Durante años, el territorio venezolano ha sido el refugio de los principales jefes de las Farc y el ELN, a tal punto que, cuando las autoridades los tenían acorralados, cruzaban la frontera y allá se sentían seguros. Era tal la complicidad del régimen de Hugo Chávez, y ahora de Nicolás Maduro, que hasta montaban sus campamentos siempre con la tranquilidad de que no les iba a pasar nada. Pero las cosas cambiaron. Las vendettas, la búsqueda del control del negocio criminal del narcotráfico, las traiciones y la lucha por el poder desencadenaron que, uno tras otro, los exjefes de las Farc cayeran asesinados en su ley.
El que consideraban un santuario se convirtió en su cementerio, en un escenario de guerra aún lejos de acabarse. Mientras tanto, la columna vertebral sigue siendo el tráfico de drogas, bajo la mirada cómplice de la Guardia Bolivariana, que apoya a unos y ataca a otros de forma selectiva, según el mejor postor de los millonarios botines en dólares. En medio de este panorama, esta semana se conoció la noticia del asesinato de Gentil Duarte, uno de los más curtidos combatientes de las antiguas Farc, quien no se sumó al proceso de paz, se mantuvo en armas y se convirtió en mandamás de las disidencias.
Al sanguinario Duarte la muerte le respiraba en la nuca. Como él mismo les aseguraba a sus compinches, estaba protegido por la santería, que acostumbraba usar para blindarse. A esta le atribuía seguir vivo luego de que, el 29 de julio del año pasado, hubiera sobrevivido, aunque con una herida en el brazo derecho, a un operativo de un comando especial de las Fuerzas Militares y de Policía, que estuvieron a punto de neutralizarlo. Paradójicamente, esta operación se llamó San Miguel 5.
Duarte se encontraba en una cumbre de narcos, en una zona llamada Aguaclara, en la vereda Camuya, cerca de San Vicente del Caguán, en las selvas del Caquetá, donde históricamente hizo presencia. En ese golpe, del que salió con vida, le incautaron teléfonos, memorias y computadores, en los que encontraron correos que hacían referencia al presidente de Venezuela, a Irán y a planes terroristas.
Como sucede en el oscuro mundo criminal, Duarte se sintió traicionado, y no era para menos, su cabeza tenía un precio de 3.000 millones de pesos, que ofrecían las autoridades como recompensa. Por eso mandó matar a varios de los hombres de su círculo más cercano y los lanzaron al río para desaparecerlos. Esto no fue un secreto, por el contrario, hizo correr la voz en los diferentes frentes de las disidencias para que tuvieran clara la suerte que correría quien se atreviera a entregarlo.
Informes reservados, en poder de SEMANA, señalan que “al ver este panorama que cobraba la vida de los principales cabecillas de estructuras residuales, en el interior de las organizaciones, se generó un estado de incertidumbre frente a la lealtad de sus cabecillas. Es el caso de alias Jhon 40, quien inicialmente estaba alineado con Iván Mordisco y Gentil Duarte, y a partir de su capacidad y contactos en Venezuela, ubicación de pistas clandestinas, control territorial y rutas para el desarrollo de actividades de narcotráfico, tomó la decisión de adherirse a la Segunda Marquetalia”.
Hacia el campamento de John Mechas
Pero no solo eran las autoridades las que le seguían los pasos a Gentil Duarte. La guerra a sangre y fuego que había casado con sus antiguos amigos de las Farc, reunidos en la Segunda Marquetalia, comandada por Iván Márquez, lo obligaron a cruzar la frontera y refugiarse inicialmente en Brasil, donde estuvo por pocos días al cuidado de sus socios narcotraficantes. No obstante, ellos, sinceros y sin rodeos, le dijeron que este no era un territorio seguro para él y le recomendaron buscar otro sitio.
