Plinio Izquierdo alcanzó a escuchar el sonido de los disparos desde su casa, a diez minutos en bicicleta de la finca San Jacobo. El tiroteo fue largo, de eco seco. Interpretó el estruendo como si se tratara de la quema de una culebra de pólvora y regresó a su cama. Se alarmó el domingo en la mañana, cuando se enteró de la barbarie cometida en las faldas de la quebrada Chambimbal.
Los disparos alcanzaron a cinco jovencitos: Alejandra Arias, Jacobo Pérez, Juan Pablo Marín, Nicolás Suárez y Sara García. Todos entre 17 y 18 años. El primero en ser atacado fue Jacobo Pérez, hijo del dueño de la finca, Wilson Pérez, un ingeniero civil de Buga. Las versiones iniciales señalan que en la madrugada del domingo 24 de enero llegaron cuatro matones y preguntaron directamente por el “hijo del dueño”.
Jacobo acababa de llegar de un intercambio estudiantil en Europa. Quiso celebrar la vida con sus amigos, aunque esa noche los visitó la muerte en la finca que sus padres rebautizaron en su nombre. Al jovencito de 18 le dispararon en la cabeza. La finca San Jacobo –que en realidad aparece en registros oficiales como Santa Marta– está ubicada a 25 minutos del casco urbano de Buga, en el camino alterno para llegar al corregimiento Cerro Rico. La carretera es pedregosa, complicada, casi intransitable para vehículos pequeños. La vía es el cauce de una quebrada seca por donde cada tanto brota agua tímidamente.
Los cuatro matones llegaron a pie, según datos recogidos por investigadores de la Sijín. Entraron sin mayor oposición, escabulléndose por el portón de rejas negras, se dirigieron hacia el jazuzzi, donde estaban departiendo los jovencitos, preguntaron por Jacobo y le dispararon. Luego lo que sucedió es confuso: extraoficialmente, fuentes cercanas a las víctimas le contaron a SEMANA que en el lugar hubo un tiroteo. Alguien desde el interior de la finca respondió a bala.
La información que han entregado las autoridades es a cuenta gotas, a pesar de que el presidente Iván Duque ordenó priorizar este caso y conformar un equipo interdisciplinario con la Fiscalía para tratar de esclarecer qué ocurrió y quiénes son los responsables. Lo cierto es que el ruido que levantó a Plinio fue un tiroteo de aproximadamente cinco minutos. “Después de que le dispararon a Jacobo, alguien disparó contra los matones, y ahí es donde se formó la balacera”, dijo una fuente anónima.
Los cinco jóvenes que aún estaban en el jacuzzi recibieron disparos en diferentes partes del cuerpo (solo uno se salvó, pero su pronóstico es reservado). Dos fueron impactados mientras corrían hacia la casa y los otros dos cuando se disponían a refugiarse cerca de la piscina. Se habló de un intento de secuestro, pero esta hipótesis cada vez pierde más fuerza, porque el ataque fue directo. Frontal.
SEMANA conoció un audio que podría cambiar el rumbo de la investigación. Horas después de la masacre circuló un video de los seis jóvenes jugando y cantando. No se observa a nadie más, por lo que en un principio se pensó que estaban solos en esa finca y el ataque iba dirigido exclusivamente contra ellos, pero un audio de Nicolás Suárez enviado a uno de sus amigos minutos antes de la masacre revela que estaban acompañados por el ingeniero Wilson Pérez y varios de sus amigos.
“Hermano, pues yo ando en la finca de Jacobo… Porque pues ando enrollado en la casa, así que le dije que si me le podía pegar. Así que acá estamos todos. Está el exnovio de Sara, Sara García, Juan Pablo Marín, Valentina, pues porque anda por acá en Buga y la traje. También están unos amigos del papá de Jacobo, y ya”, contó Nicolás.
Sobre Wilson Pérez se tiene poca información. Es ingeniero civil, contratista de la Alcaldía de Buga, Guacarí y de la Gobernación del Valle. Ni él ni su familia se han referido aún a este hecho ocurrido en la finca de su propiedad.
La otra hipótesis que toma fuerza es una posible venganza contra el ingeniero. “Le querían dar donde más le duele, y en este caso es su hijo”, le contó un investigador privado a SEMANA. El detective dio algunas pistas de lo que está ocurriendo en esa zona rural de Buga, donde el 10 de enero también fue asesinado en una finca cercana el exconcejal Carlos Erlid González, que pertenecía al partido Cambio Radical, y dejaron gravemente herido a su hermano.
“Acá se están conformando unos grupos fuertes de narcotráfico que quieren retomar el camino dejado por el cartel del norte del Valle. Además, está llegando un grupo disidente de las Farc llamado Adán Izquierdo. Lo que tenemos es una mezcla de narcotráfico creciente y extorsión”, explica el investigador, quien cree que la matanza en la finca San Jacobo obedece a presuntas extorsiones contra finqueros del sector, y al negarse al pago, los violentos quisieron enviar un mensaje con sangre y fuego.
Otro dato no menor es que muchos de esos predios de la zona rural de Buga pertenecieron a los peligrosos narcotraficantes del clan Múnera, conocidos también como los Mellizos, y ahora hay una disputa entre grupos armados organizados para tratar de recuperarlos.
El personero de Buga, Efraín Rojas, sabe que en la zona rural de Buga están pasando cosas extrañas, por eso le ha solicitado en varias oportunidades a la Defensoría del Pueblo que emita una alerta temprana: “Hemos tomado declaraciones de la parte rural alta, sitios como El Placer o La Habana, donde se han venido presentando situaciones como extorsiones”.
Jacobo, Valentina, Sara, Nicolás y Juan Pablo quedaron inmersos –sin saberlo– en ese coctel de criminalidad que acabó con sus vidas. Jacobo y Nicolás practicaban hockey sobre patín, eran miembros del equipo Huracanes de Buga y reconocidos como deportistas de élite. Ambos estaban próximos a iniciar la universidad, por eso decidieron tomarse el 2020 para viajar, uno estuvo en Europa y el otro conoció con su familia los parques de Disney en Estados Unidos.
Juan Pablo se graduó del colegio en diciembre de 2019. Quería estudiar Derecho y vivir en Medellín para estar cerca de su novia. “Ya teníamos sus pasajes completos, para que se fuera a vivir a Medellín”, dijo su mamá, Gabriela Pérez, en diálogo exclusivo con Vicky Dávila.
Sara García era hija del médico César Iván García, profesional del área de consulta externa del hospital de Buga. A ese centro asistencial fueron trasladados los cinco jóvenes, aún heridos, y dos personas más lesionadas: un menor de edad y el mayordomo de la finca, Ramiro Antonio Martínez Cuadros, quien ya fue dado de alta. Sara ya había iniciado su segundo semestre de veterinaria en Pereira.
Valentina no residía en Buga. Ese fin de semana estaba de paseo y llegó a la finca por azar. En el camino se encontró con Nicolás, quien la invitó con la promesa de dejarla en su casa el domingo temprano. Tenía tan solo 17 años y vivía en Sincelejo, Plinio vio a los muchachos varias veces reunidos en esa finca. “Allí hacen muchas fiestas y a veces queman pólvora. Viene bastante gente”. Él todos los días pasa por ese lugar, toma la vía de la quebrada porque es menos empinada para transitar en su bicicleta. La zona era muy tranquila. Ahora tiene miedo y asegura que su familia no duerme en paz. “Ya no sabemos si esos ruidos son pólvora o bala. La gente sabe que en cualquier momento la pueden coger contra nosotros, los campesinos”.