Magaly Martínez hace pausas largas cuando las lágrimas inundan sus palabras, toma bocanadas de aire cada cierto tiempo y vuelve a comenzar. Trata de relatar los últimos días de su hijo, Leonel Martínez, un médico secuestrado por disidencias de las Farc el pasado 11 de septiembre en Calamar, Guaviare, y que murió en un bombardeo de la Fuerza Aérea 15 días después en zona rural de Guainía. Y, aunque la versión oficial indica que fueron diez los guerrilleros dados de baja en esa operación, Magaly tiene otra versión menos fría y más dolorosa. La cuenta de manera fragmentada, porque el desconsuelo aún no la deja ni mantener en pie. Fragmentos de una doble tragedia.

I: La llamada

El doctor Leonel Martínez no alcanzó a cucharear el desayuno sobre la mesa el 11 de septiembre, pues su teléfono empezó a vibrar con insistencia. Era muy temprano, así que pensó que se trataba de alguna emergencia del único hospital de Calamar, Guaviare, donde prestaba sus servicios de manera gratuita, mientras llegaba la homologación del Ministerio de Salud de su título obtenido en junio de 2020 en Cuba. Magaly recuerda así ese momento:

“Cuando suena el celular, él contestó, escuchó un par de segundos y le cambió el semblante inmediatamente. Yo, cuando veo eso, empiezo a hacerle señas de qué pasa, entonces él empieza a titubear diciendo: ‘Claro, tráigame el paciente y yo acá lo atiendo con mucho gusto’. Luego puso el teléfono en altavoz y desde el otro lado de la línea le dijeron: ‘Es que usted no me está entendiendo, ya mis hombres van a recogerlo’.

Yo le dije, ‘Leonel, usted no va para ninguna parte’. Entonces, él me dijo, ‘¿Si mira, mamá? Nosotros nos tenemos que ir de este pueblo, uno es indefenso aquí, yo por allá no voy a ir, salgamos y nos refugiamos donde el vecino. Yo no sé si eso es una extorsión o qué será’. Nos cambiamos rápidamente y, cuando abrimos la puerta, ellos ya estaban ahí.

Le dijeron: ‘¿Leonel?’. Él respondió: ‘Sí, señor, qué necesita, qué le vendemos’. Ellos le respondieron: ‘No, señor, súbase al carro’. Inmediatamente, a mi hijo le empezaron a temblar las manos, miró y me dijo: ‘Mamá, mamá, mamá’. Yo les dije que a él no se lo iban a llevar. Cuando en eso iba pasando una patrulla de la Policía y yo la volteo a mirar, y uno de esos tipos me agarra la mano y me dice: ‘Señora, por el bien de su hijo, es mejor que se calme’.

Al verme así alterada, Leonel me dice: ‘Yo le hago el favor a esta gente y nos vamos, mamá. Nos vamos, mamá. Yo vuelvo y me pierdo para la ciudad, no me quedo un día más aquí. ¿Si ve, mamá, lo que yo estaba diciendo?’. Inmediatamente, yo miro a esos tipos y les digo: ‘Ustedes se llevan a mi hijo, ustedes me lo traen. ¿Quiénes son ustedes?’. Y ahí me respondieron que eran de las Farc”.

II: “Es mejor que yo me vaya”

Noches antes de su secuestro, el doctor Leonel ya se planteaba una posible salida de Calamar. Nunca le gustó el pueblo por los riesgos para el personal médico. Creció en Fortul, Arauca, donde fue reconocido como el mejor bachiller de su promoción y desde el Concejo le ofrecieron una beca para estudiar Medicina en Cuba. Las opciones eran pocas en Colombia, así que accedió a irse del país. Sus papás vivían en la zona rural y se mantenían económicamente de la venta de aguacates. No había mucho que pensar para tomar las maletas.

En Cuba estudió seis años, obtuvo su título como médico y a mediados de 2020 se ofreció a regresar a Colombia para atender la emergencia sanitaria desatada por la covid-19. En septiembre viajó en un vuelo humanitario y se reencontró con sus papás, que, para entonces, habían decidido invertir sus ahorros en una ferretería en Calamar, Guaviare.

Desde el primer momento de su llegada, empezó una puja judicial por convalidar su título extranjero. Con ayuda de donaciones, invirtió más de 5 millones de pesos en abogados y estaba a la espera de que antes del 30 de septiembre pasado su situación estuviera resuelta. Mientras tanto, atendía pacientes en su casa o en el hospital de manera gratuita; su fama se regó rápidamente en el pueblo y en la zona rural, donde opera el frente Armando Ríos de la Segunda Marquetalia.

Varias veces conversó el tema con sus papás. Le inquietaba la constante presencia de hombres armados en el pueblo y sabía que en cualquier momento requerirían de sus servicios a la fuerza. Esperaba el título para radicarse en Armenia, pues allí recibiría la ayuda de su novia para encontrar trabajo en un centro médico de la ciudad.

