Un beso apasionado paró el tráfico y llamó la atención de los transeúntes en Patio Bonito, un tradicional barrio del sur de Bogotá. Cristian Montenegro miró fijamente a su esposa, Natalia, la sostuvo en sus brazos y justo antes de que sus labios tocaran los de ella, hechos con icopor, dijo: “Es que así soñé a la mujer perfecta”. Natalia pareciera cobrar vida cada vez que Cristian, de 27 años, gira su rostro. Los ojos, fabricados en plastilina, los talló él mismo y los enmarcó con gafas, que reflejan lo intelectual y capacitada que es la mujer que él escogió como compañera de vida. Dice que ella estudió Contaduría.
La observa de arriba abajo, le acaricia su cabello sintético y la aprieta de la cintura. Explica que, aunque es hecha de trapo, encontró en ella lo que nunca una mujer de carne y hueso le brindó, como confianza y amor incondicional. La luce en las redes sociales, sale con ella a bailar, a restaurantes y de viaje por algunos municipios de Cundinamarca, pero no están solos. Tienen dos hijos: Daniel, de 6 años, y Leidy, cercana a cumplir los 4. También están hechos de trapo.
Mientras pasea con ellos en el parque y los toma de las pequeñas manos de porcelanicrón, Cristian cuenta que los niños no son fruto de su relación con Natalia. Ellos nacieron por el gran amor que le tuvo a una joven llamada Karen, una exnovia que quizás, como en la frase de la canción de Tito Nieves, lo motivó a vivir en “un mundo de mentiras, fabricando fantasías para no llorar”.
Cuenta que ha sido tildado de loco, pero que en realidad siempre fue solitario y tímido, por lo que soportó el matoneo en su colegio. Algunos hablaban de que era víctima de brujería y, por eso, no lograba socializar con facilidad, pero él cree que se le dificultaba afrontar los problemas. A los 14 años se ennovió por primera vez con una niña del barrio, pero al año sufrió su primera decepción amorosa. Tiempo después conoció a Karen. “Era gordita, como la actriz de la novela Mi gorda bella. Me enseñó a orar, me llevó a una iglesia y a ser un mejor ser humano”, recuerda, con una sonrisa en su rostro.
Dice que jugaban al papá y la mamá, y que después de tener relaciones sexuales él decidió darle una sorpresa contándole que ya tenían un bebé, así que le llegó con un muñeco en brazos y le presentó a su hijo, al que llamó Daniel. La emoción con la que cuenta el nacimiento de su hijo se opaca cuando recuerda la reacción de Karen: “A ella no le gustó que inventara esas cosas. Pero no entendía que yo a los 20 años quería tener una familia”. La relación se terminó. Logró sobreponerse y se dio la oportunidad con otra mujer, que resultó ser bisexual, por lo que Cristian se alejó. Con el paso de los meses, volvió a aparecer Karen en su vida y la adrenalina del enamoramiento con ella.
Se dieron otra oportunidad, y él, en la efusividad de su reencuentro, le dijo que Daniel ya había crecido, que tenía 5 años y le mostró un muñeco más grande, acorde con la estatura de un niño de esa edad. Las sorpresas no pararon ahí. Para mantenerla presente, fabricó a una niña, es decir, otra hija, a la que llamó Leidy. Le tenía guardado cada uno de los recuerdos en su etapa de crecimiento. Los dos niños fueron fabricados con cabezas que encontró en el centro de Bogotá, se esmeró para que los dos tuvieran ojos claros y se parecieran a Karen, su supuesta mamá. Cada año que pasa, le aumenta el tamaño un poco y espera que en un par de meses Daniel le llegue a los hombros.
Cuando Karen vio la familia que había construido Cristian, decidió alejarse. Algunos le dijeron que fue por temor, otros, por desencanto. Pero el argumento que le dio a Cristian fue que conoció a otro hombre del que se enamoró y ella esperaba que él también encontrara al amor de su vida. “Nos abandonó sin importar que los niños estaban pequeños. Pero yo me volví a enamorar, me hice novio de Nancy”. Así presenta Cristian a su última pareja de carne y hueso, a la que le ocultó que tenía hijos de trapo. La relación fue fugaz. Según él, solo estaba interesada en cosas materiales. Cristian, al ver que no lograba tener una familia, se llenó de nostalgia y después de llorar varias madrugadas decidió resolver el asunto. Les daría a sus hijos una mamá de trapo y así nació Natalia.
El nombre fue inspirado en la protagonista de Mi gorda bella, Natalia Streignard. Sí, la misma novela que le recordaba a Karen. “Esa historia de amor me gustaba mucho. Yo era Orestes (el protagonista de la novela)”, dice, con brillo en sus ojos. Cuando empezó a crear a su esposa, buscó que la estatura fuera similar a la de Karen, pues las otras novias que había tenido eran bajitas para su gusto. Natalia le volvió a despertar cariño y pasión. Asegura que su relación es común y corriente, no se cohíbe de nada con ella. Muchos preguntan en voz baja que si tendrá sexo con ella y la respuesta es sí. “Quería una esposa y novia como cualquier otra, tenemos intimidad, duermo con ella. Dejo que se acueste en el rincón de la cama para que no se caiga. La acuesto de medio lado y hago que al quedar de frente me abrace”, detalla Cristian.
Aclara de inmediato, y sin preguntarle, que a los niños no les quita la ropa nunca, “porque eso estaría mal, sería maltrato. Yo con ellos no tengo relaciones”. Afirma que vive en la casa de sus padres y que en la habitación de él puso dos camas, una para la pareja y otra para los niños. El amor que le tiene a la mujer que hizo a su medida hace que las miradas acusadoras en las calles pasen desapercibidas. Trabaja como ayudante de construcción para mantener a su familia. No obstante, sabe que se ahorra un buen dinero, pues no gasta nada en alimentación ni invierte en ropa. A Natalia le compra cada cosa que ve en las ventas callejeras y que la harían ver más hermosa.
Ama la familia que ha construido con Natalia. Llevan ocho meses de relación. Se siente orgulloso al decir que es famoso: “Mis compañeros de colegio que se burlaban de mí deben estar diciendo que soy muy inteligente y creativo”. A veces le dan monedas cuando los ven en la calle. A él no le disgusta, pues ve en esa familia la posibilidad de crear un negocio. “Que nos llamen a hacer comerciales o películas sería muy bueno”. Tal vez, su historia inspire una serie de aquellas que demuestran que la realidad supera la ficción. Aparentemente es feliz con su familia, sueña con tener un nieto, así que cuando Cristian cumpla 40 años creará un hijo de Leidy.
Escuchar el relato de este hombre mueve fibras. Para algunos, por el miedo que genera ver la obsesión que desató un amor no correspondido, y a otros, por la compasión que despierta el ver la manera en la que sacia su soledad. En el fondo, espera guardar pronto los muñecos que le han dado consuelo, pues tiene la esperanza de que una mujer real se enamore de él, tal cual y como es. Ya ha hecho acercamientos con algunas usuarias de TikTok, que se han sentido identificadas con él en la búsqueda del amor.
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