A la misma hora en que se conoció la noticia del viaje de Rodolfo Hernández a Miami, desde la pista del Aeropuerto Internacional Ernesto Cortissoz de Barranquilla, el cuerpo de un niño de apenas 13 años era velado en la única sala de la funeraria San Francisco Javier, en la esquina de la carrera octava con octava, en Piedecuesta, Santander.

Allí hace 77 años nació quien podría convertirse en el primer garrotero en ser el presidente de Colombia. Apenas cabía el ataúd, un par de cirios y entre cinco y seis personas, seguramente los familiares más cercanos del menor protagonista del más escabroso titular con que los colombianos amanecieron la mañana del martes 7 de junio: “Niño de 13 años fue asesinado a cuchillo por un amigo en Piedecuesta, Santander”. En esa esquina, donde se alcanzaba a escuchar el “brille para él la luz perpetua”, incluso desde la acera de enfrente, no se podía caminar.

En los andenes, como en una fila india de hormigas, evitaban estrellarse los estudiantes de primaria que salían de clase, los de bachillerato que apenas comenzaban, decenas de amigos y amigas del menor, todos con la camiseta amarilla del Atlético Bucaramanga. Porque después de la última bendición de la cristiana sepultura, secaron sus lágrimas, dieron la espalda al pasado y se concentraron en el compromiso que su equipo tenía en la noche, en el estadio Alfonso López.

Allí, el menor de 13 años iba siempre que jugaban los Leopardos, el representante que el departamento ha tenido desde 1949 en el campeonato nacional de fútbol, pero que hasta la fecha nunca ha ganado. El niño debió haber salido a la misma hora en que Rodolfo Hernández sobrevolaba un vuelo comercial hacia el Aeropuerto Internacional de Miami, hacia la carretera principal para tomar el bus hasta el estadio, donde tenía boleta para la tribuna sur, la de la barra Fortaleza Leoparda Sur.

El mural de Gustavo Petro y Francia Márquez, la única publicidad política, en la misma calle donde el ingeniero tiene una de sus casas. | Foto: Esteban Vega La-Rotta

El cortejo fúnebre atravesó el parque de Piedecuesta, único entre los 1.103 municipios de Colombia y a solo 16 kilómetros al sur de Bucaramanga, en tener dos templos, apenas separados por un edificio de fachada blanca, y banderas de Santander y de Colombia a lado y lado del escudo: el Palacio Municipal. “La primera iglesia, la del lado derecho de la Alcaldía, se dejó de usar porque, dicen los historiadores, fueron asesinadas varias personas, y el clero la clausuró; entonces se construyó la otra, la de piedra, donde está el despacho parroquial”, dijo a SEMANA José Julián Carreño Zambrano, profesor del colegio Centro de Comercio.

Ese miércoles, el párroco de Piedecuesta, en su día libre, no firmó el acta del documento que la madre del niño de 13 años, asesinado a cuchillo por uno de sus amigos, debía entregar al único sepulturero del pueblo antes de excavar la tumba.

La mujer salió con el “papel” cuando en la esquina de la calle octava, en diagonal al auditorio y la biblioteca pública, el guirigay de una pequeña multitud agitada, que en cualquier lugar del mundo hubiera provocado una estampida de pavor, como esa que vivió Santiago Nasar cuando atravesó la plaza principal de su pueblo, por el río Magdalena, huyendo de los dos puñales de carnicería que empuñaban los hermanos Vicario para vengar la peor ofensa, en ese caso, la deshonra de su hermana, Ángela Vicario.

A la mamá del niño asesinado, por el contrario, la pelea callejera no le produjo ningún sobresalto.Su calma la explica el profesor Carreño, quien dice que el verdadero gentilicio de los piedecuestanos es garroteros. “Somos francos, muy directos y hablamos como si estuviéramos peleando”, agrega. Les dicen garroteros desde tiempos inmemoriales.

Vicente Álvarez Maldonado, con “81 años larguitos” y sentado en una de las bancas del parque, bajo el abrigo de la sombra de un árbol de tronco grueso, añade: “Antiguamente, cuando la gente resolvía las discusiones a machete, acá era a garrote”. Debió ser cuando su nombre era Villa de San Carlos del Pie de la Cuesta, muchos años antes de que naciera Cecilia Suárez de Hernández (97 años), la madre del “ingeniero”, como todos llaman al más auténtico de los garroteros que en el pueblo se haya conocido.