En ese momento, Duarte, perseguido, acorralado y aún con la herida que le había dejado un disparo de fusil de las autoridades en el brazo, consideró que solo había una persona a quien le podía confiar su vida: John Mechas, uno de los comandantes de las disidencias, que se encontraba en Venezuela y a quien, él mismo, le había encomendado la misión de estar al frente del negocio del narcotráfico en la frontera.
Dejó atrás el robusto cuerpo de seguridad que lo respaldaba y con un puñado de sus hombres más cercanos, para no despertar sospechas y ser detectados por las autoridades y sus enemigos de la Segunda Marquetalia, tomó ruta hacia Venezuela, al estado de Zulia, donde lo esperaba su lugarteniente.
Pese a su intento por pasar desapercibido, no fue fácil para él llegar hasta Zulia. Por esos días, la Guardia Bolivariana, según conoció SEMANA, selectivamente y al parecer con información de la Segunda Marquetalia, efectuó operaciones y bombardeos que pretendían que Duarte cayera muerto.
La larga travesía terminó en el escondido campamento de John Mechas, en donde se instaló, se fortaleció y buscó saldar deudas con sus enemigos. En Colombia dejó a alias Calarcá y a Iván Mordisco a cargo del tráfico de coca. Mientras tanto, él iba identificando el lugar donde se encontraban los hombres de la Segunda Marquetalia para cobrar venganza. Así fueron cayendo poco a poco, en emboscadas criminales, delincuentes de la talla de Jesús Santrich, el Paisa y Romaña.
La respuesta y la muerte
Iván Márquez se quedó solo y tuvo que emprender la huida hacia el norte, en la frontera con La Guajira. Allí estableció acuerdos de no agresión y para compartir rutas del narcotráfico con ELN, siempre con el apoyo de la Guardia Bolivariana. Pero su escuadrón de la Segunda Marquetalia seguía en armas, ahora fortalecido por esta alianza.
Como lo había hecho en Colombia, cuando en las Farc entrenaban a los denominados ‘pisasuaves’, un grupo de hombres livianos, delgados y ágiles, entrenados para moverse entre la maleza sin dejar rastro ni ser detectados, fueron comandados para dar cacería a quien se convirtió en su principal objetivo: Gentil Duarte.
Fue así cómo, según las informaciones obtenidas desde Venezuela, este pequeño grupo, apoyado por el ELN, logró infiltrarse el pasado 4 de mayo en el propio campamento de John Mechas y dejar un explosivo de alto poder en el sitio donde Duarte dormía con su compañera sentimental. Lo que se dice es que burlaron la seguridad y ninguno de los 40 hombres que aproximadamente estaban en el lugar notó nada hasta que sintieron la explosión.
El operativo criminal había sido exitoso, Duarte, su compañera y varios de sus hombres más cercanos habían muerto, mientras que otros quedaron heridos. De inmediato, ante el temor de ser rematados por los hombres de la Segunda Marquetalia, los disidentes cargaron con los cuerpos de los muertos, con los heridos y abandonaron el lugar.
El ministro de Defensa, Diego Molano, dijo que “información de inteligencia de Colombia revela la presunta muerte de alias Gentil Duarte en el estado de Zulia, en Venezuela, por un enfrentamiento entre esos grupos narcotraficantes y terroristas. Esta es una prueba más, si se llegara a confirmar este hecho, de que el régimen de Maduro protege grupos terroristas y narcotraficantes en su suelo”.
Después de este ataque en el que murió Duarte, su socio, Iván Mordisco, a través de correos humanos, envió el mensaje a los frentes de las disidencias que operan en Putumayo, Caquetá, Cauca, Meta, Arauca, Nariño y Guaviare: ahora él asumiría el mando de la organización criminal.
En el último año, han caído los principales terroristas de las antiguas Farc. Los otrora sanguinarios secuaces ahora son enemigos, y sus vendettas los han dejado muertos con un factor común: sus tumbas quedaron en Venezuela, que dejó de ser su santuario.