Acá podía haber en un fin de semana más de 100 niñas entre los 18 y 24 años, todas lindas. El patrón las escogía con rigor. Contaba con un asesor de imagen que le decía al jefe a quién seleccionar; de diez que se escogían, al menos dos debían saber otro idioma, y otras más debían ser de piel morena. Había médicas, abogadas, arquitectas, las chicas eran de buen nivel”.

El relato es de alias el Búho, quien fue el jefe de seguridad en uno de estos templos de la lujuria desde que tenía 15 años. El patrón lo reclutó en Santa Rosa de Cabal siendo un adolescente y se lo trajo para Bogotá a que lo ayudara a cuidar el negocio. En sus inicios, la Forty Nine era un burdel de mala muerte, pequeño, discreto, con sillas viejas y maltratadas; pero, cuando su patrón lo comenzó a administrar, dice el Búho, lo convirtió en uno de los más famosos de Bogotá por su exclusividad y alto nivel.

La Whiskería de la 49 o Forty Nine, como se la conocía, se volvió famosa en todos los círculos sociales, cuenta el Búho, quien trabajó durante casi 20 años en este lugar. Artistas, políticos, periodistas, médicos, abogados, narcos desfilaban en el sitio. La lista es larga, y el Búho solo sonríe cuando recuerda las anécdotas que vivió en el mítico burdel. La reconocida Whiskería tenía siete salones con diferentes ambientes. El salón vip, el Dorado, el Rojo, el Morado, el de Los Recuerdos, entre otros.

En cada uno se vivía una fiesta diferente, en donde los clientes se encerraban con las niñas a derrochar dinero en pesos, dólares o euros, no había límites. “Usted no me lo va a creer. Un día un artista extranjero, muy famoso, comenzó a lanzar desde uno de los pisos altos cientos de dólares para las niñas, ese man se gastó mucha plata esa noche, una fortuna.

La Piscina con el sello extinción de dominio | Foto: GUILLERMO TORRES

Lo que se gastaba la gente allá era de locos, cada niña cobraba entre 300.000 y un millón de pesos. Había tipos que se encerraban hasta con tres mujeres”, relató el Búho. Este personaje de la vida nocturna llegó a Bogotá en 1974, cuando su jefe comenzó a manejar el viejo burdel que convirtió en uno de recintos más reconocidos de la prostitución en la capital del país. Allí, las niñas, como insiste en llamarlas, contaban con habitaciones para dormir permanentemente, peluquería, gimnasio y hasta una boutique.

La Forty Nine fue pionera en imponer esta clase de entretenimiento para adultos, en donde todos sabían a lo que iban y no había problemas. Todos ganaban: las niñas, dinero; los clientes, placer; los meseros, onerosas propinas. Hasta al que cuidaba los carros le iba bien. Una botella de whisky costaba 500.000 pesos; de vodka, 360.000; de ron, 280.000; y de aguardiente, 200.000. La Piscina, El Castillo y Forty Nine se caracterizaron por estar ubicados en sitios emblemáticos de la ciudad.

La Forty Nine prácticamente está en el corazón de la localidad de Chapinero, calle 49 con carrera 13, a tan solo unos pocos metros de la Clínica de Marly. Zona de tolerancia El barrio Santa Fe –donde están ubicados La Piscina,

El Castillo y decenas de burdeles de talla menor– tuvo una gran influencia judía en los años treinta, cuando se levantaron locales y viviendas e impusieron la arquitectura europea en sus edificaciones. La zona, con el paso de los años, debido al alto impacto comercial comenzó a llenarse de población flotante y empezaron a ofrecer otros servicios, entre ellos el turismo sexual. Las mujeres exhibían sus cuerpos semidesnudos desde casas con barrotes; les decían las enjauladas. En el año 2000, nació la zona de alto impacto o de tolerancia, y con ella los rimbombantes prostíbulos. Las mansiones del entretenimiento sexual. Estos negocios se adecuaron de manera similar a la Forty Nine, con dormitorios para las mujeres, salones de belleza y boutiques.