Cristian Niño Zafra, con 77 años, como los que tiene el candidato presidencial Rodolfo Hernández, se ríe con la bulla de la calle de arriba, y que no provocó el más mínimo sobresalto en la madre del niño de 13 años. Al otro lado del parque, en el lugar que siempre ocupa desde el mediodía, donde reparte las cartas para iniciar las partidas de naipe español, no controla la carcajada. “Ustedes cómo arman escama en Bogotá. Aquí los santandereanos nos saludamos dándonos en la jeta y no pasa nada. Par de puños y a los diez minutos ya estamos abrazados y tomando tinto. Normal”, dice Zafra.

La única publicidad que instaló Rodolfo en su pueblo, en plena carretera de Piedecuesta a Bucaramanga. | Foto: Esteban Vega La-Rotta

La única mujer que estuvo al punto del infarto fue la profesora de historia Carmen Cecilia Ortiz, que dio un portazo como el de la madre de Santiago Nasar, pensando que ya se encontraba a salvo. La mujer se disponía a contar la historia del pueblo a los enviados especiales de SEMANA, la misma que durante años ha contado a los estudiantes garroteros. La riña, a menos de 100 metros de la casa de la profesora, se estaba resolviendo con puñal.

El chofer de una buseta que iba al parque, desde la comodidad del volante, era espectador de privilegio de la manera como dos paisanos esquivaban aquellas cuchilladas. “Eso no pasa nada, cualquier ser tiene dificultades. En cualquier momento mete la pata”, dice Zafra, al recoger cuatro billetes de 2.000, tras sumar una nueva victoria en el naipe. “Y eso que yo no soy garrotero, como el ingeniero”, dice al aclarar que llegó a Piedecuesta en 1981, después de que la guerrilla mató a su familia.

A Vicente, el hombre que dijo tener “81 años larguitos”, le brilla el rostro cuando habla de “Rodolfo”, al que vio desde niño por las calles del pueblo, como lo hacía todos los días para pasar revista de las obras de su constructora, la firma HG. No necesita gastar un solo peso en un afiche, ni pegar un cartel. Parece que todos votarán en el pueblo donde la única publicidad política es un mural con los dibujos de Gustavo Petro y Francia Márquez. Nadie, al menos en voz alta, como se supone que deben hacer los siempre frenteros garroteros. “Aquí y lo vamos a apoyar el ciento por ciento. Necesitamos un presidente piedecuestano, garrotero. Algo nos ha de traer al pueblo”.

Leidy Díaz, sentada junto a su puesto de cigarrillos y caramelos, conoce a Rodolfo Hernández desde que tiene uso de razón. “El mejor patrón que puede haber”, dice. “Viví 14 años en la finca Los Colorados, con mis tíos Margarita y Eliécer, sus empleados. El ingeniero me dice Fidel, dizque por la nariz chata, igualita a la de su perro Fidel”. La madre de Leidy lleva más de 20 años de empleada del centro comercial Cuarta Etapa, ubicada en el barrio Cabecera, de la Ciudad de los Parques. La vendedora de dulces se ríe cuando se le pregunta si alguna vez ha oído una grosería en boca de Rodolfo. El gesto que hace con la mano indica que hace mucho perdió la cuenta.

El sueño del departamento de Santander, donde se levantó la revolución de la independencia, ahora tiene el nombre de Rodolfo Hernández, aunque su rival lo haya calificado como una pesadilla.

“Todos cometemos errores, somos humanos, no perfectos. Yo sé que allá en Bogotá lo critican, pero créame que es un buen personaje”.

¿Es machista? ¿Misógino?

A mí no me consta nada que sea machista, responde, con cara de pocos amigos (en otra región), Gabriel Villamizar, también con 77 años, jubilado en apariencia, de no ser por su uniforme de paletero y el carro con campanitas en el que recuesta el brazo derecho.

“Distingo hasta a los taitas, vendían trapiche, siempre han dado muchísimo trabajo a nosotros los pobres”. “Ahora en las elecciones todo el mundo se saca los cueros al sol, y no tienen más de qué hablar, sino de los defectos de los demás, pero no miran la viga que tienen en el ojo propio”, insiste Vicente Alvarado, a la sombra del árbol de tronco grueso del parque, donde toman sol los más viejos garroteros, en el pueblo que lleva dos semanas esperando que abran de nuevo las urnas. Cristian Niño, oriundo del Playón, Santander, pero conocedor del piedecuestano, dice que ya no hay nada que hacer: “Madrugar y salir a votar que el nuevo presidente es Rodolfo Hernández. Ojalá cumpla lo que promete, y creo que lo hará.

Ese señor no sabe ni cuánta plata tiene, tiene tanta que no se va a robar un peso, y no nos va a dejar mal parados frente al resto del país”. “Santandereano, siempre adelante; siempre adelante, ni un paso atrás, como la letra de nuestro himno”, dice el profesor Carreño. “Ojalá que Colombia vaya siempre para adelante, no hay que tenerles miedo a los garroteros”.