III: “Su hijo es un terrorista”

“Pasaron ocho días y empecé a preocuparme. Aquí venía mucha gente de la zona rural a traerle enfermos, niños; entonces, yo empecé a regar la voz de que el doctor Leonel estaba secuestrado.

La semana siguiente miramos que hubo un bombardeo en el Guainía y que había muchos muertos, que fueron trasladados a Villavicencio. A mi esposo le agarra una tristeza y se pone a llorar: ‘¿Qué tal que mi hijo esté por allá?, ¿por qué usted, Magaly, no se va para allá a averiguar?’, pero yo le respondí que no iba a ir, porque mi hijo no estaba muerto. Finalmente, él me insistió; agarré el viernes 1 de octubre y llegué a Villavicencio, busqué la Cruz Roja y les dije que tenía un hijo desaparecido, pero ellos me respondieron que en ese bombardeo solo murieron terroristas.

‘Estos muertos ya tienen ocho días de estar aquí’, me dijo la doctora. Yo le dije que por favor me dijera los nombres; ella se negó al principio, porque esa información no me la podían dar. Entonces, yo me arrodillé y le dije que por favor no jugaran conmigo, que estaba desesperada buscando a mi hijo, que por favor me dijera los nombres. La doctora me dijo que me sentara y me preguntó si estaba preparada, yo le dije que sí. Ella me dijo que Leonel Martínez, de 29 años, nacido en Fortul, Arauca, estaba ahí con los terroristas. En ese momento no supe dónde quedé, me desmayé. Se me acabó la alegría, se me acabó todo.

Leonel Martínez ejercía como voluntario en el hospital de Calamar, Guaviare. Además, atendía pacientes en su casa.

Cuando me recuperé, me fui para la Fiscalía, y el fiscal me dijo que, como mi hijo estaba muerto ahí con los guerrilleros y había estudiado en Cuba, tenía una mente revolucionaria, que era un terrorista. Yo le dije que mi hijo no era eso; entonces, yo saco el celular para mostrarle lo que hacía mi hijo, pero él no me prestó atención, me dijo que yo hablaba mucho. Eso me dolió aún más en el alma.

A regañadientes me atendió y, cuando me preguntó el nombre de mi hijo, le dije doctor Leonel Martínez; me miró con burla y me dijo que si cuando yo le bauticé le había puesto doctor. ‘Y no me interrumpa más, hágame el favor’, me dijo”.

IV: “Lo encontré”

El cuerpo del médico Leonel Martínez lo entregaron el lunes 4 de octubre. Magaly viajó con los restos irreconocibles de su hijo hasta Fortul, Arauca, para enterrarlo en el mismo pueblo donde lo vio partir al extranjero seis años atrás con el sueño de convertirse en médico.

“Enterré a mi hijo ayer (miércoles), pero lo encontré. Él no volvió, me dijo que iba a venir, pero no volvió. No sé qué pasó con la homologación y con los papeles que los abogados habían metido. Yo lo único que quiero es que, cuando esté listo su título, me lo entreguen, aunque sea para tenerlo”, cuenta Magaly.

Quiere atesorar esos papeles como el último triunfo de su hijo. Él estaba confiado en que con las tutelas interpuestas esta vez sí tendría un resultado positivo y podría ejercer la medicina a lo grande. Oficialmente quedaría acreditado como el primer profesional de su familia. Leonel, 29 años, el doctor de Fortul, Arauca.

“Se desesperaba mucho por la homologación de su título. Lo último que pagamos fue 2 millones de pesos a un abogado. Él nos decía que lo ayudáramos, que apenas obtuviera el título nos devolvía toda la plata”, recuerda Magaly.

V: “Que le devuelvan su nombre”

Las cifras suelen ser frías y sin historia. Por eso Magaly no quiere que su hijo sea un número más en un informe militar de esos que nadie lee. Pide que al doctor Leonel Martínez le devuelvan su nombre y no lo tachen de terrorista.

“Si quieren, que no me paguen a mi hijo, pero que no lo traten más como un terrorista, porque era un doctor que fue secuestrado y murió cumpliendo su labor de salvar vidas. Le hago un llamado al Gobierno, al presidente, que mire muy bien dónde va a bombardear, porque esa gente tiene secuestrados y no es justo que a una madre le devuelvan a su hijo así”, dice Magaly.

Por estos hechos, el Ejército aún no se ha pronunciado. La versión oficial sigue siendo la misma: diez disidentes neutralizados en el campamento del Mono Ferney, segundo al mando de la estructura Armando Ríos. Mientras tanto, Magaly trata de recoger las piezas de su tristeza, los fragmentos de ese dolor que la ciega y le impide hablar con fluidez. Siente, de alguna manera, que ya no está completa y que hoy en su familia solo quedan los restos de una doble tragedia.