Antes de ser nombrado ministro de Salud por el presidente Iván Duque, la vida de Fernando Ruiz Gómez era tranquila. Dedicado al sector privado, tenía tiempo suficiente para oír jazz, disfrutar una buena cena, compartir una copa de vino con su esposa, Liz, y cuidar a su hija, Luciana, de 7 años. Pero el 6 de marzo de este año, apenas tres días después de asumir como ministro en la Casa de Nariño, se conoció el primer caso de covid-19 en Colombia. Desde entonces, su vida cambió y de qué manera.
Ahora, al llegar a su casa, Liz lo recibe todas las noches con un tarro de alcohol y le desinfecta los zapatos en la puerta. El ministro se quita el tapabocas, la corbata, pasa al baño y se lava las manos. Luego se recuesta en el sofá, exhausto, y reflexiona sobre el día. Durante 2020, este bogotano de 62 años no ha tenido una jornada tranquila. Han sido meses de vértigo poniéndole el pecho a una pandemia para la que nadie estaba preparado y que se convirtió en el mayor desafío de la humanidad en la historia reciente.
En todo caso, pareciera que Ruiz Gómez hubiera estado predestinado para atender las epidemias. En 2015 y 2016, como mano derecha del entonces ministro Alejandro Gaviria, le tocó lidiar con el chikunguña y el zika. Ahora, con el coronavirus. Cuando se conocieron los primeros casos, el ministro pensó que podría tratarse de un virus como el H1N1 y que algo importante venía en camino. Sin embargo, con el paso de los días, la magnitud de la pandemia superó todas las expectativas. Por las manos de este médico, egresado de la Universidad Javeriana, pasaron previamente todas las decisiones anunciadas por Duque para tratar de contener la propagación de un virus que, a la fecha, ha dejado más de 38.000 muertos en Colombia y más de un millón de personas contagiadas. La medida más difícil, sin duda, fue el histórico confinamiento que anunció el presidente el 20 de marzo.
“Ese fue un momento realmente electrizante. Todos teníamos la sensación de que estábamos asistiendo a un momento que nunca nos habríamos imaginado y que podía marcar una situación muy particular para el país. Recuerdo que a mí se me derramaron las lágrimas de pensar sobre todo la responsabilidad que esto suponía para mí, y eso, indudablemente, creo que lo sentíamos todos”, le dijo el ministro a SEMANA.
Alejado de la intriga política, con una formación académica de primer nivel, un temperamento sereno y un autocontrol que le permite sobrellevar las peores crisis, Ruiz Gómez se convirtió en el ministro del año. Hoy duerme cinco horas como máximo y se levanta a las 5:50 de la mañana. Recuerda lo que era su vida antes de asumir el ministerio. “Vivía en una tremenda comodidad”, cuenta.
Dormir bien, para él, es fundamental. “Al principio, los dos primeros meses, yo creo que dormía cuatro horas al día. Todo el trabajo, la carga del día, la presión permanente, los ministros, el presidente, hasta la una de la mañana me llamaban, cuadrando y requiriendo cosas. Muchas veces me despertaba a la una de la mañana –cuenta–. Hasta que un día tuvimos una conversación y yo le dije: ‘Presidente, ¿sabe qué? Los dos sabemos que esto va a ser largo, si no nos tomamos la pausa, nos vamos a acabar’”.
Su llegada al Ministerio de Salud se interpretó en su momento como una estrategia política de Duque para abrirle las puertas del gabinete a Cambio Radical y, particularmente, a Germán Vargas Lleras, a quien Ruiz asesoró en la campaña presidencial de 2018. El mandatario necesitaba consolidar una coalición en el Congreso y la hoja de vida de Ruiz Gómez lo dejó satisfecho. En ese momento, el hoy ministro estaba encargado de la dirección científica del proyecto del Centro de Tratamiento e Investigación sobre Cáncer, de Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Desafíos por todo lado
El ministro Ruiz sabe escuchar y trabaja en equipo. Durante estos meses ha estado rodeado de Gina Tambini, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Colombia; Martha Ospina, directora del Instituto Nacional de Salud; y Carlos Álvarez, coordinador de estudios para la covid-19.“Es una persona que pocas veces pierde los estribos o la paciencia. No hace suposiciones, no hace juicios a priori, siempre pregunta y verifica”, le reconoce Ospina. “Me ha parecido interesante la capacidad receptiva y de escucha del ministro (...) Ha habido momentos de decisiones tensas o difíciles”, añade Álvarez.
En medio de este difícil 2020, Ruiz tuvo uno de sus mayores logros profesionales. Fue designado como presidente del Consejo Directivo de la OPS. “Él puede conducir el tema de forma muy acertada y sobre todo buscar esos consensos que son muy importantes en temas críticos, estratégicos e importantes para la región de las Américas”, le reconoce Tambini.
El ministro tiene una gran formación académica. En la Javeriana, además de Medicina, obtuvo una Maestría en Economía. Es magíster en Salud Pública de la Universidad de Harvard y tiene un doctorado en el Instituto de Salud Pública de México. Cuenta con cientos de publicaciones e investigaciones que han sido referentes para sus colegas, quienes le distinguen su liderazgo y capacidad técnica.
Durante la pandemia ha sorteado varias dificultades. Desde la adquisición de pruebas y las campañas de cultura ciudadana para el uso del tapabocas, el lavado de manos y el distanciamiento físico hasta el complejo reto de fortalecer el sistema de salud, pasando por la búsqueda de ventiladores para las unidades de cuidados intensivos en el competido mercado mundial. Hoy su mayor desafío es la compra de las vacunas para iniciar el plan de inmunización el próximo año.
El ministro es un hombre serio, de tono pausado, al que pocas veces se le ve sonriendo. Es enemigo de enfrascarse en discusiones políticas o confrontaciones. En su ADN están impregnadas las buenas maneras. Sin embargo, algunos de sus amigos recuerdan episodios joviales de su vida. Enrique Peñaloza Quintero cuenta, por ejemplo, que una vez, en Halloween, llegó a la Javeriana disfrazado del Doctor Chapatín, vestido con un gabán y una peluca blanca.
La mente del ministro, en plena pandemia, proyecta siempre en el largo plazo. Cuando viaja a las regiones los sábados, llega a su casa agotado y se mete a la tina. Ahí se queda una hora reflexionando sobre cómo fue esa semana y lo que vendrá en la próxima.
Una de las cosas que más le duele es no poder compartir con su hija, Luciana. A ella trata de explicarle el coronavirus. “¿Cuándo se acabará?”, le pregunta. La respuesta no es del todo clara, pero en los últimos días la vacuna se ha convertido en un poderoso símbolo de esperanza. Por lo menos, Luciana ya pudo volver al colegio y ha logrado dejar atrás parte del encierro, al igual que miles de niños.
Y es que, como cualquier colombiano, el ministro de Salud fue testigo de cómo su hija se tuvo que adaptar a las clases virtuales. Su esposa, ingeniera de profesión, acomodó también un espacio de la casa para teletrabajar. Ser el ministro del año es un reconocimiento en el que pueden coincidir tanto quienes apoyan como quienes se oponen al Gobierno Duque. El funcionario ha sorteado críticas, como es habitual desde el Estado, pero nadie duda de que se ha entregado sin descanso al mayor reto de su vida: tratar de contener una pandemia que paralizó no solo al país, sino al mundo entero.