El propósito era que las trabajadoras sexuales no salieran del establecimiento y, si lo hacían, tenían que pagar una multa. Prácticamente, eran presas de sus intereses. En este ambiente mundano existía un secreto a voces, que todos sabían, pero no se atrevían a comentar. Si hay algo que caracteriza al barrio Santa Fe y lo que rodea el negocio de la prostitución es la ley del silencio. Los dueños de estos sitios manejaban otros negocios que rayaban en lo penal.

La Piscina Fue hasta hace poco uno de los prostíbulos más reconocidos de Bogotá y del país. Al igual que la Forty Nine y El Castillo, sirvió incluso para grabar reconocidas películas que fueron éxitos en taquilla. Este lugar era famoso porque había una piscina atravesada por un puente metálico, donde las exuberantes y voluptuosas damas de la noche se paraban a bailar semidesnudas y hacer su show. La rutina era exhibirse y conseguir un amante transitorio a cambio de una buena remuneración.

Lo que no sabían los clientes, que derrochaban dinero en sexo, y las chicas, dispuestas a satisfacerlos, es que afuera había un grupo de investigadores que le seguían la pista a una poderosa organización delincuencial conocida como los Compa. Los sabuesos de la Policía y la Fiscalía lograron conectar el microtráfico que funcionaba en diferentes regiones de Bogotá y el país con La Piscina. El pasado 12 de noviembre fue capturado José Arbey Giraldo, alias el Paisa, administrador del club nocturno, quien estaría detrás de la venta de estupefacientes desde el Cauca, Valle del Cauca y Huila, usando como fachada el famoso burdel. Por este caso fueron judicializadas 13 personas, y el prostíbulo cerró sus puertas definitivamente. Ahora es objeto de medidas de extinción de dominio.

El Castillo

Este sitio funcionó durante años sin ningún problema, hasta que, en febrero de 2017, en un gigantesco operativo, la Fiscalía lo ocupó con fines de extinción de dominio.

Este edificio se impone en la calle 22 con Caracas. Al igual que La Piscina, tiene cuatro pisos, divididos en diferentes ambientes de rumba y para clientes vip. Cuenta con 17 cuartos en donde vivían las cerca de 60 mujeres que ofrecían placeres fugaces a sus enamorados.

A algunas les tocaba compartir habitación y baño. Las que mandaban la parada tenían su propio cuarto. Este sitio funcionó durante años sin ningún problema, hasta que, en febrero de 2017, en un gigantesco operativo, la Fiscalía lo ocupó con fines de extinción de dominio. La investigación contó hasta con la participación de agentes encubiertos de Estados Unidos, que lograron desenmascarar al dueño de El Castillo.

Se trataba de José Ricardo Pedraza Díaz, alias Richard, un presunto narcotraficante al que le venían siguiendo los pasos. Las autoridades norteamericanas lograron recopilar pruebas en contra de Pedraza Díaz sobre sus posibles actividades de narcotráfico, con las cuales había adquirido lujosos bienes, y otros, como El Castillo, que utilizaba para el blanqueo de capitales.

Forty Nine

Su destino no fue distinto al de La Piscina y El Castillo. Los presuntos negocios ilegales que se manejaban de puertas hacia adentro llevaron a que estos colosos del sexo por entretenimiento se derrumbaran. Este ícono de la prostitución fue sellado luego de que las autoridades evidenciaran que allí, al parecer, operaba una red de trata de personas. Según la investigación, a este lugar llegaban contra su voluntad menores de edad y mujeres adultas, a quienes engañaban con dinero, regalos y ofertas de trabajo atractivas, pero luego eran sometidas a la prostitución.

SEMANA habló con el exjefe de seguridad de uno de los burdeles más reconocidos de Bogotá, quien contó detalles de lo que sucedía de puertas hacia adentro.

Por estas conductas fueron capturadas siete personas, entre ellas el dueño del lugar, Jairo Alarcón Santa, alias Jota .Hoy estos sitios tienen sus puertas con sellos de la Fiscalía, y personajes como el Búho aseguran no arrepentirse de haber trabajado en ellos.

De lo que si se lamenta es de no haber sido más astuto al momento de administrar la plata que recibía por fajos. Pasó de tener ramas de billetes en sus bolsillos, como se mueve en el oscuro mundo de la prostitución, a ser un vendedor de dulces en la calle. Recuerda con nostalgia los buenos ratos que le dejó el emporio de la prostitución y que se derrumbó cuando su patrón quedó tras las rejas.