La que podría ser la corbata más cara de la historia del país se ‘vendió’ en el Congreso. El hecho se remonta al 16 de agosto de 1983, cuando un guardia del Capitolio Nacional no le permitió la entrada al entonces congresista Pablo Escobar. Sí, el narcotraficante más temido de Colombia.
Pero la negativa a su ingreso no fue por razones de seguridad, sino porque Escobar no llevaba corbata, un requisito indispensable en ese momento para entrar. Al ver la situación, otro de los celadores que prestaban guardia le cedió la suya. Escobar le agradeció dándole 300.000 pesos de la época. En ese momento, un guardia del Capitolio ganaba cerca de 2.000 pesos al mes.
Esta anécdota es narrada por Álvaro Forero, el hombre que se retiró con el título del trabajador que más tiempo duró en el Congreso: casi 60 años. Empezó como celador en 1962, tres meses después se convirtió en asistente de grabación del Senado y luego duró cerca de 40 años como jefe de grabación. Es la memoria viva de la corporación.
Más de seis décadas oyendo a los congresistas dejaron en Forerito, como es conocido en los pasillos del Congreso, una cualidad excepcional: con solo escuchar alguno de los audios que reposan en el Senado, es capaz de identificar quién interviene y a qué año pertenece la grabación.
“Las cintas ya están fallando, ya se han perdido muchas, pero mi cabeza nunca falla”, reconoce Forerito.
Esa fue una de las razones por las cuales, en 2009, cuando se tuvo que retirar como funcionario del Congreso al haber alcanzado la edad de pensión, el Senado tuvo que volverlo a vincular como contratista, pues el archivo quedó viudo y no había quién le pusiera fecha a cada una de las grabaciones.
Los discursos de los grandes oradores y las anécdotas del Capitolio son su vida. Tanto es así que adecuó un estudio de sonido en su casa, pues para él es un deleite seguir escuchando muchas de las grabaciones históricas, de las cuales conserva algunas copias.
Allí reposa una de las cintas que más lo marcó: la posesión presidencial de Misael Pastrana. A causa de la polémica que se originó con su triunfo –lo acusan de haberle robado las elecciones a Gustavo Rojas Pinilla– y a las amenazas de bomba que había ese día, Forerito debió dormir en la oficina, con un traje elegante que había alquilado para esa ocasión.
Eran tiempos agitados, recuerda. Muestra de ello fue lo que presenció el 21 de julio de 1971: 60 representantes a la Cámara de la Anapo, molestos por lo que consideraban el maltrato al general Rojas Pinilla, irrumpieron armados a la plenaria. La sesión dejó un congresista herido.
“En medio de la pelotera, el senador Raimundo Emiliani Román, sin saber qué estaba pasando, se metió una mano en el saco para sacar un cepillo para peinarse, pero otro congresista creyó que él iba a sacar un revólver y, sin mediar palabra, le pegó un puñetazo. Tuvimos que pedir asistencia médica”.
En un recinto de menos de 30 metros cuadrados del Senado de la República, se almacenan cerca de 10.000 cintas que guardan las intervenciones de los políticos desde 1966. Las de antes de esa fecha se perdieron.
Una de las que se salvó, y de la cual conserva una copia, es la del debate más largo que se ha producido en la historia del Senado, promovido por el senador Nacho Vives contra los ministros Enrique Peñalosa (padre del exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa) y William Fadul. El debate duró dos meses, desde el 20 de julio hasta el 11 de septiembre de 1967. Fue transmitido por radio tarde y noche.
Forerito se retiró del que fue su hogar durante casi seis décadas con una misión que quedó pendiente: recuperar toda la historia legislativa. Trató de reconstruir con su puño y letra lo que ocurría en cada cinta que reposa en los anaqueles del Senado. “Ya las cintas se están dañando, las del debate al ministro Rodrigo Lara Bonilla intenté recuperarlas estos días y algunas están inservibles”, se lamenta.
No alcanzó a terminar la misión porque el Senado no contrató la digitalización de las grabaciones. Y a sus 78 años ya es justo hacer uso de buen retiro.
Hay quienes dicen que Forerito ya forma parte de los cimientos del Congreso. Es como una columna de las que soportan la estructura arquitectónica del recinto de las leyes. Y ahora que se fue, el Capitolio quedó cojo.