El caso de antanas Mockus tiene una condición particular que lo separa de cualquier proceso judicial ordinario. Se trata de una aparente transgresión a la ley electoral por parte de un hombre que se ha convertido en un referente de la ética y de la moral para buena parte de los colombianos. Desde que Mockus se bajó los pantalones en el auditorio de la Universidad Nacional, de la que entonces era rector, y luego dio el salto a la política con una exitosa y austera campaña a la Alcaldía, el hoy líder natural de la Alianza Verde se fue consolidando como un faro de los valores y de la política decente.
Lo cierto es que en ese tiempo a Mockus lo eligieron alcalde los bogotanos, cansados de la política tradicional y de la falta de resultados en la ciudad. Por esto, los votantes vieron en él a un hombre que no encajaba en ninguno de los moldes que hasta entonces existían en el mundo electoral. Se vestía de superhéroe para ir a recoger basura y a limpiar las calles de Bogotá; manejaba su campaña desde la casa de su madre, que sacaba a gritos a los periodistas; se enfrentó a golpes con unos estudiantes que le arrebataron el micrófono en medio de un debate; andaba en bicicleta, decía lo que pensaba y prometía transformar la ciudad, no a punta de cemento, sino de cultura ciudadana. Así, los habitantes lo respaldaron y al elegirlo le dieron una bofetada al sistema.
Lo curioso es que ese candidato pintoresco que despertaba dudas en el establecimiento terminó siendo un gran alcalde de la capital. Con sus métodos poco ortodoxos cambió a los agentes de tránsito por mimos; impulsó la Ley Zanahoria para que los bares cerraran más temprano; repartió tarjetas rojas y blancas entre los ciudadanos con el fin de que estos empezaran a identificar los comportamientos sociales no aceptados en las vías; inventó la famosa vacuna contra la violencia; promovió un desarme general de los bogotanos y les enseñó que la confianza en el otro y la concepción de que la vida es sagrada eran fundamentales para el progreso de una sociedad. Así, Mockus logró ganarse la admiración de los capitalinos y, con sus experimentos sociales, transformó la cara de la ciudad. Nadie duda de la buena fe del profesor Mockus, pero si su inscripción fue irregular tendrá que acogerse a las sanciones que contempla la ley. La confianza en él y la certeza frente a su honestidad llegó a tal punto que el entonces alcalde pudo convencer a muchos habitantes de pagar voluntariamente más impuestos de los que ordenaba la ley, con el simple argumento de que esos recursos serían invertidos de manera transparente en beneficio de todos. Entonces, salió en hombros de la alcaldía, pues logró organizar las finanzas de Bogotá, redujo radicalmente la tasa de homicidios, de accidentes de tránsito, de riñas en las calles y de violencia intrafamiliar. Llegó a estos resultados porque no se dedicó a construir ciudad, sino a construir ciudadanos.
Años después, cuando decidió embarcarse en la aventura presidencial, Mockus pudo cautivar a una juventud cansada de los mismos con las mismas, que vio en él la esperanza de transformar al país de la misma forma en la que había cambiado a Bogotá. Repitiendo la consigna “La vida es sagrada”, a una semana de las elecciones, en algunas encuestas, figuraba como el virtual presidente de Colombia por encima de Juan Manuel Santos, candidato del uribismo. La llamada Ola Verde, que se había convertido en un fenómeno ya no nacional, sino mundial, terminó desinflada en el último minuto y la gloria presidencial se le escapó de las manos. No obstante, la admiración y el afecto de los colombianos por el profesor se mantuvieron intactos. Por eso, cuando decidió aspirar al Senado en las elecciones pasadas, obtuvo la segunda votación más alta después de la de Álvaro Uribe. Con más de 500.000 votos, logró consolidar a su partido como una fuerza política determinante en el Parlamento y con verdadera vocación de poder. Por todo lo anterior, la Sala Plena del Consejo de Estado al anular su elección ha dejado a muchos al borde de las lágrimas. No obstante, hay que decir que, si bien nadie duda de que en el actuar de Mockus no hubo dolo, la ley es clara, y quien la transgrede debe recibir las mismas sanciones que cualquier ciudadano. El profesor sale del Senado, en medio de los ires y venires judiciales, por un tema presentado como un asunto técnico y complejo. Pero en realidad es más sencillo de lo que parece. La ley inhabilita a los aspirantes al Congreso para celebrar contratos con el Estado en los seis meses anteriores a la elección. Así que alguien demandó la de Mockus ante la Sección Quinta del Consejo de Estado con el argumento de que se había inscrito a los comicios mientras estaba inhabilitado. Todo ello por cuenta de los contratos que celebró la Corporación Visionarios, de la cual era representante legal, con la Gobernación de Cundinamarca. Esa decisión inicial lo sacó del Capitolio por un tiempo, pero luego la Sección Primera le devolvió su curul. Finalmente, la semana pasada, la Sala Plena del Consejo de Estado se pronunció y lo dejó de nuevo por fuera del Congreso. Aunque nadie conoce el fallo completo y este todavía tiene que ir a revisión en la Corte Constitucional, es probable que ya no vuelva a ocupar su curul.
La defensa del profesor ha dicho que, si bien figuraba como representante legal, Henry Murrain, en su calidad de director ejecutivo de Corpovisionarios, suscribió materialmente los contratos, y actuó en nombre y representación de Mockus, quien era el representante legal de la corporación. Ese argumento, de no ser por el prestigio y el buen nombre del profesor, podría parecer un tecnicismo para evitar una sanción. Más allá de que hubiera dejado constancia de que Murrain celebró los contratos y no él, si el representante legal seguía siendo el profesor, la ley debe aplicarse sin consideraciones personales. Esto no quiere decir que la salida del Congreso de Mockus no sea un motivo de tristeza para muchos colombianos. Tampoco que esto signifique que actuó con dolo o de mala fe. Se trata simplemente de una transgresión, seguramente involuntaria, ante la cual la justicia debe proceder como lo dice la ley.