Tras más de 30 años de dictar clases de derecho constitucional colombiano y de economía, por las cuales pasaron ministros, magistrados, fiscales, procuradores, periodistas y hasta presidentes, Gabriel Melo Guevara adelanta una hipótesis futurista sobre el destino de las instituciones y los peligros que las amenazan. Lo hace en su libro ¿A dónde vas democracia?, que en los próximos días lanzarán el Grupo Editorial Ibáñez y la Universidad Javeriana. SEMANA: ¿Por qué asegura que la democracia da hacia atrás su gran paso adelante? G.M.G.: Los adelantos tecnológicos nos retornarán a la democracia directa, a una especie de democracia cibernética. El aumento de la población desbordó el ágora ateniense y la condujo a la democracia representativa. Hoy, la tecnología permite que millones de electores voten simultáneamente, en menos tiempo del que gastaba Pericles en atravesar el ágora de Atenas para visitar a Aspasia. SEMANA: ¿Un salto al pasado? G.M.G.: Sí. Para resucitar el modelo griego. Una democracia directa con vestido nuevo, que podríamos identificar como democracia instantánea en un ágora virtual. Multitud de individuos aislados entre sí, con un celular o computador en la mano, votando por e-mail.

SEMANA: ¿Cómo se implementaría? G.M.G.: Votar vuelve a ser una operación tan rápida y sencilla como levantar la mano en una democracia de plaza abierta. Si los bancos, por ejemplo, lograron refinar el sistema para que los depositantes manejen a control remoto sus cuentas, algo semejante podrá hacerse para que los votantes sufraguen a distancia, sin que los unos pierdan su dinero y a los ciudadanos les estafen su voto. SEMANA: La democratización de los medios, por medio de internet, hace que la gente opine más, pero también de manera más emotiva. ¿Cómo afectaría esa inmediatez la legitimidad del voto? G.M.G.: Estamos ante una transformación de la sociedad tan profunda y rápida que nos obliga a repensar temas como la libertad de prensa, el derecho a la información, las garantías de los derechos individuales y las nuevas estructuras motivacionales, que agitarán la política y el funcionamiento de los sistemas de gobierno. La transformación va más rápido que la actualización de las estructuras estatales. SEMANA: El ciudadano de hoy no espera. Lo quiere todo ya. ¿La inmediatez presionaría las elecciones? G.M.G.: Tendríamos un Estado dirigido al golpe de las primeras impresiones y no por decisiones meditadas, con la información y deliberación necesarias para acertar. Lo racional es reglamentar el proceso de modo que promueva la reflexión, y evitar que los impulsos primarios frustren los beneficios de la velocidad, aplicada a la democracia. SEMANA: Las marchas multitudinarias recientes hicieron tambalear Gobiernos en Chile y Ecuador. ¿Ellas demuestran esa democracia instantánea? G.M.G.: Son una de sus manifestaciones. Las movilizaciones se convocan fundamentalmente por redes sociales. El primer gran cambio en la democracia instantánea será la recuperación del ejercicio constituyente y legislativo por parte del pueblo, para ejercerlo directamente. El poder de la presión masiva y emocional, en Chile y Ecuador, produjo cambios inmediatos en las políticas del gobernante para lograr sostenerse en el poder. Los Gobiernos democráticos de América quedaron notificados. Piñera convocará una constituyente. No hay que magnificar los efectos, pero sería insensato no escuchar las alarmas. ¿Se asoma la oclocracia? ¿El Gobierno de la muchedumbre?

