Lo que Carlos Mattos construyó en más de 30 años de trabajo se desmoronó como si se tratara de un castillo de arena. Del hombre opulento que se paseaba frente a las cámaras, posaba junto al jet set, recibía reyes destronados en su mansión de Cartagena y hacía alarde de su fortuna, el país ahora tiene en la retina a una persona que se muestra sin fuerzas, cansada, enferma, y que agacha la cabeza vestida de blanco mientras camina hacia el juicio que lo esperaba hace más de dos años.
En su autobiografía, se presenta como un “empresario filántropo español, de origen colombiano”. Mattos nació en Codazzi, Cesar, hijo de una familia dedicada a la ganadería y que, según el mismo empresario, se convirtió en víctima de la violencia. Estudió en Medellín y luego en Estados Unidos. Cuando regresó al país, arrancó su imperio en el mercado automotor.
Fue el primero en lograr la importación y distribución de vehículos chinos a Colombia por medio de la empresa Cinascar. Después se quedó con el monopolio para la comercialización de la marca Hyundai. Fue en ese momento cuando conoció el cielo y no lo disimuló. A todos saludó, con todos se tomó fotos, era el protagonista de su empresa, la imagen, el dueño del aviso, y quien debía atender a los empresarios, periodistas, políticos y hasta personajes de la realeza europea.
El auge
Con la comercialización de la marca Hyundai en Colombia, Mattos se ganó la lotería. Cada movimiento se convirtió en una catapulta en ventas, vistió de amarillo las ciudades del país, con taxis, de esos llamados “zapaticos”. Ese mercado fue su emporio, las ventas anuales casi llegaban al billón de pesos, y Mattos quería más.
Se metió en el mercado inmobiliario, y en turismo con la representación de una lujosa empresa de yates que logró posicionar en Colombia. Las millonarias ganancias se caían de la mesa y eran evidentes con las excentricidades que, sin sonrojarse, le mostraba al mundo. No nació en cuna de oro, pero en su auge dejó en claro que podía bañar una casa completa de dorado.
No se negaba a las entrevistas. Periodistas fueron testigos de la opulencia de sus gustos y de cómo se esforzaba en demostrar que tenía dinero de sobra, tanto como para convertir una modesta casa en una mansión con obras de arte millonarias, mobiliario en oro y una lista de invitados que solo aparecen en portadas de las revistas de farándula.
Su nombre se ubicó en los reportajes de finanzas, en los diarios de economía y las noticias empresariales. Era el rey Midas de la venta de carros en Colombia. Lo invitaron a conferencias, lo condecoraron en el Congreso, le entregaron premios por su trayectoria y crecimiento, su fama comercial le hizo nombre, y él aprovechó el cuarto de hora.
Incluso en España, en su autoexilio, el empresario se codeó con la moda y la belleza europea. Medios ibéricos lo ubicaron en galerías de arte, comprando piezas que solo un magnate tendría posibilidad de tocar o llevar a su casa. De hecho, se lanzó con un proyecto inmobiliario en Madrid, del que se dijo era el principal articulador.
Enredo
Paralelamente a esa vida de lujos y excesos, Mattos se batía en los tribunales, pero se creía intocable. Los problemas arrancaron con una carta de la multinacional Hyundai en la que le explicaban cómo la marca bajó sus expectativas al enfocarse en el sector de los taxis, y que hasta ese año, 2015, serían socios comerciales. Fue un duro golpe que el empresario no estaba dispuesto a considerar, al menos no sin dar la pelea.
Empezó una disputa legal que incluyó abogados de la talla de Néstor Humberto Martínez, irónicamente quien más tarde se convirtió en el fiscal general y en cuya administración se destapó el escándalo conocido como el caso Hyundai. Fueron públicos los sobornos ofrecidos y reconocidos por funcionarios judiciales para favorecer los intereses del empresario. Incluso, hay condenados por estos hechos.
En 2016, un año después de recibir la carta de Hyundai, los abogados de Mattos radicaron una demanda que, según la Fiscalía, ya tenía un camino trazado. Todo estaba listo. Desde los funcionarios que recibieron la demanda, pasando por los ingenieros que le dieron trámite, hasta el juez que la fallaría.
La tramoya de corrupción partió en el Cade de Suba, al noroccidente de Bogotá, un centro de atención para trámites ciudadanos. Allí se radicó la demanda, y con cronómetro en mano los funcionarios de la rama judicial, ahora condenados, estaban atentos para conseguir que esta quedara en manos del juez Reinaldo Huertas.
El sistema de reparto judicial fue violado, y el radicado de la demanda dejó un rastro de manipulación que la Fiscalía logró olfatear. Los funcionarios fueron cayendo y reconociendo responsabilidad, hasta un abogado de Mattos y una jueza, Ligia del Carmen Hernández, quien aceptó recibir 200 millones de pesos como bono adicional a su pensión, que se cumplió días después de pactar el soborno.
Declive
Iniciar una disputa legal con la multinacional Hyundai o con quienes querían quedarse con el negocio en Colombia era pan comido para Carlos; pero, con la Fiscalía, ese pan le salió tieso. Casi seis años después, el proceso tiene a jueces, ingenieros de la rama judicial, abogados, mensajeros y hasta periodistas mencionados o procesados.
Mattos insistió en su inocencia, y en el momento más complejo de su proceso no aguantó perder lo que tanto le costó: su ingreso al círculo social más alto del país. Ni donar a campañas y partidos políticos lo protegió, estaba en la palestra, en el banquillo de los acusados, y le dieron la espalda, por eso se fue a España.
En Europa también lo conocían, aunque su caso no tenía titulares. Ni siquiera cuando un juez ordenó su captura. Volvió a ser español. Caminaba sin problemas por Madrid, se hospedaba en un lujoso apartamento, y nuevamente apareció en las fotos de la clase alta de ese país. En Colombia, la Fiscalía buscaba la detención internacional, y su extradición dos veces fue negada.
En octubre de este año, Mattos fue capturado. La Audiencia Nacional de España autorizó la extradición del empresario, que nuevamente vio cómo su nuevo mundo en tierras europeas se derrumbaba. Su defensa interpuso los recursos necesarios para evitar la extradición, pero el tiquete ya estaba comprado y esta semana llegó a Colombia.
“Me quieren matar”. Sus primeras palabras fueron tan frías como las imágenes de su traslado. No era el hombre erguido, de lentes oscuros y sonrisa orgullosa. Estaba pálido por el encierro, encorvado, molesto y enfermo. Su extradición, de forma particular, ocurrió con un médico a bordo.
Los abogados de Mattos advirtieron que la Fiscalía tendrá que probar, en los dos juicios que corren en su contra y por más de cinco delitos, cuál es su responsabilidad. Por ahora permanecerá en un pabellón de medidas especiales de la cárcel La Picota en el sur de Bogotá, como un reo más.