Padeció, murió y fue sepultado, resucitó al segundo año y está asentado a la derecha de donde existió en sus principios. Así podría ser el credo de Bojayá en algunos años, si el gobierno cumple su compromiso de reconstruir y reubicar al municipio que fue víctima de uno de los días más infames y tristes en toda la sangrienta historia del país. "El 2 de mayo de 2002 aquí las Farc asesinaron a 119 personas, que no se nos olvide nunca", dice una pancarta que cuelga de una casa a medio hacer. Es la primera imagen que se ve al desembarcar dos años después en esta población herida. A pesar de que el Ejército está presente en el municipio desde hace más de un año y medio, Bojayá no ha podido recuperar su tranquilidad. El sonido de una bolsa que un niño estalla mientas juega es motivo para que sus habitantes sientan pánico de otra explosión; el ruido de una lancha de la Armada tripulada con uniformados que vigilan el río Atrato hace esconder a sus pobladores y el zumbido de una avioneta por sus cielos produce el inconsciente llanto de los niños que sobrevivieron a la masacre. A la reconstruida iglesia del pueblo, la misma que el día de la tragedia muchos buscaron como refugio para huir de las balas y que después voló en pedazos a causa de un cilindro bomba, nadie quiso volver a entrar y solo su Cristo mutilado recibe con cabeza agachada a los valientes que se asoman por las ventanas. Después del día de la masacre sus pobladores muertos en vida empezaron su migración hacia Quibdó. No fueron capaces siquiera de volver a su tierra a recoger a sus muertos. Cuando el presidente Andrés Pastrana llegó al lugar de los hechos, no tuvo a quién dirigir su discurso de consolación y tal vez por eso tampoco tuvo quién le reclamara su incumplida promesa de reconstruir Bojayá antes del 7 de agosto de 2002. "Yo escapé en la primera chalupa que hubo disponible, dijo Indira Meza, uno de las 1.500 habitantes del Medio Atrato que estuvo en la masacre. Los paramilitares no querían que nos fuéramos porque éramos sus escudos para cubrirse de las balas que la guerrilla disparaba. Se me olvidó que tenía un niño en mi vientre porque en ese momento uno solo quiere correr y salvarse. Por todos lados había muertos y mutilados. Crucé el río y llegué a Vigía del Fuerte, donde la guerrilla nos tuvo secuestrados. Nunca había visto a nadie llorando tanto tiempo como las madres y las ancianas la tarde de esa balacera. Con la noche llegó un silencio aterrador. Todos estábamos muertos. Ya nadie lloraba y yo lo único que le pedía a Dios es que nunca más amaneciera". El 2 de mayo de 2002, Indira tenía cuatro meses de embarazo y recuerda cómo logró atravesar el río, que parecía haber aumentado su cauce con el llanto de las madres, remando con las manos y con las balas rozándole la espalda. Su propósito de nunca más volver duró un poco más de un año porque el 14 de septiembre de 2002, en compañía de otros 1.000 sobrevivientes, retornó a Bojayá. En su vida de desplazados en Quibdó, aunque recibieron ayuda humanitaria, siempre los acompañó un abandono lamentable. Los pliegos de peticiones que mandaron a las autoridades para exigir sus derechos se perdieron como cartas sin destinatario. La resistencia de los desconsolados sobrevivientes a volver a un pueblo sin iglesia, pero con las imágenes vivas de un Cristo bombardeado; sin centro de salud, pero con muchos enfermos y con un hedor a formol y a pólvora en todos sus rincones, fue vencida por el hambre y el miedo a tierras desconocidas. La Gobernación de Chocó consiguió 700 millones de pesos para construir un centro de salud, pero nunca se concretó. Las ayudas de la Red de Solidaridad Social fueron parciales y no correspondían a sus necesidades. Les dieron unas semillas que resultaron estériles en la selva húmeda del Chocó, unos pollos que a los pocos días se murieron de hambre, cinco limas, un martillo y cuatro kilos de maíz. Resignados a que las promesas del gobierno no se cumplirían y cansados de vivir de la ilusión de una maqueta, los bojayaseños volvieron a su pueblo sin ningún tipo de garantías de seguridad, ni ayudas de subsistencia. Pero regresaron dispuestos a levantar los escombros y a borrar sus recuerdos, con la esperanza de que por obra y gracia de un milagro algún día se construya esa tierra prometida. Reconstrucción en marcha A pocos metros de donde cuelga la pancarta de la memoria, una imponente casa de cemento desentona con una población que a duras penas se sostiene sobre sus cimientos de madera. En esa casa sin muebles ni inquilinos reposan los sueños de 1.300 personas que después de dos años volvieron a sentir en el pecho la esperanza. Les informaron que así serían sus viviendas antes de marzo de 2005. En medio de la exuberante selva chocoana, un kilómetro a la derecha de la actual Bojayá, comenzó la adecuación del terreno para la construcción de un casco urbano en donde se levantará una población que contará con 264 viviendas, un polideportivo, un plantel educativo, un aeropuerto y hasta un centro de salud. La Red de Solidaridad Social y el Ministerio de Defensa son los encargados del proyecto. El Sena, la Universidad Javeriana, Fonade, la Organización Popular de Vivienda de Bellavista, la ONG Antioquia Presente y la propia comunidad adecuaron el terreno para las obras. Según Eberardo Murillo, subdirector de la Red de Solidaridad Social y encargado de este proyecto, el gobierno invirtió 22.000 millones de pesos para la reconstrucción de Bojayá. "En este proyecto están sembradas las oportunidades de empleo y de vida que les han faltado a sus habitantes, quienes se encargarán de toda la mano de obra no calificada", dijo. La Armada Nacional ha cumplido la tarea titánica de transportar y descargar la maquinaria y los insumos a ese bosque tupido y con uno de los índices de humedad más altos del mundo y ha prestado sus buques y hombres en esta primera etapa de la reconstrucción del pueblo. Y para quienes sostienen que la guerra se ganará cuando se recupere el control de los ríos, esta etapa de resurrección de Bojayá puede darles la razón. Los habitantes de las riberas a lo largo de 300 kilómetros de los 508 que tiene el Atrato, en el tramo de Turbo a Vigía del Fuerte, ya cuentan con la protección gracias al patrullaje permanente que realiza la Armada. Los grupos de autodefensas como el de Élmer Cárdenas han tenido que dejar de realizar retenes en los que decomisaban la mercancía que procedía del Chocó. Así mismo el frente 57 de las Farc ha suspendido sus tomas a las poblaciones del medio y bajo Atrato y se han tenido que refugiar en el monte. Otra vez, a lo largo del río, se ven en las mañanas las embarcaciones transportando la madera y los pescadores arrojando sus redes en el atardecer. "Con el tiempo seguiremos aumentado el pie de fuerza en las poblaciones y llegaremos hasta el punto en que el río sea utilizado otra vez como un medio turístico y de transporte," afirma el mayor Richard Valencia, comandante del Batallón fluvial número 20 Pero la presencia del Estado no puede ser sólo militar. Y el resto del Estado todavía no asoma por Bojayá, donde una dentistería atiende las necesidades de salud, dos profesores educan a 300 niños y 400 adultos están desempleados. Ojalá las 25 entidades dispuestas a trabajar por el renacimiento de este pueblo chocoano logren recompensar el dolor de su gente y que sus niños puedan cumplir su sueño de tener una selección Bojayá con estadio propio y el agua potable y la luz no sean la excepción sino la regla.