El asesinato de cuatro indígenas el fin de semana pasado en Altaquer, zona rural de Barbacoas, Pacífico nariñense, tiene un trasfondo tan grande como aterrador. Las comunidades de esa región, así como de la zona rural de Tumaco, han quedado en medio de una guerra silenciosa que parece cada día tomar más fuerza en ese pequeño rincón del país.
A los indígenas los mató un grupo criminal llamado los Contadores, que tiene artillería y hombres como para ocupar un corregimiento entero. Los asesinaron porque así se zanjan las cuentas en este lugar: no hay diálogos, sino el lenguaje mudo de las armas.
Los Contadores tienen una disputa a sangre y fuego con la columna disidente Urías Rondón, del Comando Organizador de Occidente –los mismos que antes eran comandados por Gentil Duarte–, y con al menos cinco estructuras más, como la Oliver Sinisterra y el frente Alfonso Cano, de la Segunda Marquetalia.
En medio de esa disputa se encuentra la comunidad, que sobrevive con los crecientes cultivos de coca. Dependiendo del sitio geográfico, cada grupo impide que se negocie droga con sus contrincantes y el que lo haga se muere. Por eso asesinaron a los indígenas de Altaquer y a otros tantos. La violencia está desbordada.
SEMANA recorrió esas zonas afectadas por estos grupos criminales y encontró, por ejemplo, que esta región es la segunda con más coca de Colombia, y en un plano geográfico más pequeño que Bogotá hay diez estructuras organizadas al margen de la ley que se quieren quedar con el negocio.
Y es que en Tumaco y el Triángulo del Telembí, que comprende los municipios de Barbacoas, Magüí Payán y Roberto Payán, la disputa no es solo por la coca, sino por la minería ilegal. En un sobrevuelo realizado con la Policía Nacional, se pudo evidenciar un deterioro significativo en la espesa selva de estos lugares.
Además, como si fuera poco, hay una economía ilegal que se basa en refinería improvisada en medio del bosque, donde tratan el crudo robado al oleoducto Transandino; es decir, en medio de árboles convierten lo hurtado en gasolina que después comercializan a más bajo costo.
Esto último produce un impacto ambiental aún mayor, pues para tratar el crudo primero deben derribar árboles, construir piscinas en medio de la selva y posteriormente quemar combustible a cielo abierto para obtener la gasolina. Este proceso provoca grandes incendios y humaredas, que pocas veces son controladas por las autoridades.
El teniente coronel Héctor Daza Narváez, comandante del Distrito Especial de Policía de Tumaco, explica que el combustible es robado con válvulas y luego lo dejan en unos tanques que están sujetos a un proceso de ebullición.
Así es la guerra
Según el uniformado, en zona rural de Tumaco hay una convergencia nunca antes vista de grupos armados, una atomización de la violencia que hace mucho más difícil el trabajo de las autoridades. Para citar ejemplos pequeños, esto puede verse en corregimientos como Llorente: en un espacio menor a diez cuadras, hay 40 prostíbulos. Cada uno responde a un grupo diferente y sus clientes son afines o pertenecen a una estructura determinada.
“Hay una convergencia de grupos criminales por el sector de la vía al mar. Tenemos los corregimientos de La Espriella, Guayacana y Llorente con una disputa territorial de las rentas criminales por la coca”, dice el coronel Daza.
A eso se suman los corregimientos de Junín y Altaquer, que pertenecen a Barbacoas. “Por esta zona tenemos una disputa de la estructura residual los Contadores, o también conocidos como frente Iván Ríos, que lleva un dominio delictivo hace ya un tiempo considerable. También tenemos reductos de las disidencias Oliver Sinisterra”, complementa.
En estas zonas los asesinatos han aumentado por esa disputa. No se vale mantenerse neutral, sino que hay que tomar partido, y quien lo hace es declarado objetivo militar por parte del grupo contrario. Así se vive –y se muere–.
Ahora la principal amenaza para los Contadores es la aparición en la zona del frente Urías Rondón, que tiene el apoyo de las disidencias del Cauca y Caquetá. La idea es desplazar a quien tiene el control de Pacífico nariñense para que el Comando Organizador de Occidente, que agrupa a ocho columnas y cuatro frentes, se quede con todo el suroccidente del país (Valle, Cauca y Nariño).
Ecuador también entra en el juego
Por la cercanía con la zona de Mataje y el Pacífico ecuatoriano, la droga producida en Tumaco y el Triángulo del Telembí es enviada a la provincia de Esmeraldas, en Ecuador, específicamente a municipios como San Lorenzo, donde es empacada con rumbo a Centroamérica.
En la zona es un secreto a voces la participación de emisarios mexicanos en la compra y agitación del conflicto. Inteligencia militar tiene varias pruebas de financiamiento de estructuras internacionales a estos grupos criminales colombianos para controlar puntos claves en la distribución de la droga.
La guerra silenciosa del Pacífico nariñense está al borde de llegar a un punto de no retorno en el que empezarán a hablar los gritos de la violencia: masacres, desplazamientos, confinamientos y toda la barbarie que traen consigo estas situaciones. Los actuales asesinatos de indígenas y personas de la comunidad son apenas un abrebocas de lo que viene.