Colombia está de luto por cuenta del fallecimiento de 33 personas tras un deslizamiento de tierra en Chocó: una montaña se desprendió sobre una vivienda donde se resguardaban decenas de viajeros de las fuertes precipitaciones y movimientos en masa que frenaron el paso entre la ciudad de Quibdó y la capital de Antioquia el pasado viernes.
SEMANA conoció la historia de la residencia de Rocío Mazo, la docente jubilada que recibió con los brazos abiertos a todo aquel que quisiera escamparse del agua. Allí, ella convivía con el amor de su vida y padre de sus hijos, Alberto Olaya. Los dos decoraron el hogar con plantas y gallinas, también pensaban construir un estanque para peces.
El hogar tenía seis habitaciones, cuatro baños y una cocina amplia donde la mujer se deleitaba cocinando arroz con huevo, el plato que le ofrecía al que veía con hambre. Las paredes eran de cemento, el piso de baldosa, el corredor le daba la vuelta a todo el inmueble y era escoltada por las grandes peñas verdes del departamento.
Hace dos años se mudaron a ese lugar y no por iniciativa propia, sino por una orden impuesta por la compañía que intervino la trocha de la muerte, el escalofriante nombre con el que los habitantes se refieren al camino que une a Chocó con la ciudad de Medellín, por el número de víctimas mortales que han dejado los desastres naturales.
La sobrina de los adultos, Luz Estella Rueda, comentó en SEMANA que sus parientes tuvieron que abandonar su casa antigua, porque se encontraba sobre la zona priorizada para pavimentar el eje vial. En común acuerdo, y tras un análisis técnico, se ubicaron un kilómetro más abajo de donde tenían inicialmente el inmueble.
“Ingenieros y geólogos fueron los que le dijeron a mi tía dónde podían hacer la casa”, comentó la familiar. Ellos señalaron un terreno al borde de la carretera y frente a un cerro. Recordando las palabras del pasado, anunció el argumento que usaron expertos: “Rocío, el lugar más adecuado es ahí porque la montaña es pequeña, dijeron que era segura”.
Ellos aceptaron la propuesta y recibieron dinero del Estado para construirla. En las festividades decembrinas y de fin de año acogieron a sus parientes cercanos, también a los rostros desconocidos que se arrimaban a sus pasillos a pedir algo de comer; siempre tenían alimentos para calmar el hambre de quien la padeciera: pan, arroz y huevo.
Este 12 de enero doña Rocío no faltó a su costumbre. Ella sentó en sillas a los viajeros que quedaron atrapados en los deslizamientos de tierra que aislaron el camino entre Quibdó y Medellín, sin saber que su morada también terminaría bajo tierra. La montaña que tenía frente a su fachada la arrastró al vacío junto a su esposo e hija y el resto de los ocupantes.
Su cadáver fue rescatado por organismos de socorro y reconocido por comunidades indígenas del municipio de El Carmen de Atrato, a quienes brindaba apoyo en los momentos más difíciles: “Es la profe, es la profe”, escuchó su sobrina Luz Estella Rueda cuando se acercaban a la cima de la peña con un cadáver cargado a varias manos.
Por ahora, siguen los esfuerzos en el sector para encontrar a diez personas más que estarían desaparecidas. Entre las víctimas se encuentran Alberto Olaya y Milena Olaya, cuyas probabilidades de vida son muy bajas. Esta última, de 44 años, tiene tres hijos y un esposo que siguen desde Medellín el desenlace de la tragedia.