña –a hora y media del casco urbano de esta población–, quien ahora se dedica al cultivo del caucho y que se ufana de nunca haber sembrado coca. Sin embargo, mientras come la cuajada que otros de los labriegos producen con las ayudas oficiales que reciben a cambio de dejar las siembras ilícitas, cuenta que en otras épocas “las bombas fueron el terror de mi hija”.“Yo no salía a trabajar por el temor que me producía morir por una bomba o un ataque”, recuerda mientras mira sus manos como intentando alejar un pasado doloroso que, dice él mismo, afortunadamente no se llevó la vida de ninguno de sus seres queridos.En contexto: Dos militares muertos en la nueva arremetida de las FARCY son muchas las historias de cambio que se encuentran en esta zona, algunas con más carga emocional que otras, pero sí es cierto que un común denominador de estos caqueteños –ya lo sean de nacimiento o por adopción– es que tienen mucha expectativa de lo que les traerá concretamente la firma de la paz. Eso sí, mientras aguardan, respiran vientos de tranquilidad.Un ‘tumor cancerígeno’ a extirparEn esta zona, como en casi todas por donde pasó el monstruo de la guerra, quedan baches de ese pasado sangriento que las comunidades se esfuerzan por rechazar y las autoridades por combatir. El gran lastre sigue siento el narcotráfico, y sobre todo porque ha encontrado una válvula de escape hacia los 6 mil kilómetros de frontera que comparte Colombia y Brasil y que están a pocas horas de esta región.Entre los departamentos de Caquetá, Putumayo y Amazonas, según fuentes castrenses, se han logrado identificar a por lo menos 70 hombres de grupos dedicados exclusivamente al narcotráfico, que para huir del accionar de las autoridades pasan la mayor parte de su tiempo de civil.El general Francisco Javier Cruz, de la Sexta División del Ejército, confirma que la inteligencia está en proceso de determinar si entre esos 70 hombres hay desertores de las Farc que no se acogieron a los pactos de La Habana. Y es que allí aún tienen fuerza reductos de los frentes 1, 14 y 31, y de la columna Teófilo Forero.
Dice este alto mando militar que en lo corrido del año se han incautado en la región 3 toneladas de marihuana y 11 de coca, gracias al trabajo que adelantan conjuntamente con fuerzas castrenses del Brasil. Con ellas, se tienen acuerdos firmados para el combate conjunto de las organizaciones criminales que actúan en la zona de frontera. “Las cosas cambiaron, pero debemos extirpar ese tumor cancerígeno que quiere crecer”, precisa.La vida en La Montañita y otras zonas del Caquetá ahora es distinta, a pesar de los lunares que se han identificado, solo que sus habitantes, y así lo reconocen hasta los más jóvenes de la zona, quieren mirar hacia el futuro y poder vivir alejados de las armas. No es una tarea sencilla, tal vez sea monumental, pero ya están avanzando.