Víctor Julio Carrillo se define como el hombre más mujeriego y fértil de Colombia: fundó una familia con 12 esposas y, en promedio, cada dos semestres trajeron al mundo a un bebé hasta acumular 60, aunque la lista de descendientes podría aumentar a sus 92 años. El primer acercamiento con el amor lo tuvo en un cafetal del Caribe.
Ana del Carmen Barbosa le flechó el corazón y, para sellar el compromiso siendo menores de edad, adquirió una finca para construir su casa. Con el paso de los meses, el terreno se empezó a llenar de más viviendas, por las ‘relaciones traviesas’ que halló en el camino.
Si bien le juró fidelidad a Barbosa, conquistó en todos los rincones del país y convivió con cinco mujeres bajo un mismo techo. A cada una le construyó una pequeña choza de cemento en la misma finca. Él también tenía su propia casa. Las novias conocían el horario en el que podían tener intimidad con él: cuando caía el sol, al terminar la noche y después de servirle un sancocho. Se turnaban; solo se acercaban a su casa y hacían de las suyas. En sus propias palabras, no tuvieron tiempo para sentir celos ni rivalidades.
La montaña se atiborró de niños rápidamente y crecieron como una sola familia. Sus rostros eran parecidos. La mamá de un bebé resultaba siendo la tía del otro, pues Víctor Julio Carrillo no midió pudores para arrasar con las parientes de sus prometidas, solo tenía un límite en su manual de convivencia: “No me metía con las mujeres de mis amigos”. Diomedes Díaz fue su contrincante invisible. El Cacique de La Junta reconoció a 28 hijos y Carrillo a 60. El punto en común fue el número de mujeres con las que convivieron. Cuando comparan sus historias, él da a conocer el resultado de la batalla: “Yo le gané a Diomedes porque él tenía regadas (a las novias) y yo las tenía juntas, ahí el problema”.
Los 12 noviazgos
El hombre hizo plata con la agricultura. Cuando cosechaba los productos y salía a venderlos, invertía en aguardiente y conquistas. Si alguien le llamaba la atención, inventaba técnicas para enamorarla: “Iba a una casa y preguntaba por un desconocido, sabiendo que no le darían razón, para meterle conversa a la mujer”, señaló una de ellas. La fórmula que implementó durante toda su vida para verificar que alguien gustaba de él fue “tirarle un pico al aire”, si él alcanzaba a observar una reacción de satisfacción en el rostro de la persona, se jugaba sus cartas por ganarse la atención. En su memoria tiene registradas 12 relaciones, pero sospecha que se le escapa otro par. Más tarde, la persuadía para que lo acompañara a su finca y la presentaba ante la familia como una nueva recolectora de café. Sin embargo, terminaba sumándola a la lista de visitas nocturnas y al grupo de embarazadas. Ana del Carmen Barbosa, su primera novia, veía desde su habitación cómo Carrillo saltaba de un rancho al otro sin vergüenza.
Con cada una tenía una hamaca y la frecuentaban, si podían, todos los días de la semana: “Él decía ‘vaya a tal hora’. Uno se daba cuenta. Uno las miraba pasar. Yo no le dije nada por respeto, porque uno no puede ser grosero con el marido. No tuve celos, pero sí me sentí humillada”, agregó Barbosa, quien alcanzó a tener nueve pequeños. Víctor Julio Carrillo se encargaba de los partos, los nombres los elegían los hijos mayorcitos y las demás esposas asumían la crianza de las primeras semanas, mientras que la que acababa de dar a luz agarraba fuerzas para retomar sus actividades. Ellas se consideraban como hermanas flechadas por el mismo hombre: “Nunca peleamos”, mencionó otra.
El 90 por ciento de la descendencia de Víctor Julio vive en Agustín Codazzi, un municipio ubicado a 40 minutos de Valledupar. Otros están radicados en Barranquilla, Venezuela y los Santanderes, aunque el paradero de algunos es desconocido.
“Los nombres se me olvidan, hasta el nombre mío se me olvida”, dice con un quejido, lamentándose de su edad. A los 18 años tuvo a su primera hija. Se llama Denís Carrillo del Carmen. De ahí en adelante, jamás imaginó que su apellido se extendería por todo un país. Su último hijo lo tuvo cuando sobrepasó los 76 años y, actualmente, el menor tiene 13: “Yo solo veía a la mujer, me gustaba por los ojos y la conquistaba. La mujer es un vicio”. La convivencia entre hermanos no era un inconveniente. Víctor Julio Carrillo se declaró enfermo por las mujeres y encontró la cura en la vejez. Con dolor, reconoció que ya no es “simpático” para ellas porque es viejo. Si bien la historia le enseñó que las arrugas no son un inconveniente para moverle el corazón a alguien, la dificultad radica en la escasez de plata, dado que ya no puede trabajar igual. Sus mujeres, a pesar de la lluvia de críticas que esperan con la publicación de este artículo, no se lamentan de la ‘relación abierta’ de la familia Carrillo. Aunque reprochan el comportamiento del hombre, le agradecen porque les dio lo más preciado que tienen: “No me arrepiento por los hijos que tengo, pero ahí no hay nada”, agregó Emilse Carrascal.
Ahora espera que la vida siga corriendo mientras se alberga en una montaña del Cesar, donde está dispuesto a recibir a los hijos que no ha alcanzado a reconocer.
Además de la fama por mujeriego, desea convertirse en la persona más vieja de su departamento, y del país, en demostrar los buenos resultados de la vida que llevó.