SEMANA: Según ese modelo de democracia instantánea que usted vislumbra, ¿disminuirá la abstención? G.M.G.: Sustancialmente. Cualquiera que sea el motivo para abstenerse, desaparecerá cuando la tecnología ponga el medio de votar en el bolsillo del ciudadano, y accionarlo le tome solo unos segundos. La participación subirá verticalmente. El ciudadano se sentirá con poder para elegir y para revocar. SEMANA: ¿Será una democracia más incluyente? G.M.G.: Si no es incluyente, no es democracia. Por ejemplo, la historia, su tradición, su número, todo hace evidente la necesidad de crear un ministerio para la población indígena, que le dé presencia y voz en el más alto nivel del Estado. Debería crearse de inmediato. SEMANA: ¿Cómo inciden pecados como la corrupción y la compra de votos en la transformación de la democracia? G.M.G.: Al minarse la moral colectiva, no hay fuerza física suficiente para mantener la sociedad en sus carriles. Las órdenes estarán respaldadas solamente por la coerción, y así las comunidades son una caldera en pleno hervor. Las ilegitimidades desacreditan las reglas. La comunidad les pierde el respeto, introduciendo un factor de desmoralización que precipita la decadencia de los Estados. La compra del voto es la perversión de la democracia, porque nace de un delito contra ella. Y la obediencia a la autoridad queda por el suelo si la investidura tiene un origen espurio. ¿Quién respetará la ley si sabe que la hizo un legislador que le compró el voto? Para él no es legislador, sino cómplice. SEMANA: ¿A qué llama usted en su libro “campañas ditirámbicas”? G.M.G.: Las campañas proselitistas que estimulan las emociones por encima de la razón. La insistencia en las características personales de los candidatos se vuelven ditirámbicas, y los creadores de imagen la acomodan a lo que sus investigaciones previas identifican como preferencias electorales. Los votantes ven solo aquello que las maniobras de los operadores permiten que se conozca, los informes que los adversarios disparan como propaganda negra o los secretos maliciosamente filtrados. En medio de la intoxicación de insumos, se vota por la imagen creada artificialmente, pero gobiernan las personas. Y eso sin hablar de los recursos para llegar al subconsciente del elector. Se ingresa sin pedir permiso. En las elecciones se moviliza más el activista motivado que el ciudadano informado. SEMANA: ¿Los medios de comunicación siguen siendo dueños de la puerta y la llave de entrada a la democracia? G.M.G.: Siguen siendo los puentes obligados entre la visibilidad de los hechos y sus protagonistas y el conocimiento por parte de los electores. Todavía un porcentaje sustancial de la información del elector depende de la fidelidad con que la proporcionen los medios de comunicación. Pero el acceso masivo a redes democratizó el derecho a la información, para emitir y recibir, con los riesgos que implica, su abuso como instrumento de desinformación. En una campaña electoral, hasta las nimiedades más intrascendentes se presentan como pecados de dimensiones gigantescas. ¿Y lo sustancial? Paradójicamente, la explotación de este afán de pureza impulsa las cacerías preelectorales de brujas y estimula el uso de los métodos más sofisticados para descubrir la suciedad del contrincante.

Con el progreso de la psicología social surgen también nuevos desafíos. Los múltiples recursos para influenciar las grandes masas, y su disponibilidad para usarlos en las campañas políticas, lindan con la manipulación abierta de las voluntades. Las técnicas para que el consumidor de democracia compre candidatos que terminan por no parecerse a sí mismos empiezan por preguntarle a la gente qué desea que le diga y cómo quiere que se lo diga, para después decírselo. El sistema no tiene pierde. SEMANA: ¿Cómo deberían prepararse las sociedades para asumir estos nuevos retos y poder gobernarse? G.M.G.: Con educación. Para que la ciudadanía comprenda a cabalidad sus derechos y deberes, la responsabilidad de escoger bien, los graves perjuicios que acarrean las malas selecciones y la posibilidad de dirigir bien el Estado, mediante el arma más poderosa que tienen las personas en una democracia: el voto. No hay que tener miedo al futuro. Es un avance hacia atrás. Como en un tratamiento para rejuvenecer, que averigüe cómo evolucionó cada célula para revertir el proceso. Surgen múltiples preguntas: ¿qué harán los nuevos electores? ¿Cómo usarán las facilidades habilitadas para adoptar decisiones políticas masivas? Sea cual fuere la dirección que escojan, un impacto electoral de estas proporciones estremecerá las democracias.